jueves, 21 de mayo de 2009

¿Quién sabe...

¿Quién sabe…
Ramón Serrano G.

El hombre es un animal. Sí, pero de costumbres, me dirá alguien enseguida, y también, que unos más y otros menos. De acuerdo, de acuerdo. Pero por eso, es cierto que debido a esas faltas esporádicas de racionalidad, cuando se nos trastoca el ejercicio de esas costumbres, también unos más y otros menos, hacemos cosas bastante raras. Mírese si no cada cual sus adentros y verá como algunas veces, muchas veces, se ha sorprendido a sí mismo, por ejemplo, elevando imprecaciones al averno porque estaba cerrado el kiosco donde tiene la costumbre de comprar la prensa a diario. En ese, o en cualquier otro nimio quebranto de nuestra rutina. Y una de esas anomalías es la que ha dado pie a este escrito.
Quienes habitualmente dormimos bien, las pasamos moradas si una noche, sin saber por qué, el insomnio se nos cuela en la cama y se acurruca en nuestra mente como fastidioso compañero. Antes, cuando me ocurría aquesto, y como lo de contar carneros no me dio nunca resultado, tras dar más de mil vueltas, solía agarrarme unos enfados monumentales y llegaba hasta a jurar en avéstico. Sin embargo ahora (el tiempo lo cambia todo) casi me alegro cuando esto me sucede en rara vez, ya que a esas horas y en esas condiciones, suele mi corta mollera pensar en cosas de las que habitualmente no se ocupa. Por otra parte, considero que esta actividad es casi lógica pues, al cambiar la situación, el horario, o el estado de ánimo, se altera el modo de actuar ante ellos. Pensemos cuál sería nuestro comportamiento si tuviésemos que bajar una escalera de espaldas, comer sopa con tenedor o limpiarnos los dientes con la izquierda sin ser zurdos. Posiblemente muy sorprendente, ya que estaríamos obrando de manera distinta a como lo hacemos habitualmente,
Y en esas raras vigilias a las que aludo, mi caletre puede adentrarse por los vericuetos más insospechados. Como no tengo cortapisas de tiempo, tema o extensión, me lanzo a la aventura de recorrer extraños caminos. En realidad, no tan extraños, ya que casi siempre, en esos episodios nocturnos, suelo enfocar mi personal coyuntura o la ajena, y si es esta, la de familiares, amigos, o acaso algún famoso. Y al adentrarme por cada una de esas veredas, me sumerjo de inmediato en los senderos del pasado, el presente y el futuro. Ya saben, en el pretérito, casi siempre una somera queja, un reconcomio. Aquello de: -Aquél día que fui y le dije, le debía hacer dicho esto y haber hecho esotro…- En lo actual, la duda omnipresente de qué actitud adoptar: -Creo que voy a esperar a que…Claro que si luego…- Y en lo advenidero, una insolente certeza para prevenir cuál será la mejor ejecución de nuestros planes y un inconsciente desprecio o ignorancia hacia las vicisitudes y avatares que puedan alterar el desarrollo de nuestras empresas para bien o para mal. – Cuando llegue ese momento, ya verás como yo…
Hace tiempo, hubo noches en las que quise entretenerme escuchando la radio. Y encontré en ella lo normal: tertulias, noticias, música, llamadas de oyentes, etc. Pero no. Aquello era para mí una monotonía y llegué a la conclusión de que prefiero el silencio. La relajante ausencia de ruidos que podemos disfrutar los que vivimos en sitios en los que todavía, a ciertas horas, el descanso no se ve alterado por molestos estruendos, algazaras y jollines. Sí, reconozco que me inclino a escuchar ese misterioso y sugerente silencio de la noche, y con él, saborear sones, murmullos, zalagardas, o ilusiones llegadas de no se sabe dónde
Y es entonces cuando me pongo a elucubrar y a jugar al juego del “Quién sabe”. Y para jugarlo, para disfrutar con él, pienso, aventuro, quimerizo, fantaseo o desvarío. Forjo actuaciones, tuerzo aventuras, trato de finalizar quimeras y me lanzo en busca de proezas que nunca llegaron ni llegarán a realizarse. Lo único malo de este entretenimiento es que siempre tiene un final agridulce, ya que algunas consecuencias no puedo siquiera llegar a imaginarlas. Pero les voy a enumerar algunas de estas entelequias, por si a alguno de ustedes, habiéndole sucedido lo que a mí, tuviese respuestas a preguntas que yo nunca he sabido contestar. Y es que digo yo:
-Quién sabe lo que hubiera ocurrido si Don Quijote hubiese limpiado este mundo de malandrines y follones. Si Schubert hubiese acabado la octava sinfonía. Si Romeo y Julieta hubiesen conseguido llevar la concordia a Montescos y Capuletos. Si la nariz de Cleopatra hubiera sido un centímetro más larga. O si un ruiseñor naciese mudo. Lo acaecido si César, pensando que la suerte no estaba echada, no hubiera cruzado el Rubicón. O si Neruda no hubiese podido escribir los versos más tristes aquella noche. Si Atila hubiese dejado que creciera la yerba tras el paso de su caballo. O adónde nos llevaría la impensable tragedia de que, en un indeseable año, pasásemos del invierno al estío sin que hubiese primavera.
- Y no para ahí la cosa, porque, a veces, además de esto, y para calmar mis sueños, sigo elucubrando con: ¿quién sabe si ...

Mayo 2009

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 22 de mayor de 2009