sábado, 2 de febrero de 2008

El árbol

El árbol
Ramón Serrano G.

<< Mírame y escucha, caminante. Te estoy hablando a ti. Sí, a ti, aunque te extrañe. Soy yo, ese árbol que estás viendo plantado para siempre a la vera de este camino por el que sueles ir a tus ocios o a tus negocios. Nos has visto mil veces a mí y a mis hermanos, en este mismo o quizás en otros lugares. Tanto, que ya casi ni nos miras, y, pese a ello, puede ocurrir que aún no nos conozcas como es debido. Sabes de nosotros muchas cosas, casi todas, puesto que tú o alguno de tus congéneres nos habéis estudiado hasta la saciedad, lo mismo que habéis hecho con todos y cada uno de los habitantes del planeta y después os habéis transmitido esos conocimientos para obtener de ellos el mayor provecho.
Es natural que sea así. Cada ser, pertenezca al reino que pertenezca, con mayores o menores posibilidades, procura aprender minuciosamente todos los entresijos de aquellos elementos que le han de servir para su sustento o supervivencia, así como a tratar de defenderse de los incesantes ataques de sus depredadores. Luchan, se esconden, se mimetizan o, al menos huyen. Para ello cuentan con sus propios medios, pero yo, ya lo sabes, estoy muy disminuido. No puedo moverme como bien quisiera, y por tanto, si no puedo ni siquiera huir, tampoco tengo posibilidad de visitar sitios, conocer parajes, deambular sin más. Mis pies, constantemente anclados, no me permiten la locomoción y sólo me valen para alimentarme y poder aferrarme al suelo a fin de que no me derribe algún ventarrón desaforado y terco.
Me dirás que otros tienen otras limitaciones y quizás de mayor importancia. El topo o el murciélago no ven, y el escorpión no oye, ya lo sé. Pero todos magnificamos nuestras desgracias, y esta de mantenerse siempre quieto puede que sea la peor de todas. Este o esotro, van y vienen, se afanan o retozan, volando, nadando, corriendo o aun reptando, pero no tienen la imposición de la quietud. El río corre su curso aun cuando no pueda tornar nunca, sino seguir obcecadamente hasta el mar, y este mar lleva sus aguas, en calma o de un modo bravío, de un océano a otro.
Mas yo he de quedarme aquí, ya me ves, impertérrito, aguardando una hora y otra hora. Esperando a que el aire me acaricie y me cuente, susurrando entre mis hojas, como van los asuntos en otras latitudes. A que los pájaros acudan a posarse entre mis ramas, y mientras se acarician y se arrullan, me digan si granaron ya los trigos, o si ha llegado la nieve a las montañas. Deseando estoy que venga el sol, mi buen amigo el sol, a calentarme un poco en los inviernos, a acariciarme en las mañanas abrileñas, o adormecerme en las tardes calurosas del verano. A que la bendita y siempre escasa lluvia calme mi sed, me lave y me refresque, y me cuente los secretos que las nubes guardan en sus armarios de algodón. A que me envuelva la sigilosa noche para contarme en amorosa compañía sus secretos de aquelarres y leyendas.
Como verás, gracias a tantos, puedo disfrutar de la vida y saber de lo importante que ocurre en el mundo. Aunque también estoy habituado a que los hombres me traten usualmente como si fuera algo que les molestase y les incordiara, y no se acuerden de mí y de mis hermanos, si no es para sacarnos beneficio o expoliarnos. Ya sabes aquello de que sólo se tiran piedras contra los árboles que dan frutos. No, no lo niegues. Los hombres sois así de explotadores y obtenéis de todo, y por supuesto también de nosotros, cuanto podéis. Nos quitáis corteza, flores, hojas, frutos, esencias, nuestra propia masa que utilizáis para muebles, leña o papel, y hasta nos sacáis la savia para hacer ungüentos y mejunjes.
Pero no creas, mi amigo, que todo esto son quejas y que por ello estoy, o estamos, tristes o quejicosos alguno de nosotros. Al contrario, ten por seguridad que somos felices por el mucho beneficio que damos. ¿O es que no es un placer sacrificarse en hacer bien a los demás? Por eso, aunque sólo sea por eso, no nos importa otorgaros cuanto queda dicho y aun lo que olvide. E igualmente debo añadir que nos llena de contento y de orgullo, además, saber que os servimos de ornato, embellecemos los paisajes, limpiamos el aire, fortalecemos el suelo, y damos sombra y cobijo a cuantos se nos acercan.
Y aún tengo que hablarte de otras dos misiones que son las que mayormente me letifican, ya que ellas hacen que se practiquen ritos al dios Amor. La primera es poder servir de cómodo alojamiento a las aves para que me utilicen como solar donde ejercitar sus escarceos de pareja primero, y luego instalar su casa durante el alumbramiento y la crianza de sus hijos. ¡Qué hermoso es ver como nace la vida! La otra, desgraciadamente ya en gran desuso, es ofrecer nuestra piel, para que en ella, casi siempre a la hora del crepúsculo, alguien tatúe unas letras y unos números como testimonio de promesas eternas y sublimes. Escucha y créeme, caminante. Molestaban un poco las sajías, pero era muy bonito ser después, y por mucho tiempo, el rugoso testimonio de un cariño.
Y ahora que ya sabes alguno de mis secretos, sigue haciendo camino al andar y que la paz te acompañe en esa tu andadura >>

Setiembre 2007

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 21 de setiembre de 2007

No hay comentarios: