jueves, 13 de enero de 2011

Coplas

Coplas
Ramón Serrano G.

-¡Hola! Me imagino que te extrañarás al recibir esta carta, pero ahí la tienes. Creo que no la esperabas y puede que ni tuvieras deseo alguno de recibirla. En realidad, aún no sé por qué la he escrito. Quizás lo haya hecho para dejar plasmadas las miles de conversaciones que sobre nosotros y nuestra vieja y extinta relación, tengo mantenidas y mantenemos mi locura y yo, y nadie más, desde que nos separamos, ¿hace ya…?, no sé qué tiempo. Desde entonces, todos los días, absolutamente todos los días, dedico un rato a ese mudo diálogo interno, dudando si al hacerlo me ocurrirá como al que cada tarde acude al bar a tomar unas copas que acabarán por destrozarle el hígado, o, por el contrario, me beneficiará como a quien cada mañana hace unos ejercicios físicos programados y metódicos.
Pero no es por el mal o buen resultado que pueda ocasionarme el hacerlo, por lo que tengo esa constante “obligación” de hablar contigo a solas, imperativo que, por supuesto, cumplo a rajatabla. Así satisfago ese menester de que tu alma y mi pensamiento, tu mente y mi corazón, se digan y escuchen todas esas cosas que ellos necesitan o, mejor dicho, que un día necesitaban. Además quiero que sepas que, en esos delirios, jamás me ocupo en buscar culpables de lo sucedido, ni las causas que lo produjeron, y ni tan siquiera me planteo soluciones o componendas que, es obvio, ya no pueden darse bajo ningún concepto. Además, todo eso sólo serviría para atormentarme. No. Lo dejo así, tal como está, y aunque me pese.
Como digo, lo que sí hago casi constantemente es lo que hacen, o deberían hacer, todas las parejas que en el mundo son. Converso contigo, dialogo sobre nosotros, sobre los amigos, el trabajo, los libros, la música, la historia, el porvenir, el hombre y sus circunstancias. ¡Sobre tantos temas! Y en esos deliquios y con esos coloquios en los que nos expresamos nuestros pareceres, en los cuales a veces disentimos y a veces concordamos, pero que siempre nos ayudan a entendernos, vivo de nuevo junto a ti, bajo tu protección y dándote mi ayuda, con tus enseñanzas y mis consejos, con tu sacrificio y mi esfuerzo. Y me hago la idea de que aún somos la pareja que fuimos, y, en el colmo de la guilladura, llego a creer que todavía nos queremos. Ignoro si a ti te ocurre alguna vez lo mismo. Pero da igual.
Lo peor es que también todos los días se me vienen de nuevo a las mientes, cómo sin esperarlo, los roces y escollos que fueron apareciendo en nuestra relación por motivos que entonces parecieron baladíes y luego resultaron trascendentes, que ignorábamos su procedencia, pero que daba la impresión de que querían separarnos. Parecía como si alguien se empeñase en poner una valla a nuestras vidas para que no siguiesen comunicadas la una con la otra. –Eso es querer ponerle puertas al campo, me dije yo. Y hablando de puertas y de nuestros amores, déjame que te recuerde las letras de algunas soleares que, como aficionados al flamenco, escuchamos por entonces. Me dijiste en una ocasión, bien que me acuerdo: Como la puerta crujía, aceite le echaba yo, la noche que tú venías.
Pero las cosas fueron de mal en peor, creo que porque alguien con malignos poderes se empeñó en destruir nuestra unión y nuestro cariño, con tanto empeño y eficacia, que acabó por conseguirlo. Un, o unos, cuyos nombres ni tú ni yo olvidaremos nunca, y que, con felonías y dizques, consiguieron su propósito, que no era otro que el acabar con algo tan hermoso que aquello que había surgido entre nosotros. Alguien que logró que tuviésemos más fe en los extraños que en nosotros mismos, cosa que no debimos hacer nunca. Pero así sucedió, bien que me pese. Al final, cuando todo estaba a punto de romperse, o mejor dicho, cuando ya estaban los añicos tirados por los suelos, te informé en un postrer suspiro: Dejo la puerta entorná, por si te diera algún día, la tentación de empujar.
Pero no fue así. Las cosas fueron ocurriendo como tenían que ocurrir. Como entonces quisimos que sucedieran, aunque quizás hoy deseásemos que se hubiesen desarrollado de otro modo. O tal vez no, pero eso, como tantas otras cosas, jamás lo sabremos. Lo cierto, es que llevamos ya muchos años peregrinando por distintos derroteros, y aunque te acabo de contar lo de mi onírica y gratificante charla cotidiana, también es gran verdad que hoy en día recito con verdad, y demasiadas veces, aquella otra copla que aclaraba: Tu calle ya no es tu calle; que es un camino cualquiera, camino de cualquier parte. Lo hago con dolor, pero lo hago.
Y estos son todos los motivos que me han llevado a escribirte hoy. Bueno, todos no, que aún me falta uno. Aunque es posible que ya no te interese saberlo, he de decirte por último, que mi vida tiene muy mucho de monótona y nada, prácticamente nada, de dichosa. Que añoro, y no me avergüenza confesarlo, tantas y tantas cosas buenas que me diste y que me hicieron muy feliz. Y que la mayoría de las noches, antes de desvelarme, pues dormir apenas duermo, canto muy quedo, en un susurro, aquella copla que ruega: Todos le piden a Dios, la salud y la libertad; y yo le pido la muerte, y no me la quiere dar.

Enero 2011
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 14 de enero de 2011