lunes, 28 de enero de 2008

Felicidad

La felicidad
Ramón Serrano G.

<<…dicique beatus ante óbitum nemo debet…>>. Ovidio

Entre las muchas o pocas cosas que hay en nuestro conocimiento, aparece una que todos sabemos que existe, aunque muchos niegan su presencia, Pero sabemos que está ahí, que alguna vez podemos lograrla y que, de hecho, lo hemos conseguido aunque haya sido en contadas ocasiones. Me estoy refiriendo a la felicidad. De cualquier modo es triste tener que decir que algunos la conocemos, o si prefieren la conocen, muy poco, y otros saben, o sabemos, de ella casi nada, pues casi nada la han, o la hemos, experimentado.
Por otra parte, recuerdo bien cuando en el colegio nos enseñaban aquello de los sustantivos y de los adjetivos y cómo a cada uno de los primeros se les podían adjudicar muchos de los segundos (demostrativos, determinativos, ordinales, partitivos, etc.) pero sobre todo los calificativos. Y traigo aquí esta reminiscencia gramatical, porque creo que a la felicidad sólo le cabe un adjetivo. Exclusivamente se le podría aplicar el de efímera, ya que es esta cualidad, si no la única, sí que la define en un noventa y nueve por ciento. Y tan pasajera suele ser, que quien es dichoso hoy puede que no lo sea mañana, o viceversa. Por ello, igualmente he querido recordar en la cabecera de este escrito la frase del poeta latino: <<…nadie debe ser llamado feliz hasta su muerte…>>
Nos dice el diccionario, que la felicidad es aquella situación del ser para quien las circunstancias de su vida son tales como él las desea. O sea es algo que sentimos dentro, aunque todos los condimentos para ese guiso hayan de venirnos de fuera. Y si citamos los condumios, digamos que por muy buenos ingredientes que se preparen, si no existe un buen cocinero, la comida será alimento pero no manjar. Porque hay que saber que la felicidad, como ya está dicho, se compra con céntimos, no con billetes. Es decir, no hace falta conseguir cosas muy valiosas para ser dichoso. Recordemos la historia de aquel rey que mandó a sus emisarios para que le trajesen la camisa de un hombre feliz. Marcharon los embajadores por esos mundos y estuvieron varios años sin regresar. Cuando lo hicieron llevaban las manos vacías y dijeron al rey: “Majestad, no traemos nada porque el único hombre feliz que hemos encontrado, no tenía camisa”.
Pero volviendo a nuestro tema, diremos que en cuanto falta una de esas aludidas condiciones, la felicidad no accede a nuestro ánimo. Es como esos peces que sólo viven en aguas puras y si estas se contaminan, desaparecen por completo. También por ello, cuando conseguimos alcanzarla, con que tan sólo una mota, una brizna, una miaja se interponga, se va de nuestro entorno con la rapidez de la presa que olfatea al depredador. Hemos de reconocer además la enorme dificultad que hay para alcanzarla, porque la verdad es que, la muy puñetera, se hace de desear lo que todos ustedes y yo sabemos. Montón hay de motivos que nos hacen sentirnos molestos, apesadumbrados, ceñudos, desasosegados o, como mucho, indiferentes. Pero se tienen que dar un sinfín de condiciones y circunstancias para alcanzar la tan deseada satisfacción espiritual. Yo no puedo hablar en primera persona, porque afortunadamente me duermo en una riña, pero los hay que para conciliar el sueño necesitan, silencio, oscuridad, estar cansados, no tener algún pensamiento fijo, y por supuesto ninguna preocupación. Pues igual nos ocurre a todos para sentirnos venturosos, que cualquier ruidito, claridad o idea mantenida, lo impide.
Y la verdad es que la felicidad está ahí mismo, al alcance de nuestra mano, a la vuelta de la esquina. Decía Epicuro: “..el cuerpo humano está sometido al dolor y a la muerte, pero también tiene infinidad de posibilidades para el conocimiento, la sensibilidad y la felicidad”. O ¿es que no es inmensamente feliz la mujer que, tras tres o cuatro años de casada, nota que lleva ya un par de meses sin la empecinada sangría?; o ¿el agricultor que ve como sus mieses granan y se ceriondan?; o ¿el padre que asiste a la graduación de su hijo?; o ¿el mozo que observa entreabrirse a su paso una ventana y en ella, tras los geranios, los ojos más hermosos de este mundo?. Si me permiten, les quiero contar algo que me sucedió hace algún tiempo.
Una madrugada estaba yo, como es mi costumbre, entreteniéndome con mis escritos y mis lecturas, cuando oí a mi mujer trajinar en la cocina. Extrañado le pregunté y me dijo que le estaba haciendo un biberón a una de mis nietas que aquella noche dormía en casa. Cuando lo tuvo preparado me invitó a que la acompañara para ver el espectáculo, que así puede llamársele ya que el diccionario define dicha palabra como suceso impresionante que se desarrolla a la vista de alguno. Pero sigo. La niña, algo más de dos años, pese a su sueño profundo, asió con deseo el frasco del alimento y lo devoró en menos que se persigna un cura loco, con una fruición y un gusto increíbles. Cuando acabó con su sustento, aunque seguía dormida, alargó satisfecha la mano que sujetaba el envase, sabedora de que allí cerca habría otra mano que se lo recogería. Después hizo un par de muecas, se dio media vuelta y continuó durmiendo plácidamente, saciado su estomago, arropado su cuerpo y sintiéndose velada y protegida por alguien querido. En ese momento aquella niña, su abuela y yo, éramos muy felices.
Pero quisiera decir que ese diccionario al que antes aludía, olvida, a mi modo de ver incomprensiblemente, añadir al sustantivo “circunstancias”, los adjetivos de honorables, dignas, o simplemente buenas. Porque nunca puede ser feliz el insaciable avaro; ni el felón miserable que pega a una mujer; ni el terrorista, ¡grandísimo hijo de puta! que descerraja un tiro en la nuca o hace estallar una bomba para matar indiscriminadamente. Porque jamás la avaricia y la ruindad, el maltrato y la vejación, el terror y la violencia, pueden hacer felices a quienes los ejecutan, aun cuando la autoría de esas obras sea la gran aspiración de los indeseables sujetos que las perpetran. Aunque ellos, y algunos como ellos, se sientan satisfechos realizando estrapalucios, zalagardas y fechorías como las citadas.
Mas no estamos en fechas de hablar de infamias y tipejos de esa calaña y además nuestro tema principal era otro y a él retornamos. Simplemente para recordar que a veces, aunque sean pocas las veces, es de notar lo poquito que se precisa para que nuestra alma se serene, sea feliz, y que bonancible, relajante, deleitosa y fruitiva es la felicidad. Aunque sea tan efímera.
Navidad de 2004

Publicado en el extraordinario de Navidad de 2004

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