jueves, 20 de febrero de 2014

Corito y..(I)

Para Ramón Dueñas G., impenitente lector de mis escritos, con mi agradecimiento. -Mira Luca, yo, que afortunadamente he viajado por toda España, te aseguro que puedes encontrar en ella los más maravillosos lugares y rincones que alcances a imaginar. En la Lora, en las marismas gaditanas, en el Rincón de Ademuz, en la Ulloa o en otros muchos sitios de nuestra patria, existen lugares que recordar sí quiero, hay parajes y entornos dignos del mayor elogio, y en ellos se puede encontrar una fauna y una flora capaces de satisfacer los gustos más exigentes. Además en ellos, y esto quizás sea lo más importante, se puede vivir una vida maravillosa. Una vida apacible, tranquila, carente de artificios. Y parece ser que, en uno de estos deliciosos sitios, ocurrió en cierta ocasión una historia, que supe por casualidad, que paso a contarte, y que espero te guste. Verás: Por unas brañas y larras vivían, pacífica y felizmente, una gran cantidad de animales, de toda clase y condición, en esa armonía cuasi perfecta que les había impuesto la madre naturaleza. Por ellas, deleitándose en la sencilla, pero esplendorosa, belleza de romeros, cardos (corredores, borriqueros o marianos), jaras, lavandas, azotacristos o tomillos, convivían a sus anchas, a más de otros muchos animales e insectos, muchas aves de las que hablaremos más adelante. Y, de entre todas, sobresalía la vida de un petirrojo, al que llamaremos Corito, el cual por su intensa actividad, se parecía bastante a su pariente americano comúnmente conocido como robín. Era, como la mayoría de los de su raza, atrevido y curioso, capaz incluso de salir a los caminos para ver quien se aproximaba a su territorio y alertar a los demás con un chip-chip seco y metálico, distinto a su muy melodioso gorjeo habitual. Pero ante todo era sociable en grado sumo aunque a cada quien trataba de manera diferente. Así, se dirigía con gran respeto a mirlos, cuervos, y alcaudones o verdugos; con admiración a la abubilla, por su majestuosidad; en franca convivencia con escribanos, trepadores, estorninos (ruidosos e imitadores) e, incluso, con los rabilargos, amén de con los humildes y gregarios gorriones; a las grajillas las veía demasiado tristes y a las abejarucas, de una enorme belleza aunque demasiado grandes; pero lo que más le apasionaba, y se derretía de satisfacción con ello, era coquetear con “carboneras”, “jilgueras” y “ruiseñoras”, y hasta hacía artilugios con su canto por ver de imitar, y aún de mejorar si ello fuera posible, el de los machos de estas especies. Su vida era feliz de esa manera, compartiendo ilusiones, esperanzas y conocimientos con unos y con otros, y al final conviviendo con todos. Pero una tarde, en la que nuestro pájaro se había retrasado en recogerse, y un autillo había salido a hacer su ronda un poco antes de la anochecida, se encontraron, y la rapaz le chió al petirrojo: - Han llegado hasta mí los comentarios (has de saber que los rumores se propagan con más facilidad cuando es de noche) de que tu vida es asaz sociable y campechana con muchos de los nuestros, pero que nunca se te ve tratando de enamorar a una de tu raza, de formar tu propia familia y tener tu descendencia. -Eso es verdad, le contestó nuestro amigo Corito. Pero es que pienso que tengo mucho tiempo aún para padrear y estar más recogido. -Pues no andas en razón obrando de ese modo, que las cosas hay que hacerlas a su tiempo, y a ti el de aparearte, te llegó tiempo ha. No hizo caso nuestro amigo, y al poco, cuando en cierta ocasión volvieron a encontrarse, el autillo volvió a darle la misma amistosa admonición, que tampoco fue puesta en práctica. Pero unas semanas más tarde, Horacio, el petirrojo más viejo de la zona, buscó al protagonista de esta historia y le chirleó de este modo: -Sé, pues todos me lo dicen, y yo lo he comprobado, pues mi senectud casi me obliga a ello, que tu modo de vida, siendo bueno, no se ajusta a los cánones establecidos. Eres amigo de todas las aves, tanto del bosque, como del prado y la garria, y con ellos pías y gorjeas de mil y un asuntos. Eso estaría muy bien (y de hecho lo está), pero siempre que cumplieras también con la general obligación que todos tenemos de que nuestra especie no se extinga. Busca pareja y ten petirrojillos. Serás más feliz que ahora eres, y me lo acabarás agradeciendo. Hizo nuestro buen pájaro una señal de asentimiento y obediencia hacia lo que acababa de escuchar, y desde el día siguiente se dedicó seriamente a seguir las recomendaciones que le habían dado. Desde el amanecer salía a buscar a alguna calaña, pero pronto comprendió que no era lo mismo dedicarse a practicar el chichisbeo o el quillotro, que a tratar de conquistar a la madre de sus polluelos. Y, de pronto, le asaltaron todas las dudas del mundo, por lo que esta, por fas, y aquella por nefás, ninguna le parecía lo debidamente apropiada. Y tras los titubeos y las indecisiones, llegaron los temores ante la terrible posibilidad de no encontrar a la que fuese adecuada. De haber derrochado irremediablemente su tiempo. Pasó algunas semanas en ese desagradable estado, pero una mañana -para él la mañana más bonita del mundo-, se encontró con la petirroja más linda que imaginarse pueda. Una avecica tan deliciosamente bella, que parecía salida del paraíso. En ese instante no dio crédito a lo que estaba viendo, y un momento después ya había elucubrado un sinfín de posibilidades:¿ tendría ya pareja?¿ lo aceptaría?¿ viviría en otras latitudes? .. Pero todo eso no tenía importancia alguna ya que tuvo, de inmediato, la certeza de que estaba hecha para él. De que era la pajarita de su vida. Y presto se fue hacia ella.. Ramón Serrano G. Febrero de 2014