viernes, 6 de mayo de 2016

Itziar

Querida y entrañable Itziar: Cuando hace unos días supe de ti, después de tanto tiempo, mi alma se llenó de dos sensaciones y dos sentimientos muy diferentes que hacía mucho, muchísimo tiempo que no sentía. En primer lugar la inmensa alegría de volver a oír tu voz, y al escucharla, hacerme la ilusión de que casi te tenía a mi lado, cosa que, como sabes bien, he deseado siempre o, al menos, desde hace mucho tiempo. Fuiste una gran amiga -diría que la mejor- y me hice sobre ti ilusiones que, para mi infortunio, no llegaron nunca a realizarse, sin que ello fuera óbice para que siguiera teniendo hacia ti la mayor admiración en muchos sentidos. La vida y las circunstancias nos llevaron luego por distintos derroteros, pero siempre has constituido uno de mis mejores recuerdos y todavía mantengo la esperanza de que podamos seguir tratándonos con la misma intensidad e intimidad de entonces, y aún más si cabe. Desafortunadamente tus palabras, a más de una gratísima sorpresa, me trajeron también el profundo sentimiento de saber el estado anímico en que te encuentras, cosa que no esperaba en absoluto, y que, desde luego, no mereces de modo alguno. Conociéndote como yo te conozco comprendo que estés sufriendo como me dices, aunque sé igualmente que sabrás sobrellevar y superar en poco tiempo este infausto trance que estás atravesando, y del que no tenía noticia alguna. No hace falta que te manifieste mi total disposición para ayudarte en todo lo que pueda y de la manera que creas más conveniente. De cualquier modo, pienso que un buen remedio para tu mal pudiera ser el que voy a exponerte, aún a sabiendas de que cada quien tiene preferencias y sentimientos muy distintos, pero que, queramos o no, marcan siempre nuestra forma de comportamiento. Así pues, yo creo que te convendría explayarte, hablar con alguien de tu problema ya que sabes (tú misma te quejas de ello) lo desagradable que es tener que guardarse las cuitas en el interior sin poder compartirlas con nadie. Y, desde luego, ese alguien que te propongo, ha de ser de tu entera confianza, puesto que hay cosas que bajo ningún concepto se pueden, o se deben, airear si existe la posibilidad de que al hacerlo estemos dando tres cuartos al pregonero. Sé, y tú misma lo sabes también, que para mi fortuna soy una de esas personas que merecen tu confianza, y siempre te di buenas pruebas de ello. Es por eso que me ofrezco a escucharte y a tratar de aliviar tu pena, ignorando si sabré aportar algún remedio eficaz para ella, pero con la seguridad de que trataré de servirte, al menos, como paño de lágrimas. Por ello me brindo a acompañarte cuando y donde lo desees, y a escuchar todo aquello que me quieras contar, si eso te sirve como desahogo. Repito: estoy completamente seguro de que hablar te sentará bien, ya sea conmigo o con cualquier otra persona que tú elijas. Reitero además que todos sabemos que ciertas conversaciones, aun no siendo vergonzosas, no deben mantenerse en cualquier sitio, o por doquier, que hasta las paredes oyen, y cada oidor que no esté en el intríngulis de lo tratado puede dar a lo escuchado la forma o la intención que crea oportuna. Pero también existen lugares públicos pero discretos en los que se puede hablar lisa y llanamente de lo que y cuanto se quiera. Por todo lo expuesto, pienso que te convendría que hablásemos, y pronto. Y a solas. Si opinas igual, dime si prefieres venir un día a mi casa, aquí en el pueblo, y si no me lo dices y voy yo a la ciudad y allí conversamos en el lugar que determines. Pero debemos estar solos tú y yo. Por supuesto, te manifiesto que no has de temer que al proponerte esta soledad me este guiando la intención de tratar de abordarte en el sentido en que lo hice tiempo ha. Aquellas eran otras épocas y otros nuestros años, y aunque hoy estamos todavía en nuestra mejor edad, y aun cuando me gustaría muchísimo poder “conocerte” al fin, la mala situación por la que pasas me llevaría, repito que exclusivamente, a tratar de ayudarte en tus necesidades, dejando mis deseos e intenciones para una futura ocasión, si es que esta llega algún día para mi dicha. Tan sólo me queda ahora reiterarte mi modesta pero gran predisposición en colaborar a que superes tu incómoda situación y a pedirte que, sea cual fuere el objeto de tu llamada, la repitas frecuentemente, ya que, a fe mía, en estos años que he pasado lejos de ti he recordado con mucha frecuencia los muchos momentos que en aquellos entonces vivimos. Con mi mayor afecto, como siempre, te mando un fuerte abrazo. T. Ramón Serrano G. Mayo 2016