viernes, 8 de abril de 2016

El justiprecio

Podemos decir que un alto porcentaje de los seres humanos suelen cobijar bajo la rutina cuando, alcanzada la mayoridad, tienen que tomar parte activa en el desarrollo de sus vidas. Pero antes de seguir quiero aclarar que, aunque me he puesto a hablar en tercera persona, podría haberlo hecho perfectamente igual en primera o en segunda. O dicho de otra forma, que lo que voy a decir de ellas nos sucede a todos, o casi. Y, a mi pobre entender, lo que ocurre es que, usualmente, se tiende a que la vida de cada uno se desarrolle igual, de la misma forma y manera, que la de los demás. No se quiere, dentro de las propias posibilidades, ser menos que nadie, y eso está bien, mas la gran mayoría suele hacer pocos esfuerzos y sacrificios por destacar, por lograr hitos o metas poco comunes y sobre todo si estos son, al parecer, de escaso relieve, aunque en realidad, mirándolos en el fondo, no lo sean. Y si no los buscan, mucho menos reflexionan sobre ellos. Llegados a la edad en la que se obtiene la cualidad de mayor, se lucha enormemente por conseguir un trabajo; obtenido este se buscan casa y mujer, que luego vendrán los hijos… y a vivir. Días, ollas, y bueno ha estado lo bueno. Si observamos atentamente veremos que se deja que todo vaya transcurriendo a su aire, sin prisas, procurando tan sólo no quedarse atrás ante los otros, pero cayendo en el conformismo del “Por lo menos…” . Y así está el porlomenos de me trae un sueldo fijo todos los meses; el porlomenos de tengo siempre la cena preparada y una camisa limpia; el porlomenos de podría ganar más, pero es un trabajo fijo; el porlomenos de así tenemos con quien salir los sábados a dar una vuelta. Otros muchos ejemplos de porlomenos podría traer si quisiera, pero puede que ya sean suficientes con los referidos al matrimonio, el trabajo o las amistades. Mirándolo despaciosamente, creo que, en verdad, es esta una extraña costumbre entre los humanos. Somos pronos a quejarnos, y muchas veces, a hacerlo amplia y minuciosamente, y sin embargo muy recatados a la hora de valorar y, sobre todo, de pregonar las cosas buenas que tienen o les acaecen. Y es más, si las cosas vienen mal dadas, las desventuras se estudian en tamaño e importancia, para luego airearlas a los cuatro vientos y, casi siempre, magnificándolas. Sin embargo, y repito, el comportamiento de las personas no es proclive a elogiar las cosas buenas de las que hayan gozado en el pretérito o las estén disfrutando en el presente y esta omisión se da tanto ante los demás como ante el mismo sujeto beneficiario. Reconocerán conmigo que muy escasas veces nos sentimos íntimamente complacidos por lo alcanzado. Piensen cuánto tiempo hace que no nos hemos dicho, y más importante aún, que escasamente hemos reflexionado íntimamente, a solas, en la quietud de la noche o en la soledad del campo con frases convincentes para nosotros mismos, con introspecciones, como estas: - La verdad es que fui muy afortunado cuando conseguí casarme con la mujer con la que he compartido mi vida. Cuantas veces me he sentido deprimido, sin fuerzas, o sin ganas, es ella la que me ha animado para seguir luchando y así poder sacar adelante a la familia. Ella es la que ha sabido siempre hacer proyectos y sacarlos arriba; hacer economía de manera inverosímil; tener la casa y a todos nosotros como un jaspe. ¡Nosotros! ¡Qué hubiese sido de nosotros sin ella! O: - Hay que ver lo bien que nuestro amigo Deogracias se porta con nosotros. En cuanto coge los primeros melones nos trae dos espuertas; cuando me operaron fue varias veces a verme al hospital; hace un par de años me prestó tres mil euros, me dijo que se los devolviese cuando pudiera y no quiso que le firmara ni un papel. El hombre que tiene amigos tiene una fortuna, y nosotros, afortunadamente los tenemos y buenos- O esto otro: - No lo quiero comentar con nadie, pero nunca pensé que podría llevarme una alegría tan grande como la que acabo de recibir cuando mi hijo mayor ha terminado su carrera. Es el primero de mi familia que lo hace, y lo ha conseguido con un esfuerzo que no sé de dónde lo habrá sacado. Yo me he limitado a costearle los gastos, y raspando, aunque me imagino que su madre le habrá untado un algo, pero él, sabiendo el enorme rendimiento que le podría sacar a su esfuerzo, no lo ha escatimado y ha logrado un triunfo que nos tiene en la gloria. Y a qué seguir con más alusiones. Sólo de pasada, y dándole un enfoque distinto haré alusión muy brevemente al tema económico. Cuando una nube se lleva parte de la cosecha, sea esa parte grande o chica, tienen conocimiento de ello tirios y troyanos; pero si al remolque se le vienen cayendo los racimos de lo cargado que está, decimos: - Chitón todo el mundo que esto a nadie se le importa. Sin embargo, como a este tema podríamos darle un enfoque distinto, prefiero dejarlo. Pero volviendo al tema que nos ocupa, diré que si las cosas vienen mal dadas, de inmediato nos enfundamos el uniforme de plañidera y saturamos de lamentaciones y ayes a todo el que quiera oírnos. Sin embargo, ante los logros nos comportamos como si no nos hubiésemos enterado, y lo silenciamos ante los demás, lo cual puede llegar a ser malo o bueno según se quiera ver. Pero en casi todas, o en demasiadas ocasiones no hacemos ante nosotros mismos, a solas, y sin fatuidad ni jactancia, un sincero justiprecio. Y eso es hermoso, juro que es hermoso sentirse agradecido primero, satisfechos después, para luego saberlo, quererlo reconocer y que nos lleve a la gloria. Ramón Serrano G. Abril 2016