domingo, 27 de enero de 2008

El peluche

El peluche
Ramón Serrano G.

- Sí, ya sé que eso no quiere decir nada. Pero cuando sucedió, mi corazón se llenó de satisfacción y mi alma de esperanza. Y al decir eso, la cara de Marceliano, una cara surcada por mil arrugas y cada arruga formada por mil soles y mil vientos recibidos, mostró una ternura inusual a su edad.
Le habíamos encontrado esa mañana, casi a mediodía, sentado en un banco. Pese a su jubilación seguía saliendo mucho al campo, y el verle por el pueblo era síntoma de mal tiempo o de que estuviera afectado por alguno de sus ya naturales achaques. Incomprensiblemente estaba solo, ya que con tan buen oraje, lo normal es que estuviera acompañado de coetáneos y contertulios.
- Nos estamos volviendo cada vez más vagos, le dijo Luis a forma de saludo. Porque, con el día que tenemos, estar aquí al sol, sin dar un palo al agua, no es de ser muy afanoso, siguió bromeando mi amigo.
- Sabes tú, contestó el viejo, que tié que haber algo que me haya retenío, que si no ya estaría dando una vuelta por los picos. Pero es que hace un rato que acabo de llegar de viaje y ya no era cosa de salir.
En tan escaso espacio de tiempo se nos unieron Julián, que era quinto del que hablaba y Juan Francisco, un primo suyo de un tiempo aproximado.
- ¿Es que se ha vuelto usted turista? preguntó Luis.
- Quita hombre, si a mí el salir de mi casa me descompone. Pero es que he tenío que ir a la capital a que me viera el médico ese del aparato meatorio, que empiezo a tener problemillas con la protesta esa, o como se llame (próstata, le corrigió Julián) y entre consultas, análisis y zarandajas me he tenío que estar allí varios días.
- Allí, venga disfrutar ¿no?
- Penar querrás decir, que aquello es un infierno. Entre los pinchazos pa la sangre, las medicinas, y lo que te hace el médico, que no os lo voy a contar por que si no os vais a estar riendo de mí tres días, lo he pasao malamente, pero malamente de verdad. Y luego ese modo de vivir que tienen en las ciudades, que sí, que tien de tó, pero que a tos laos van con prisas, andan a toa mecha, no te miran y te ves más solo que la una entre tanto jenízaro. Además casi no pués cruzar las calle, tiés que llevar mil ojos pa no chocate con alguno, y casi ni respirar puedes con tanto humo como sueltan esas piaras de autos. Disfrutar dice el jodío.
- Claro, ellos están acostumbraos a esa vida y les paece normal, intervino Juan Francisco. Pa nosotros es mejor esta, pero tó tiene sus ventajas y sus inconvenientes, pero eso no es de ahora, sino de toa la vidisma de Dios.
Y por esos derroteros siguió la discusión de turno sobre las ventajas de la ciudad sobre el pueblo, o viceversa, con sus detractores y sus apologistas, que los seres humanos, al menos los de nuestra tierra, somos proclives a tomar de inmediato alistamiento por alguna facción, aunque nos vaya en ello poco o nada. De inmediato nos volvemos cegríes o abencerrajes, giles o negretes, bejaranos o portugaleses, capuletos o montescos, agramonteses o piamonteses. Así, hubo quien defendía la abundancia de medios de toda clase y condición, trabajo, cultura, sanidad, o quien despotricaba sobre el abigarramiento, la inseguridad o lo insalubre del ambiente urbano. Y del rural, otro tanto.
Luis no quiso tomar ninguna bandería y se plegaba a una u otra opinión, lo mismo que la bandera ondea según de donde sople el viento. Pero Marceliano, de pronto, y viendo que la altercación no es que subiera de tono, que entre amigos de tantos años no cabía esa contingencia, pero sí que se alargaba en demasía, intervino una vez más en ella, aunque cambiando el tercio por completo:
- Pero me ha ocurrío algo en este viaje que ha llenao de satisfacción y de gozo; algo que hacía muchos años que no me pasaba. Los hombres de nuestro tiempo, y más los que vivimos en las zonas rurales, que a los de ciudad puede que no les pase tanto, somos poco daos a las sensiblerías y a los sentimentalismos. Siempre nos hemos tratao no con rudeza, pero sí con secura. Hemos sío corteses pero poco finos, e incluso en el trato con las mujeres, en los años que el cuerpo daba pa ello, no es que fuésemos acémilas, pero gastábamos pocos remilgos. A lo mejor es que lo tenemos aprendío de cómo hemos tenío que vivir, siempre luchando mucho, a cara de perro, contra el clima, contra los precios, contra los abusos de los leídos. Contra demasiadas cosas. To nos lo hemos tenío que ganar bien ganao y nadie, nunca, nos regaló nada. Y nos hemos quedao satisfechos con un trato correcto, pero sin carantoñas.
Pero anteanoche me pasó una cosa que me encogió las entrañas. En los días que he estao anca mi chico he intimao bastante con mi nietecejo. La criatura tié poco más de dos años, y yo me pasaba con él to el tiempo posible y por la noche dormía en su alcoba, en una cama que allí me prepararon. El muchachejo está acostumbrao a acostase con un perrillo de peluche que le regaló su tío hace tiempo. El muñequejo es su consuelo cuando está apenaíllo porque se ha caído; se lo lleva de paseo al parque; lo castiga si ha sío malo; no sabe leer, como es natural a su edad, pero le lee cuentos y le dice que esté se atento; le enseña a conducir y no sé cuantas cosas más, y desde luego no sabe dormir sin él. Pues bien, nos fuimos a media tarde su padre y yo a que me viera el medico, y cuando volvimos, ya de noche, mi nieto ya hacía un rato que se había ido a la cama. Al verme, me dijo mi nuera:- Ven, ven a tu alcoba. Y cuando pasé, vi en ella durmiendo al angelico abrazao a su perro y sobre mi almohada otro perrillo de tela, parecido al de mi nieto Raúl. – Me ha dicho al acostase: mira mamá, se lo dejo aquí al abuelo para que no duerma solo. Y sí, ya sé que eso no quiere decir nada, se sinceró nuestro amigo. Pero cuando sucedió, mi corazón se llenó de satisfacción y mi alma de esperanza.
Y en ese instante vimos todos extrañados como, al decir esto, la cara de Marceliano, una cara surcada por mil arrugas y cada arruga formada por mil soles y mil vientos recibidos, mostró una ternura inusual a su edad.
Marzo 2004-03-15
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 18 de Marzo de 2004

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