jueves, 26 de abril de 2018

La casa

Para Luis López Gonzalez., asiduo lector de estos artículos, con mi agradecimiento. La casa era solariega y grande, la mayor de todas cuantas habían conocido, y eso que habían sido muchas a lo largo de su dilatada existencia de ya algo más de veinte meses. El ratón Tromy, y el grupo gregario de hembras y crías que convivían con él, se habían sabido acomodar en ella, pues al estar prácticamente abandonada, les ofrecía un grato y, sobre todo, un acogedor espacio donde desarrollar su vida con tranquilidad y sin sobresaltos. Cabe indicar que era un grupo de ratones urbanos, que, como es sabido, son menos despiertos y sabios que los agrícolas y tienen un pelaje grisáceo mientas que el de los del campo es rojizo. Allí, aunque la vida de sus congéneres se ejercía habitualmente de noche, ellos podían salir de sus escondrijos y amagatorios a cualquier hora sin temor a ser descubiertos y atacados. Podían además merodear por sótanos, salas y salones a sus anchas como Pedro por su casa, o como Pedro por Huesca que se dijera con anterioridad, sin correr peligro alguno. El problema alimentario también lo tenían resuelto pues en el amplio jardín había cantidad de insectos, larvas y multitud de hojas que comían y mordisqueaban sin apuro. Con todas estas circunstancias, y otras que a describir renuncio, se adivina que la vida de Tromy y su amplio grupo de familiares era agradable y carente de agobios. Pero sí quiero hablar de lo que vino a ocurrir a Tromyto, el hijo mayor del jefe, el cual había sacado un carácter un tanto aventurero, que lo llevaba a estar siempre zascandileando por los lugares más inverosímiles en busca de algo que ni él mismo sabía lo que era. Por ello, dio en buscar por los lugares menos frecuentados de la casa que eran aquellos de la parte superior, puesto que los bajos y sótanos se hallaban ocupados profusamente por sus familiares. Y explorando un día por las salas del piso segundo, vio que en una de ellas había un gran mueble con estanterías, las cuales se hallaban completamente abarrotadas de volúmenes repletos de cuantiosas hojas de papel, bien encuadernados y rellenos de innumerables garabatos y dibujillos, que no había visto nunca, pero que debían tener un significado, quizás importante. De momento, no quiso ponerse a investigar si aquellos trazos y rasgos querían decir algo, y se limitó a ratonar y rustir los bordes de las hojas de aquellos tomos, comprobando que tenían un sabor realmente agradable y satisfactorio. Aquel descubrimiento le llevó a coger la costumbre ineludible de visitar diariamente la sala en cuestión, con lo que sus ausencias del grupo se hicieron prontamente notorias. Tanto que su padre, que había sido el primero en notarlo, decidido a averiguar cuál era la causa de esas desapariciones, le siguió una mañana, y al verle entrar en aquella sala, se quedó en la puerta espiando cuáles y de qué clase eran las actividades de su hijo allí. Observó cómo se subía a la estantería más baja, cogía un tomo, lo abría y empezaba a roer, despacica y deleitosamente, una de sus hojas. Al verlo, salió de su amagatorio, y dándose a ver, preguntó a su hijo la razón de sus quehaceres. Este le habló tanto del sabor agradable de las hojas como de esos infinitos, y al parecer significativos, garabatos y figuritas que tenían todas y cada una de ellas. Quedóse un buen rato pensativo el padre y habló de ir a consultar a un buen compañero que había crecido junto a él, que vivía cerca y que, a la sazón, servía de mascota a un hombre de edad. Arrancaron una hoja como muestra y con ella se fueron dos mañanas más tarde a rogar al amigo que les sacara de dudas. Al verse, tras las salvas y abrazos de rigor, el vecino dijo estar muy bien enterado del problema y se mostró predispuesto en grado sumo a disipar las dudas de los visitantes. -Mirad, les habló. Los humanos tienen unos muy raros hábitos y usanzas, y uno de ellos es este que ellos dan en llamar escritura que es un sistema de signos con los que ellos exponen los sonidos de sus gargantas y que les sirven para poder comunicarse, exponer sus ideas y conocimientos, y mantener siempre, a mano y a su disposición, sus saberes, noticias y expresiones. Es muy útil este sistema, más que el nuestro, porque nosotros, si nos topamos con una situación novedosa, hemos de recurrir, o a la generosidad de los más viejos para que nos informen, o a nuestra intuición, lo que nos lleva a cometer muchos errores, mientras que ellos se sirven de esos escritos, que así los llaman, que siempre tienen a mano y con los que adquieren infinidad de conocimientos. -¿Y podríamos nosotros a aprender a utilizar los libros?, preguntó Tromy al otro. -Claro, le contestó aquel de inmediato. Mi amo tiene por algún sitio unos cuadernillos en donde vienen explicados los rasgos y dibujos que corresponden a cada sonido, y con los que se forman las palabras y las ideas. Déjame un par de días, vuelve por aquí entonces y te los daré, y además, hojas en blanco y útiles de escritura que podréis ir utilizando para el aprendizaje primero y para vuestras necesidades sobre esta actividad después. Pero recordad siempre que lo de mayor importancia será que, cuando hayáis aprendido el método del que estamos hablando, dediquéis horas y horas, muchas, a la instrucción de vuestras mentes. Sabed que, con esta maravillosa costumbre de la lectura, no tendréis necesidad de llegar a la mucha edad para ser sabios, pues os bastará con estar dedicados a los libros. Y fijaros bien en lo que os digo: si leéis mucho, en poco tiempo vais a saber más que los ratones coloraos. Ramón Serrano G. Abril 2018