viernes, 1 de febrero de 2008

Los cuentos

Los cuentos
Ramón Serrano G.

“Margarita, está linda la mar, y el viento….”

Sé que en otros tiempos la evaluación, para tasar y apreciar tantas y tantas cosas, y sobre todo, el arte en sus más diversas acepciones, fue muy otra que la actual y puede que nunca acabe entendiendo qué misteriosa escala de valores emplea el hombre en el día de hoy para hacer ese justiprecio. Mercancías y productos han habido a lo largo de la historia cuya cotización ha sufrido enormes variaciones, dependiendo de su escasez o de la importancia de su uso, y ahora por diversos motivos, como el volumen de empleo, los medios de producción o los transportes actuales, su valía es más bien escasa, o, al menos, no tan apreciada como antaño. La sal, o las especias, hoy un tanto minusvaloradas, fueron en su día materiales enormemente bienquistos y su posesión enormemente disputada y producidora de viajes, aventuras, imperios y negocios a gran volumen.
Sin embargo, y dentro del apartado del arte, esa actividad humana dedicada a la consecución de cosas bellas, y cuyos logros deberían venir a suponer para las personas lo mismo en estas fechas que lo hacían en épocas pretéritas, sin embargo, digo, la valoración de algunos bienes o consecuciones culturales, se ha visto muy alterada al correr de los tiempos, sin que a mí se me alcance el motivo de dicha alteración en su importancia. Ya sé, ya sé, que inmediatamente podrían venir a darme doctas razones técnicas los profesionales y peritos en las distintas materias, pero no lograrían convencerme de por qué hay una diferencia tan enorme en la realización del prodigio, y la baja adhesión del gran público, que actúa posteriormente, y con importancia, en su apreciación.
Pongamos varios ejemplos y veremos en el primero que tiene infinitamente menos tasación, tanto por parte del aficionado como de la crítica, una acuarela que un óleo. Sí, sí, reconozco que este tiene más grandeza, y que es el más utilizado por los grandes autores. Pero no se trata de rebajar el mérito de un sistema, sino el de no menospreciar al otro y creo que sea cual sea el método utilizado en la pintura del cuadro, se puede alcanzar perfectamente que ambos posean la misma o similar belleza. Y aún hay más. Podríamos decir que existe la dificultad de que si el autor se equivocase al pintar aquellas no puede hacer rectificación alguna, mientras que este otro sistema aceitoso sí que admite reparaciones y enmiendas.
Vayamos a la música y observaremos cómo se ha casi ninguneado a la zarzuela (se le llamó, injustamente para mí, “género chico”), o a la opereta, en contraposición a la muy justa fama que desde siempre se le otorgó y se le concede a la ópera, quizás debido a la, normalmente, gran extensión de esta y a su excepcional acompañamiento musical, que le han hecho que sea introducida en la más culta tradición musical. Y pese a que la ópera es de producción internacional y a través de varios siglos, mientras que la modesta zarzuela sólo viene a darse en nuestra patria y durante un no muy extenso período de tiempo, tengo mi extrañeza no por el inmenso reconocimiento que con toda ecuanimidad se le viene haciendo a la ópera mundialmente, sino por el casi escaso, y un tanto localista, aprecio que se hace a nuestra música lírica.
Y pasemos, por último, al terreno de la literatura, en la que los géneros de la poesía y el cuento, han perdido muchos enteros y una gran parte de los muchísimos aficionados que tuvieron a lo largo de muchos siglos del segundo milenio de nuestra era. Hoy han cambiado en gran magnitud los gustos de los lectores, ya que han ido derivando principalmente hacia la novela, hasta el punto de que en estas fechas estamos atravesando un aluvión de estas narraciones, versadas sobre temas históricos unas veces y pseudos-históricos otras muchas. Y todo ello en detrimento del género poético y de la narración breve, que tuvieron en épocas pasadas gran éxito y una profusión de seguidores que sabían darles su verdadero valor.
Centrándome sólo en los cuentos (que la obra poética merecería capítulo aparte) no entiendo por qué están tan arredrados, hasta el punto de que muy poca gente los busca y casi nadie los lee. ¿Se debe esa postergación a la cantidad y no a la calidad de lo escrito? Craso error si así fuera, que un collar no es más valorado por el tamaño de sus perlas, que podrían ser barruecos, sino por la perfecta redondez y el oriente de las mismas. Así quisiera que alguien viniera a decirme qué motivo existe para que se recuerde mucho más a Leopoldo Alas por La regenta, que por Adiós cordera. La razón que hay para que casi todo el mundo se sepa de memoria el argumento y la autoría de El retrato de Dorian Grey, y pocos hayan leído a Oscar Wilde en El ruiseñor y la rosa. Que se me diga la causa por la que todos sabemos que fue Cecilia Böhl de Faber (Fernán Caballero) quien escribió La Gaviota, pero pocos que es igualmente la autora de La suegra del diablo.
Sin mayores razonamientos, por otra parte innecesarios, vaya hacia ti, lector, esta apología y mi súplica de que vuelvas a leer tantos y tantos cuentos maravillosos, que en toda época y lugar son, y han sido. Como ese en el que el insigne Rubén Darío nos dice, poéticamente, aquello de:
“…Margarita, te voy a contar un cuento. Esto era un rey que tenía un palacio de diamantes…”

Marzo de 2006
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 24 de marzo de 2006

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