lunes, 28 de enero de 2008

El sueño

El sueño
Ramón Serrano G.

“...que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”. Calderón.

Como ya tengo escrito en un poema, últimamente estoy queriendo echarme dos amigos nuevos, aunque hoy tan sólo vaya a hablarles de uno de ellos: el sueño. Y digo que quiero camelármelo porque el sueño fue siempre mi aliado, y aunque sé que hoy ya no lo es, bien me gustaría reconquistarlo. Muchas veces quiero refugiarme en él, lo deseo fervientemente, para liberarme de cualquier desbarate o de una pesadilla. Pero también hay veces que le odio porque me anula, me impide volar junto a mi imaginación a lugares ciertamente placenteros. Ocasiones hay, sobre todo en verano, en que el calor acarrea a su enemigo el insomnio y en vano esperas un dormirte que no llega, entorpecido por el canto de los grillos. Hay momentos, sobre todo en invierno, que arropado por el abrigo de las mantas, cubierto como estoy por una barrera de animoso calor, incitado por algún sentimiento diatérmano, sueño como Lampedusa hacía soñar en el baile de “El Gatopardo” al viejo y a la joven, observando detenidamente lo que cada uno de ellos apreciaba en el otro.
Pero el sueño, bien lo sé, no es hoy mi amigo. Si lo fuese, siempre me haría bien, fortalecería mi cuerpo y mi espíritu. Mas demasiadas veces me enerva, me pone irascible, me hace sufrir. Busca irracionalmente momentos infelices, instantes en los que parece que voy a alcanzar una dicha que luego siempre resulta inasequible. Me da suspiros de placer ficticios, de contento deseado en estado de vigilia, pero que no consigo nunca al dormitarme. Porque todos, al soñar, buscamos nuestras predilecciones. Quiere, así, el niño el pecho de la madre, el caminante un buen refugio, el hambriento una humeante sopa, el amante a su amada que le caliente el lecho. Y yo te busco a ti, mas no te alcanzo. Miles de veces me ocurre que cuando voy a conseguir algo bueno - tú, por ejemplo- te me escapas, se me escabulle lo codiciado, que algo siempre abominable se interpone y me priva de su –de tu- posesión, y por tanto de la felicidad.
Y ese deseo onírico me impele a soñar con espigas, con brotes, con esquejes, con yemas que romperán fructíferas, con herederos que salvarán costumbres y legados, culturas y saberes. Y esas plantas aprovecharán, para su florecimiento, el humus de las hojas secas que ya vamos soltando los viejos árboles, hojas y desprendimiento que se inmolarán en beneficio de otros florecimientos, en aras, de constantes nuevas primaveras, de renovadas consecuciones. Ahora que al dormirme aún perdura en mi mente, casi embriagándome, el aroma de mi cosecha hace tiempo ya recolectada, ahora que ya va quedando poca agua en mi clepsidra, me ilusiona la esperanza de que los jóvenes lancen buenos puñados de grano (...vuela la simiente de su puño..) por las que luego puedan obtener recolecciones compensatorias. A esas horas, cada vez más escasas, en las que viene a visitarme el tío de la arena, mi corazón tiene alas como las golondrinas y los vencejos, y se pone a elucubrar, sin estar influido por la alegría que da el vino, y libre de los influjos y presiones de los negocios y las liturgias sociales.
Suele, digo, comprender el hombre la vida mejor en la vejez, cuando está a punto de irse y ya pocas cosas importantes pueden ocurrirle ( o tal vez sí, que sobre eso podríase discutir muy mucho) Y yo, que sé muy bien que ya soy viejo, aunque a veces no me lo parece, ya que aun, cuando te miro, en mi mirada hay amor y no se halla empañada por la libídine. Y esto, me hace inmensamente feliz, me alegra sobremanera, porque mientras el alma sea capaz de sentir, seguirá corriendo por mis obturadas arterias el agua de la vida. Aun pueden quedarme muchos amaneces tumbado junto a ti. Muchas auroras carentes de los jadeos y sudores que acarrea la lujuria, pero saturadas de diálogos, a veces mudos e insonoros, provocados por el cariño y el entrañamiento. Y mejor estos coloquios que aquellos ahogos, porque mucho mejor es amor que pasión, que mientras esta cansa y ahíta, el otro alimenta y satisface.
Bien es sabido, y con esto termino, que el hombre no es nunca completamente dichoso, tal vez porque no lo merezca o tal vez porque la felicidad es inmensamente huidiza y no se deja nunca atrapar. Pese a ello, y por propia naturaleza, la buscamos constantemente, hasta el punto de que muchos de nosotros lo hacemos no ya únicamente al estar espabilados, sino además cuando empezamos a amodorrarnos. Y siendo esto verdad, y según tengo explicado en el poema aludido al principio de este escrito, no es este el principal motivo por el que quiero intimarme con el sueño. Pero esto, ya lo explicaré otro día.

Octubre 2004

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 5 de noviembre de 2004

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