viernes, 2 de agosto de 2013

Preferible

Sabrás, Luis, que la mayoría de los hombre ignora que los perros, y otros muchos animales, tenemos unos sentimientos similares a los de los humanos y que nuestro comportamiento, al igual que el suyo, está muy influenciado por esa sensibilidad. Y pese a que tú no te encuentras entre esos ígnaros, quiero contarte algo que me sucedió cuando yo apenas había dejado de ser un cachorro. Algo sobre lo que he meditado en muchas ocasiones. Algo que he visto, además, compartido por otros seres. -En la primera casa en la que estuve vivía una familia compuesta por los padres, una hija teenager que era la que más tiempo dedicaba a mi alimentación y cuidado, y un precioso chiquillo de unos ocho años con el que me pasaba jugando horas y horas. Eran de una clase media tirando a baja, pero a mí nunca me faltaron ni alimentación ni cuidados, por lo que, a falta de otras experiencias, yo vivía feliz con ellos, aunque he de confesar que después aprendí que la ignorancia de determinadas cosas conlleva la falta de preocupación por su carencia. Verás. -El padre no tardó en mandar a su hija a trabajar en una pastelería para que fuese aprendiendo algún oficio, por lo que un buen día mi buena amiga me obsequió con algo que yo no había probado nunca y que estaba sencillamente delicioso. Le habían regalado en la tienda una tableta de chocolate y me reservó un trocito que me obsequió antes de irse a la cama. Yo, incapaz de figurarme que existían exquisiteces como aquella, mostré una alegría enorme, y ella, gran observadora de todos mis actos, continuó trayéndome, demasiado espaciadamente para mis deseos, pero muy regularmente, más cachitos de aquella golosina que tanto me entusiasmara. Pero luego, como antes te apunté, no dejé de pensar en que hay una gran cantidad de cosas maravillosas, que no echamos de menos ya que desconocemos su existencia, pero que, una vez descubiertas, nos parecen, y casi nos son, imprescindibles. -Mas la suerte, que es grela, me abandonó pronto. La familia marchó del lugar en busca de mejores horizontes económicos, y yo hube de quedarme en casa de unos familiares que me acogieron y cuidaron tan bien como los anteriores, pero en la que nadie me proporcionó nunca más aquella delicatesen a la que ya me había habituado. Durante mucho tiempo, la única sensación que me dominaba era la de una inmensa gratitud por aquel regalo recibido acompañada de una infinita complacencia. Pero más tarde, su carencia me fue tan dolorosa e insoportable, que llegué a pensar que hubiese sido preferible seguir en la ignorancia de la existencia de aquello tan maravilloso antes que perderlo. Y no sé si pensaba bien. Sé muchas cosas porque soy muy observador, pero no he bebido en el caldero de Ceridwen. Por eso te pregunto:¿tú crees que obré atinadamente? -¡Ay Luca, Luca! En primer lugar, déjame decirte que eso que te ocurrió a ti les ha acaecido a muchos seres en su vida y por motivos de la más diversa índole. Ha habido otros que durante bastante tiempo fueron desconocedores de tantas y tantas cosas -la música, la literatura, los viajes, la amistad, el arte, el amor (en todos sus modos y variantes), etc., etc.- que, de pronto, han sabido de sus delicias, o las han reiniciado, para, al poco, verse privados de ese placer sublime, con lo que se han planteado la disyuntiva que apuntas. A mí mismo me ha ocurrido. Pero sigo. -Ahora me pides un juicio y voy a dártelo, con la advertencia de que está completamente determinado por la subjetividad, ya que, para mi desgracia, no sé si la habrá, pero no conozco la opinión de ningún sabio al respecto. Y mi criterio, pobre, pero mío, es que vale siempre mucho más el conocimiento que la ignorancia. Que aquél nos puede conducir por muchos caminos, más o menos luminosos según nosotros mismos queramos alumbrarlos, pero la otra nos mantiene siempre en la oscuridad. Y, según el Dalai Lama, la ignorancia es una oscuridad interior, raíz del sufrimiento. Eso en cuanto al saber, pero es que en lo tocante al sentir, y esto es igualmente un plácito particular, es preferible -cien, mil, un millón de veces- alcanzar un segundo de gozo aun cuando ello sea a costa de un día entero de aflicción, pues no se debe olvidar que el penar está a la vuelta de cada esquina, y en cualquier momento y ocasión podremos toparnos con él, mientras que la dicha, la auténtica, la importante, no cualquiera que se nos pueda dar por tres al cuarto, la hallaremos, si es que la hallamos, en contadísimas ocasiones. Disfrutémosla, que es muy valiosa. -Yo pensé igual que tú, Luis, y así hice, pero quería corroborar mi obrar conociendo el parecer de algún buen hombre. Ramón Serrano G. Agosto de 2013