viernes, 16 de marzo de 2012

Gracias a ...

Gracias a…
Ramón Serrano G.

“La soledad es muy hermosa…cuando se tiene a alguien a quien decírselo”.- G.A. Bécquer.

Es invierno. Para mí sigue siendo invierno, aunque el sol vaya tardando cada vez más en ocultarse y el frío, cada día, y pese a su obstinada renuencia a hacerlo, se vaya diluyendo paulatinamente abriéndole las puertas a la primavera. Lo sé, porque anímicamente percibo que me encuentro en una situación hiemal, en la que a mi alma le ocurre como al tiempo, que mejora, pero que tiene una gran incertinidad de sentimientos y apetencias, y que no acaba nunca de conseguir esa situación medianamente satisfactoria que me sería muy deseable.
Para tratar de sobreponer mi espíritu a ese fastidioso estado y tratar de alcanzar un bienestar inalcanzable, acudo siempre a una de estas dos panaceas: o me pongo a escribir, o trato de conversar con aquellos pocos que aún están a mis alcances. En esos instantes, y merced a las hendijas que aún conserva mi mente, esas que le proporcionan una ligera pero esperanzadora clareza, me veo capaz de conseguir cierta dicha, amén de un determinado bienestar que tanto ansío y por el que posiblemente no esté luchando lo necesario. Suelen entonces acudir a mi afligido magín ideas con cierta posibilidad de ser desarrolladas, siempre a mi corto juicio, o nombres a los que apelar en solicitud de escucha y de diálogo. Por más que lo intento, no encuentro otro remedio para calmar mi ya habitual pesadumbre por un lado y, por otro, obtener una escasísima alacridad. Sé muy bien que si quiero salir de mi latebra, he de echar mano a la pluma o al teléfono, indispensables para la obtención de mis quimeras.
Con aquella, trato, o lo intento al menos y anhelante estoy de ello, de decir mis expresiones y deseos. De sacar a la luz lo que pienso, lo que siento, lo que ansío, y me afano en transmitirlo a los demás. Mi mayor anhelo es sacar fuera de mí mis sentimientos, en las creencia -puede que vana creencia- que con esa exteriorización he de fortalecerlos, y les voy a dar una verosimilitud y una realidad que quizás ahora no posean ya que se encuentran, únicamente, en mi interior. Pero ¡es tan difícil conseguirlo! Primero, porque son muy pocas las facultades que tengo de plasmar en un escrito lo que el alma está sintiendo. Pero me afano en ello y a duras penas lo consigo, convencido de que si alguien llegase a leerlo, su probidad y benevolencia atenderán más al fondo de mi testimonio que a su forma.
El segundo impedimento estriba en que, al no tener mi manifiesto un destinatario predeterminado, no puedo hacerlo llegar a uno, o diez, o a ciento; a este, a aquél, o a los de más allá, de un modo directo, como en una epístola que, metida en su correspondiente sobre, remita luego a la dirección personal de cada uno. ¿Y qué he de hacer entonces? Pues beneficiarme primero de la caridad de alguien que quiera dar publicidad a mis delirios. Y luego, y creyendo de nuevo en la generosidad de algún desconocido, esperar a que este esté dispuesto a perder un rato de su tiempo para enterarse de cuáles son las aflicciones que motivan mi desazón.
El otro medio lo utilizo ante la imperiosa necesidad que tengo de escuchar algo diferente a mis propios pensamientos, y lo cojo, y con él llamo a este o a aquel amigo. Y cuando se establece la comunicación, al no querer amargar sus horas con mis ayes, en lugar de empezar con un ¡aymé! para, a continuación, transmitirle mis cuitas, lo “acoso” con curiosidades como estas: ¿qué tal estás?, ¿qué has comido hoy?, ¿qué estás leyendo?, cosas al parecer fútiles, pero trascendentes para un ser como yo que sólo aspira a conseguir algo tan dificultoso, tan aparentemente sencillo pero tan enormemente arduo, como es vivir llana y pacíficamente.
Más tarde, tras ambas tesituras, y luego de haber apaciguado momentáneamente la sed de decir o de oír alguna cosa, me veo postrado de nuevo en la soledad. ¡La soledad! Ese estado, ese sentimiento, que nunca me deja estar solo pues siempre está conmigo, y lo que todavía es peor, aunque ello parezca imposible: la nueva y perenne necesidad que me acucia de que alguien, de que algún destinatario de mis escribimientos y decires, vuelva ejercer su dadivosidad y de ese modo se complete de nuevo el círculo de mis muchas necesidades anímicas y sus remedios.
Por eso, por todo esto que acabo de dejar expuesto, y reiterando que aquél que lo padece sabe muy bien de la magnitud del trance, digo con la mayor sinceridad, aunque en realidad no tenga a nadie en concreto a quien decírselo, que la persona que está sola, que el hombre a quien le ocurra lo explicado anteriormente, debe estar muy agradecido si encuentra a alguien que quiera perder un poco de su tiempo y, dedicándole unos momentos, aunque únicamente sea en un muy corto rato, lo lea o lo escuche. Y como todo esto a mí me viene ocurriendo mucho últimamente, quiero dar las gracias a …

Marzo 2012

Publicado en “El periódico” de Tomelloso el 23 de marzo de 2012