viernes, 1 de agosto de 2008

La remuneración

La remuneración
Ramón Serrano G.
Para Ana Mary y Pepe, un matrimonio entrañable.

Hace algún tiempo, en una charla de café, alguien me preguntó, con mayor o menor discreción y con más o menos oportunismo, pero con desconocida intención, si mis colaboraciones en este periódico en el que acostumbro a escribir estaban remuneradas.
- Por supuesto, le contesté de inmediato. Además muy bien. Puedo decir sinceramente, que desde luego lo son, y muy por encima de mis merecimientos.
Sólo esa fue mi corta contestación a tan innecesaria consulta e ignoro si el inquiridor quedaría convencido y satisfecho con ella. Poco importa eso. Como es natural, ni entonces hice, ni ahora voy a hacer, por supuesto, alusión ni aclaración alguna sobre la cuestión dineraria. Pero sí que me interesa, para demostrar que aquél día no mentí al curioso contertulio, es decir a todos, los motivos de mi conformidad en cuanto a lo recibido por escribir mis artículos. Y a eso es a lo que vengo hoy a aquí.
Dejaré a un lado el tan importante, leído, discrepado y discutido tema del salario justo por la tarea realizada, que no es ese nuestro caso, aunque sí quiero resaltar que la vida nos trae ocasiones en las que no se trabaja por dinero, sino por otra serie de motivos, conocidos por todos, padecidos o disfrutados por muchos y que nos llevan a realizar el curro de forma distinta a la habitual. Voy a detenerme, entonces, en qué, o en cuánto, es lo que alguien puede recibir como contraprestación a su obra, cuando esta se ha llevado a cabo fuera de una estricta relación laboral, ya que esto no viene marcado por la legislación.
Es, desde luego, una cuestión completamente subjetiva y cada uno de los protagonistas exigirán, o quedarán satisfechos, con una cosa u otra como recompensa. Un ejemplo. Juan y Pedro son dos profesionales, que por diversas razones no cobran sus trabajos a Luis y a Blas. Aquél hace el día 24 de junio de todos los años un valioso regalo a Juan, que le envía con un recadero, mientras que este, de condición humilde, no puede obsequiar con nada tangible a Pedro, pero le profesa un gran cariño y respeto, y cada 29 de junio lo visita puntualmente para felicitarle. Vengan ahora a considerar cuál de los dos individuos está, o se considera, mejor compensado, o cuál paga lo recibido con moneda más valiosa, y verán como hay opiniones de la más diversa naturaleza.
Algo parecido es lo que viene a sucederme con lo que recibo a cambio de plasmar en el papel mis peregrinas ideas, y que, repito, es mucho, muy agradable y muy compensatorio. El primer, y cuantioso, abono que se me hace es para el alma, por la gran satisfacción que produce el escribir y todo lo que ello conlleva. Para hincarlo, hay que buscar ideas, oír cosas, hacer viajes, recordar sucedidos. Para darle forma, hay que leer, rebuscar en diccionarios o enciclopedias, repasar, añadir, quitar, corregir hasta dar con lo que me parece más adecuado. Todo ello hace que el tiempo se pase en un soplo, y al terminar el texto el alma quede relajada, plácida, como después de un baño tibio.
La segunda y gran retribución que se me hace es para mi orgullo. Ya he comentado anteriormente que todas las quincenas suele haber personas enormemente generosas (Ana Mary es una de ellas) que tienen la atención de darme su muy valioso parecer sobre mi artículo de turno. Y entre esas opiniones las hay buenas y no tan buenas, De felicitación alguna y de crítica otras. Pero todas dichas con la mejor manera e intención, o al menos eso creo, y todas merecedoras de mi mayor y sincero agradecimiento. De esto puedes estar seguro. Como cabe suponer, esto, el que alguien se dirija a ti en una acción trés chic pour sa part, para decirte que está perfectamente enterada/o de lo que tú has querido exponer en unas líneas, hace que, aunque calladamente, y haciendo un gran esfuerzo para que no se note demasiado, mi espíritu se colme de ufanía.
Finalmente he de decir bien alto que el tercero es el estipendio más cuantioso que recibo y que va destinado a mi corazón. Comprenderás querido amigo que si uno piensa que hay personas que han gastado algo de su tiempo en leerme y eso les ha producido algún recuerdo, alguna emoción, algún pálpito satisfactorio, yo sé que, con ello, he cobrado una paga extraordinaria. Si con esa lectura han logrado pasar un rato agradable, aunque sea pequeño; si lo leído, aunque lo olviden pronto, les supone evadirse durante unos minutos de tantas malas nuevas que suceden de contino en todas partes, eso, para mis adentros, significa que mis esfuerzos literarios están pagados abundantemente.
Por todo lo antedicho, por otros motivos que callo, y por no cansarte más, creo que comprenderás amigo lector, que cuando aquel día, en aquella charla de café, contesté a mi “curioso pertinente” que cobraba, y muy bien, por mis escritos, y que además lo hacía por encima de mis merecimientos, le estaba diciendo una solemne y gran verdad. Afirmación esta que sigo manteniendo hoy.

Agosto 2008
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 1 de agosto de 2008