martes, 29 de enero de 2008

Nescientes

Nescientes
Ramón Serrano G.

Sin ser demasiado pesimista, sino un poco realista tan sólo, cualquiera alcanza a ver que el número de desgracias que a lo largo de toda su vida le pueden sobrevenir al ser humano es incontable. Pueden ser estas de todo tipo y condición: personales, familiares, sociales, de salud, económicas, educativas, etc., etc., etc. Todas malas, algunas gravísimas, pero unas y otras aceptables y sufribles, siempre que el sujeto que las padece tenga la suficiente fuerza de voluntad para superarlas y, si no supiera o no pudiese hacerlo, debe tener, al menos, la imprescindible resignación para soportarlas. Porque casi todas ellas pueden ser perfectamente vencidas y/o sobrellevadas, a poco que en estas labores de lucha y acatamiento se ponga un algo o un mucho de interés y longanimidad.
Y he dicho casi, porque hay una catástrofe que, siendo muy sencilla de superar, es completamente imposible de tolerarse. Es facilísima su eliminación, ya que con un pequeño esfuerzo puede destruirse y con ello nos habremos librado del peor mal, y me ratifico en lo del peor, que puede padecer una persona. Me estoy refiriendo, clara y notoriamente, a la ignorancia. Esto ya lo tengo anunciado someramente en alguno de mis pobres escritos anteriores, pero tanto es el convencimiento que tengo de ello, que hoy quiero dedicarle un mayor espacio y atención.
A lo largo de la vida, la mayoría de los mortales no hemos sido conscientes de que podríamos haber mejorado en mucho nuestro discurrir por ella, si nos lo hubiésemos propuesto. Lo habríamos conseguido tan sólo con haber adquirido desde nuestros primeros años un mayor conocimiento, una mayor preparación, prioritariamente en lo que luego habría de constituir nuestra actividad principal, pero también en otras materias accesorias. Además, este acrecentamiento de nuestro bienestar, se hubiera producido tanto en lo físico como en lo espiritual, tanto en lo económico como en lo social.
Y nadie venga a decirme que en esa carencia de aprendizaje influyen, o han podido influir, enormemente los medios económicos, sociales, familiares, etc., del individuo protagonista, y mucho menos en los días que corremos. Porque es verdad que a lo largo de la historia no se contaba con medios adecuados, o estos eran muy escasos y rudimentarios, y al pobre que le tocaba vegetar en la dura estepa castellana no podía recibir la cultura que llegaba, allende los mares, a aquellos que vivían en poblaciones ribereñas. O aquél que desarrollaba su existir metido en lo más profundo de una serranía, era bastante menos privilegiado que el otro que residía cerca de algún campus universitario.
Pero hoy no. Hoy se puede, aún hallándose en las peores circunstancias que una quiera imaginar, obtener conocimientos de todo tipo y condición y a un costo francamente nulo o irrisorio. Es, sin duda alguna, la gran ventaja de nuestra civilización actual, a la que por otra parte hemos de abonar demasiados réditos y que, en justa compensación, nos ofrece logros y prebendas muy agradables. En nuestros días no importa la edad, el lugar donde se viva, la distancia, o incluso la carencia de titulación, para que cualquiera pueda, a través de los medios audiovisuales, o de otro tipo, con los que hoy se cuenta, adquirir unos conocimientos, más que importantes, de cualquier materia, rama de ciencia o espacio de arte, que nos van a condicionar muy favorablemente no solamente nuestro trabajo, sino además, y esto es más importante de lo que parece, nuestro ocio o nuestros conocimientos no profesionales.
Deberemos, para lograr esta canonjía, dedicar todos esos medios que están a nuestro alcance, no a arrutinarnos en aficiones de poca monta o entidad (que se pueden tener, pero en escasa o casi nula medida), no a perder nuestro valioso tiempo ocioso en esmirriadas ocupaciones que nos van a llevar a un adocenamiento y a una nesciencia lacerantes, sino, antes bien, atiborrarnos de deseo de saber e instruirnos por los múltiples medios de que hoy en día disponemos, consiguiendo de esta forma un bienestar cultural, sea del tipo instructivo que cada uno prefiera, pero educativo a la postre y favorecedor, en mucho más de lo que podamos imaginar, tanto a nuestro cuerpo como a nuestro espíritu.
Hay que reconocer que ya son legión, millones, las personas que acuden puntualmente a recibir una ampliación de conocimientos a los muchos organismos estatales o comarcales, públicos o privados, de todo tipo y condición, de los que en la actualidad, afortunadamente, disponemos. Pero sabedores de que también son miles y miles los que despilfarran su asueto en refocilaciones de poco fuste, lancémonos a una acción de apostolado, aun cuando sólo sea con el ejemplo, con el fin de acercar a cuantos más podamos al bando de la cultura y el saber.
Nunca nos lo agradecerán lo bastante.

Octubre de 2005

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 21 de octubre de 2005

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