jueves, 30 de octubre de 2008

El retorno

Eunostos
Ramón Serrano G.

En épocas antañonas, las gentes solían morir siempre donde nacían. Apegados a su tierra, viviendo en ella y de ella, mal que bien las más de las veces, y con pocas posibilidades de dejarla en aras de unas mejoras, a veces imprescindibles y siempre difíciles de conseguir. Pero desde la noche de los tiempos la vida del hombre ha ido sufriendo incontables modificaciones de todo tipo. Unas para bien, otras para lo contrario, y todas ellas motivadas por un sinfín de razones, que sería prolijo e innecesario explicarlas aquí ahora.
A uno de esos cambios aludidos es al que hoy quiero referirme. Precisamente a la diáspora de tantos grupos étnicos que a lo largo de los años ha habido desde el agro a la urbe, de una región a otra, o de esta nación a aquella. Citaremos, tan sólo de pasada, que el desarrollo industrial, la mecanización del campo y los escasos salarios fueron los principales motivadores del aumento de las ciudades y el empequeñecimiento y, a veces, hasta la desaparición de los pueblos. Muchos, muchísimos, han sido los hombres y mujeres que han dejado su lugar, creo que algunos con agrado, algunos con dolor y resignación, otros movidos quizás por la codicia, pero los más, abrumados por la necesidad,.
Pero no es a los motivos del éxodo a los que dedico mi atención, sino a la huella que ello pudo dejar en el alma de los que tuvieron que hacer la maleta y buscar nuevos horizontes. Es seguro, como antes dije, que a la mayoría les tuvo que costar mucho, a veces sangre, porque era lanzarse a lo ignoto, o al menos a lo distinto, abandonando por completo lo hasta entonces habitual. Admitir lo que saliera, siempre, eso sí, con la mayor dignidad. Tragar carros y carretas a veces, con tal de sacar adelante la vida y la familia. Y por las noches, rendidos en una cama que no reconocían como suya, metidos entre unas sábanas que no tenían como propias, oliendo unos aires a los que no estaban acostumbrados, digiriendo alimentos que su paladar encontraba muy distintos a los saboreados cuando niños, se fueron creando una personalidad diferente a la que hubiesen poseído de no haber tenido que emigrar de su patria, ya fuese esta la grande o la chica.
Cabe observar, y es a lo que voy, que entre los emigrantes, hay quien se va del pueblo y retorna a veces, ya sea en una vacación, en fecha determinada, o cuando puede. Aquello de:”..Mi aldea/cuanto el alma se recrea al volverte a contemplar”, que cantaba Juan en “Los Gavilanes”. Para un poco, o definitivamente, pero regresan. Son aquellos que tienen muy profundas las raíces que les unen con el lugar en el que les cortaron el cordón umbilical, y mantienen ahorrados, en una hucha dentro de su alma, los recuerdos del tiempo antañón en el que vivieron apegados a su tierra, y se esfuerzan por mantenerlos.
Son los que con su alma siguen recorriendo las mismas calles y plazas de su niñez o juventud, aunque su nombre no figure ya en el padrón municipal. Pese a esto, se siguen acordando de contino de su lugar de origen y, aunque estén agradablemente asentados en su nueva residencia, tienen constante contacto con aquél. Hablan cuando pueden con los que como ellos están lejos. Leen o escuchan todo cuanto referente a su tierra llega a su poder. Tienen en su nuevo hogar cantidad de fotografías u objetos que les hacen recordar lo que nunca han olvidado. Son los más, y los más no pueden estar equivocados. Hay un proverbio que dice que si cien hombres cruzan el río por el puente y uno lo hace vadeándolo, posiblemente sea este el desatinado.
Pero debemos pensar en que hay también quienes no vuelven nunca, unos porque no pueden y otros porque no quieren. De la actitud de aquellos no cabe hablar ya que alguna imposibilidad no les deja libertad de acción. De estos, los hay de distintas clases. Algunos sienten despego hacia su pueblo pues no han hallado en él el abastecimiento necesario de sus apetencias y al abandonarlo, no lo olvidan porque les es imposible, pero prefieren no traerlo a la memoria. Otros han encontrado en su nuevo aposento beneficios que no tenían en el anterior, se acomodan en ellos y se aferran al dicho de que no es el hombre de donde nace sino de donde pace. Cabe decir que son los menos y pocos, pero como existen, había que citarlos.
Por otra parte, los que nos hemos quedado aquí, los echamos de menos a todos. Sí, a todos. A esos que siendo querendones vuelven con frecuencia; a quienes lo hacen esporádicamente y a los que no encuentran, o prefieren no encontrar, el camino de retorno. A nosotros nos da igual, fuerza nos es. Y si con verdadera satisfacción recibimos a los asiduos que a los ocasionales, también lo haríamos con los olvidadizos, si algún día recuperasen la memoria de sus ancestros. Todos serán siempre bienvenidos para la mayoría de los que nos mantuvimos en el lugar. Por eso, veríamos con mucho agrado que a la entrada del pueblo hubiese un gran cartel que les dijese: “EUNOSTOS”, que en griego, ya se sabe, significa: FELIZ REGRESO.

Octubre de 2008