viernes, 1 de febrero de 2008

Los casinos

Los casinos
Ramón Serrano G.
O yo soy muy pesimista, o los casinos son, hoy en día, entes a punto de fenecer, casi cadáveres, y al escribir acerca de ellos no hago sino confeccionar la crónica de una muerte anunciada. Debo decir ante todo que estos casinos a los que aludo en esta ocasión no son los de juegos, como la ruleta o el blackjack, sino esos lugares de reuniones pensados, prioritariamente, con el fin de que una asociación de personas acuda para conversar, jugar, y, a veces, organizar conferencias, conciertos u otras actividades culturales. Cabe decir que en ocasiones, y dependiendo de la exclusividad de sus actividades, estos lugares toman otros nombres, como ateneo, liceo o peña, etc.
La creación de los casinos se forja hacia mediados del siglo XIX y su auge y desarrollo se mantiene firme hasta más allá de la mitad del XX. El porqué de su aparición era lógico. Se estaba importando la costumbre inglesa de los clubs, y en aquella época el hombre empieza a destinar específicamente sitios donde desarrollar sus muchas actividades sociales que hasta entonces se habían venido haciendo en locales o en espacios que servían de acogimiento a diferentes usos. Como ejemplo de esto, citaremos las corridas de toros, que en un principio se celebraban en las plazas públicas, los mercados de abastos, de ubicación similar, los estadios para el desarrollo de acontecimientos deportivos, y algún que otro caso más, que no merece la pena destacar.
Y como el ser humano es sociable por naturaleza, dio en fomentar la creación de espacios donde llevar a cabo una de sus acciones más satisfactorias: la de poder reunirse con sus amigos, paisanos y convecinos para dialogar, jugar por entretenerse (y a veces por algo más) y tener esparcimiento y solaz. Parecida era la misma misión de las ágoras griegas, pero haciéndolo bajo cubierto, a salvo de las inclemencias del tiempo, y con la asistencia limitada a aquellas personas integrantes de la sociedad o círculo en donde se llevan a cabo esas actividades. Son, o eran, esos sitios, llamémosles “selectos”, y que reservados para los socios, no son de acceso público, por lo que está muy bien visto el pertenecer a una de esas sociedades y acudir a ellas frecuentemente.
Así pues, y repitiendo que a las personas les agrada sobremanera reunirse y compartir largamente el tiempo con los demás, digo que se crean esos centros sociales, acrecentando los espacios, acomodándolos con boato, y al que le es posible con lujo, para que los tertulianos puedan seguir con su afición que hasta ahora habían desarrollado en alguna barbería, talabartería o rebotica, siendo las tertulias de aquellas más populares y las de esta, digamos, más refinadas.
Por otra parte, hay que recordar que las distracciones caseras son más bien escasas, por no decir nulas, y además es mucho más cómodo acudir a un lugar específicamente destinado al fin que se persigue, lejos del incordio familiar, rodeado de personas afines, y donde se puede utilizar un lenguaje peculiar y tratar unos temas que la mojigatería, o si alguien lo prefiere diré que las estrictas costumbres de aquellos tiempos, no admitirían de buen grado, ni estarían bien vistos.
Pero los tiempos y los hábitos cambian y en el último tercio del pasado siglo van apareciendo otros lugares de recreo más del gusto de la gente. Por ello, si hemos visto que la creación y el incremento de los casinos fue comprensible, su declive también lo es. La juventud, de por sí reaccionaria e independiente, empieza a no querer coincidir ya con los mayores, y lo que antes era un deseo fervoroso de frecuentar los mismos lugares que ellos, se torna en un alejamiento y la utilización de centros distintos, quizás para fines similares, quizás para otros usos no tan ortodoxos, pero desarrollados entre personas de edad homogénea y lejos de las miradas de quienes pudiesen fiscalizarles.
También por esas fechas los bares van cambiando su fisonomía. Ya no son, como casi siempre eran, tascas o locales de escasas dimensiones donde exclusivamente se chatea. Ahora se amplían, se les dota de más servicios y actividades. O sea que reimportando otra idea británica, quieren parecerse a los pubs. Hay igualmente otra causa, que no debemos olvidar, y que también aleja a la juventud de los círculos recreativos. Es, afortunadamente, la afición que se está desarrollando a gran escala para la práctica del deporte y la búsqueda de sitios abiertos para hacerlo.
Ya, tan sólo dos apuntes más sobre el aniquilamiento del desarrollo casinero. El primero es que la mayoría están ubicados en locales antiguos, normalmente grandes caserones con pocas modernidades y mucha necesidad de costosas atenciones de mantenimiento, al estar pensados y diseñados para muchos ocupantes y con la obligatoriedad de ser atendido por personal nada escaso, lo que conlleva unos gastos difíciles de soportar por el escaso número actual de socios. No podemos olvidar, por otra parte, que “hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad” y en la actualidad sí que hay muchos entretenimientos hogareños, medios audiovisuales sobre todo, que hacen que no se tenga que salir de casa para ociar.
En una palabra, que además de las causas apuntadas, al no verse renovados desde hace mucho por sabia joven que los revitalice, muchos de los casinos que otrora fueron gala de las ciudades en las que estaban ubicados y los más importantes escenarios de su vida social han muerto ya, y los pocos que van quedando tienen contadas sus horas. Más que menos, existieron casi siempre para bien y dieron provecho. Yo los recuerdo con cariño, y mañana quizás los añore.
Diciembre 2006
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 1 de diciembre de 2006

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