martes, 29 de enero de 2008

Pueblo y cultura

El sentido
Ramón Serrano G.

“.. en realidad no importa que no esperemos nada de la vida, sino que la vida espere algo de nosotros”
V. Frankl.

Cuando el hombre va alcanzando conciencia de cual ha de ser su oficio, y utilizo la palabra oficio no en la acepción de cual va a ser su ocupación habitual, sino en el de la función o el papel principal que va a desempeñar a lo largo de su existencia, en ese momento, digo, hay muchos, demasiados, que renuncian a elegir, y por tanto a desarrollar alguno en especial.
Si me estuviese refiriendo a los primeros tendría que decir dos cosas: una que no todos están, o estamos, capacitados para descubrir la piedra filosofal o el gran secreto de la esfinge, queriéndose decir con ello que pocos son los capaces de lograr hitos o metas reconocibles como excelsos. La segunda cosa es, que bastantes hay -¡pobres de ellos!- que no tienen dónde, ni cómo, elegir y han de conformarse, y aún muchos de ellos ni siquiera con eso, en conseguir alcanzar un trabajo, cuando menos, honrado y, al poder ser, remunerador.
Vengo a decir con esto, que la mayor cantidad de seres humanos piensan que su discurrir por este mundo no es más que eso, un pasar, un tránsito que dejará poca o ninguna huella; que será de escasa o nula trascendencia. Tienen la conciencia de que son incapaces de lograr importantes éxitos finales. Son pacatos, y esa cortedad les lleva a la ceguera de no poder ver que en la vida no hay que buscar siempre los éxitos finales. Debieran observar cómo en una carrera ciclista tan sólo uno es el triunfador final, pero son muchos los que luchan por ganar etapas, metas intermedias, premios menores. Hay que ser plenamente conscientes que muchos triunfos se hallan a lo largo del camino y hay que intentar perquirirlos, ansiarlos siempre, valorarlos en su justa medida y luchar afanosamente por ellos. Lo contrario, sería arrutinarse en la comodidad de la ignavia; adocenarse en la ignorancia de la auténtica calidad; apoltronarse en la incuria nesciente de que el tren del éxito no suele pasar varias veces a lo largo de nuestra corta vida.
Y a esa efímera vida todos debemos dotarla de un sentido, de una razón de ser. De un motivo que la haga merecedora de ser vivida. De ese motivo, que aunque a veces nos parezca que es demasiado parvo e intrascendente, tiene, también a veces, la importancia suficiente para dar a nuestros actos una cualidad y una calidad que los hace dignos del mayor elogio. Haciendo las cosas despacio y bien hechas, que “ ..el hacer las cosas bien, importa más que el hacerlas”. Pensando que si no hubiese siembra y arada, no habría cosecha y molienda. Que si no se podase la vid, no habría vendimia y tristes serían las celebraciones sin un buen trago de vino que echarse al coleto. Que no hay por qué tener una licenciatura académica para saber dar a los hijos una exquisita educación. Que un cónyuge vive para cuidar del otro, al que siempre estuvo unido, cuando aquél se ve afectado por alguna dolencia o maleza, sin tener ningún conocimiento sanitario, y esa ayuda se presta aun cuando se tengan unas manos huesudas, deformadas por la artrosis y casi sin poder valerse.
Bien ha de saber el ser humano que a su vida ha de enaltecerla, ha de darle un sentido, una razón de ser. Acudir al logos griego, cuyo significado es Dios, espíritu, estudio, palabra, sentido. Y saber que este sentido, esta razón, no está dentro del hombre, sino fuera de él. En todo aquello que él quiera buscarse como tal y que acabará siendo la esencia y el porqué de su existencia. Y ello se llega a dar, hasta tal punto, que de no haber ese sentido y esa razón, muy pobre, mejor dicho, nada sería la su vida por muy extenso que fuese su discurrir. Vengamos en dar que al hombre le enaltece más la derechura de su ánimo y la bondad de su intento que el fin que persigue y que las más de las veces no logra alcanzar. Descubramos, por tanto con ello, que en nuestra diaria tarea, por pomposa y aparente, o por nimia y sencilla que sea o pueda parecernos, todos, absolutamente todos y cada uno de nosotros, tenemos que llevar a cabo un quehacer trascendente. Escuchemos con atención a la vida reclamándonos diariamente una actividad noble. Búsquesele entonces a toda acción, por pequeña e insignificante que nos pudiese parecer, ya digo, un fin digno, un motivo encomiable y nuestro vivir pasará, como por arte de magia, de ser un vegetar soso y anodino, a convertirse en una existencia ejemplar y positiva.
Mas si el curioso lector, llevado por estos pobres consejos míos que anteceden, quisiera profundizar más en estas ideas, bien haría en leer, y aún en releer con profundidad y detenimiento, uno de los mejores libros que se hayan escrito en el pasado siglo XX, del que es autor el médico austriaco Víktor Emil Frankl y que se titula “El hombre en busca de sentido”. Si alguno lo hiciera, nunca me lo agradecerá lo bastante.

Agosto 2005

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 5 de agosto de 2005

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