jueves, 6 de abril de 2017

Los pilares

Para todas aquellas y aquellos que, como yo, tuvimos la inmensa fortuna de recibir sus enseñanzas. Es archisabido que cuando alguien construye un edificio puede alcanzar, o no, los fines para los que este ha sido imaginado, y que cumpla, o no, aquellos deseos para los que fue destinado. Si su rentabilidad ha sido la correcta, su capacidad la necesaria, si está dentro de las normas ciudadanas, o si su belleza es nula, aceptable o exquisita. Y cuando el hombre de la calle pasa ante él, nunca tiene conciencia exacta de en qué nivel se halla dentro de las premisas expuestas, o de otras muchas que igualmente podríamos traer a colación, y si se me permite apuntarlo, tampoco podrían dar firme e inmediato testimonio de ello, tanto los profesionales que lo han diseñado, como los empresarios que se han hecho cargo de su construcción y la han llevado a su fin. Pero si hay una cosa de la que todo el mundo está completamente seguro, siempre que haya transcurrido un considerable espacio de tiempo desde que se hizo, y ello no es sino que está asentado en unos firmes y seguros pilares que hacen posible que la obra dure mucho, muchísimo tiempo, que no se tambalee, que se muestre firme y eficiente. Y pensando en ello, vengo a referirme hoy a una magnífica obra que se llevó a cabo en nuestro entrañable Tomillares en los primeros años cuarenta del pasado siglo. Sintiendo la necesidad de que en esta ciudad se impartieran estudios superiores a los primarios, y al no existir ningún centro oficial dedicado a ello, varios próceres locales consiguieron, con la impagable ayuda de una bodega jerezana, que la orden carmelitana con sede en Antequera, se hiciera cargo de impartir los estudios de bachillerato. Así, se abre el colegio Santo Tomás de Aquino, en el que la primaria se mantiene con las enseñanzas de frailes de la citada orden, mientras que para la secundaria, a más de algún cualificado carmelita, se necesitó traer a profesores foráneos. Estos, siendo buenos, y con la suficiente capacidad para sacar adelante su misión, no eran los mejores como es fácilmente comprensible. Pero la Orden se exige más a sí misma, tanto por su manera de pensar, como por la categoría del lugar donde se va a desarrollar su ejercicio, por lo que día tras día y año tras año, se trabaja hasta dar con alguien, no sólo que sea muy bueno, sino lo mejor, y lo mejor tanto de antes como de ahora, para con ellos, y en ellos, afianzar los pilares del “edificio”. Y ese esfuerzo da como resultado la consecución de la ayuda de algunos preceptores más, pero sobre todo, la de cuatro profesores inmejorables y de los que voy a hablar someramente, aludiendo a ellos por orden alfabético ya que su categoría y eficiencia, a más de óptima, es equiparable. Este, de la localidad, pertenece a una familia que tiene una carpintería en la calle del Infierno. Aquel, militar de carrera, viene desde la toledana Villa de don Fadrique. El otro no continúa con el negocio que los suyos tienen en la calle Caballeros de Ciudad Real, una imprenta y papelería, mientras que esotro, andaluz y cordobés, de Pozoblanco por más señas, ha llegado a Tomillares en la Guerra Civil como oficial del ejército. Vemos entonces que los cuatro son pioneros en el ejercicio de la enseñanza, sin que ello sea obstáculo para que la desarrollen de un modo excelente. Por ello, la literatura y los idiomas por un lado, las matemáticas por otro, la geografía y la historia por este, y por aquél el latín, el griego y la filosofía, se van introduciendo profunda y sabiamente en el saber del alumnado, y de tal modo que este va llegando a ellos de una manera eficiente, duradera y agradable. Y tan es así, que hoy en día, cuando nos juntamos compañeros y amigos de aquellos muy felices años, indefectiblemente aparece el recuerdo de alguno, o de todos, de aquellos cuatro docentes, de aquellos “pilares” en los que estuvo, afianzado nuestro aprendizaje, y de alguno de sus enseños, y, por supuesto, todas y cada una de las membranzas van acompañadas del mayor agrado y satisfacción. Por eso hoy que se acaba de producir el fallecimiento de un ser muy allegado a este entorno y muy querido por todos, vengo aquí, queridos DON FRANCISCO, DON ANTONIO, DON FRANCISCO, y DON CARLOS, en nombre de todos y cada uno de mis compañeros y en el mío propio, y pese a la insignificancia de mi capacidad para hacerlo, con el deseo de dar profunda señal de nuestro agradecimiento, respeto y cariño hacia ustedes. Ramón Serrano G. Abril de 2017