viernes, 27 de abril de 2012

..Enviseza..(II)

...Enviseza y… (II) Ramón Serrano G. En cada una de esas reuniones citadas, ella, paulatina y disimuladamente, día a día, fue echándole a la consolidación de la nueva amistad un poquito de “veneno” en sus dichos y un “granito de pimienta” en sus actos. Y esa sutil sagacidad femenina empezó a fructificar de inmediato, hasta el punto de que nuestro hombre al poco, y sin darse cuenta, se fue haciendo argonauta, aunque una vez “embarcado”, en lugar de dirigirse a Cólquide para lograr el vellocino de oro, puso proa al alma de la que consideró enseguida como su gran y mejor amiga. Pero sabido es que hay periplos en la vida de los hombres que transcurren por itinerarios que estos no tienen perfectamente delimitados, siendo en estas ocasiones demasiado fácil pisar en terrenos, digamos lábiles, y, desde luego, trascendentes en grado superlativo. Y en esta inesperada singladura de sus relaciones con Andrea, Alberto holló lindes en las que nunca había imaginado que iría a poner su pie. Y al hacerlo, observó visiones que, aunque no esperadas, le resultaban agradables y muy prometedoras. Por eso, casi enseguida, él imaginó (no, mejor dicho, supo) que “el bouquet” de aquella mujer debía estar en su plenitud, y que las cosas hay que saborearlas a su tiempo, no de verdes, y, desde luego, antes de que se pasen. Tenía leído que una manzana cogida del árbol, a la amanecida, tiene otra frescura y otro sabor que la que se toma caliente cuando está comenzando a anochecer. Y accediendo a la propuesta que su amiga le hiciera, organizó en la semana precedente a San Miguel un viaje de unos pocos días a la comarca del Campichuelo, en la serranía conquense. Así, una mañana, ella le recogió con su coche y pusieron rumbo a Cuenca. A su llegada a la ciudad de las Casas Colgadas, dieron un largo paseo turístico por las hoces del Júcar y del Huécar, vieron los puentes de San Antón y San Pablo, la torre Mangana y la catedral, recalando cerca del mediodía en “La Ponderosa”, bar de tapeo bueno donde los haya. Se decantaron por tomar unas amanitas cesáreas, un escabeche excelso, y unos huevos fritos aliñados con una pócima secreta y deliciosa. Eso les sirvió de comida. Tras ella, siguieron viaje hasta la cercana Villalba de la Sierra, y allí se alojaron en las afueras del lugar, en El Tablazo, a la misma orilla del Júcar, un hotel sin suntuosas pretensiones, pero acogedor y entrañable como pocos. Mediada la tarde salieron a dar una hermosa paseata por la orilla del río. Fueron hasta más allá de las ruinas de un viejo molino, y vieron, no cientos, sino miles de setas que ya empezaban a salir, dado que el mes había comenzado lluvioso y el sol ya no apretaba. Encontraron de San Jorge, níscalos, colmenillas, boletus edulis, lepiotas, de los caballeros, y muchas más, pero al no ser buenos conocedores, se abstuvieron de cogerlas, bien aconsejados por Javier, el dueño del hotel. De pronto, ella le preguntó: -¿Recuerdas la carta de aquella noche?.- Como si la hubiese hecho ayer mismo, le respondió él. -Yo también, y me la aprendí de memoria ya que el orbayo desfiguró lo escrito. Y la tendré presente mientras viva. Sobre ese y otros similares temas se basó su charla hasta que regresaron al hotel. En él, cenaron ajoarriero (una especie de paté hecho a base de patata, bacalao, aceite y huevo), y, cómo no, morteruelo, que allí lo tienen buenísimo, como en pocos sitios, rindiendo así homenaje al plato más exquisito y, por excelencia, más famoso de la región. Luego un rato de tertulia tan sustanciosa como la cena, y hasta mañana. Uno de los principales objetivos de su viaje era la visita al parque natural de “El Hosquillo”, pero, ignorantes de que había que reservar la entrada con bastante tiempo, tuvieron que renunciar a ella, y hubieron de conformarse con las explicaciones que uno de los dueños del hotel tuvo a bien facilitarles. Les dijo este, que es una inmensa hondonada de orografía muy hosca (de ahí le viene dado el nombre), por la que discurren los ríos Escabas y de las Truchas, y en cuyas muy claras aguas se ven bastantes de ellas y nutrias. En su fauna rupícola, hay lobos, jabalíes, ciervos, gamos, muflones o cabras montesas; en su cielo, profusión de águilas reales, buitres leonados, halcones peregrinos o búhos reales; y en su flora, muy variada y hermosa, se pueden ver, entre otras especies, pino albar y negral, quejigo, boj, tejo, acebo, sauce, álamo temblón o avellano. Así que, lamentando no poder ver esa hermosura, cambiaron los planes y se fueron a ver el nacimiento del río Cuervo. Nada más salir del pueblo se detuvieron en el Ventano del Diablo, a pie de carretera, con unas vistas magníficas sobre el Júcar, para seguir luego hasta Uña (con su laguna), el embalse de La Toba, y tras cruzar Tragacete, a unos doce kilómetros, llegar en Vega del Cotorno al nacimiento del río. Es este un paraje que tiene un encanto espectacular, con senderos entre cascadas y regueras, hasta que se accede a una gruta (el verdadero nacimiento) donde el agua brota a borbotones por una rendija lateral. Durante el viaje a tan hermoso lugar, y tanto a la ida como al regreso, fue Andrea la que mantuvo el peso de la conversación. Y aunque alguna de las veces esta versó sobre los paisajes que estaban viendo, la mayoría de ellas fue intercalando en su hablar opiniones sobre la necesidad que tienen las personas de evitar la soledad, de estar unidas, y que esa unión es mucho más profunda y significativa cuando está cimentada en la amistad…o en el amor. Él, cada vez más impactado por el sentido y la hondura de sus palabras, fue asintiendo primero, y aprobando después lo que estaba oyendo, y empezó a darse cuenta de cómo, de una manera imperceptible, estaba percibiendo en esa mujer maneras y pareceres muy interesantes. Y en esas filosofías andaban cuando, cerca de las dos llegaron de regreso a Villalba. -¿Dónde comemos? preguntó ella. -Si te parece, hoy, al igual que ayer, lo haremos de tapas. Verás, te voy a llevar a unos bares donde nos pondrán cosas muy gustosas. Abril de 2012 Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 27 de abril de 2012