sábado, 26 de enero de 2008

Los payasos

Los payasos
Ramón Serrano G.

Hubo una época, una feliz época, en que a los pueblos grandes venían periódicamente espectáculos de diversa índole. Compañías de teatro que se asentaban en el lugar una larga temporada y representaban uno y otro año “Genoveva de Brabante”, o “La malquerida”, siempre con gran éxito de público. Otros asiduos visitantes anuales eran las compañías de revista o de “cantaores”, al frente de las cuales venían las mejores figuras del momento, y que aparecían al remate de vendimias, o sea cuando la gente solía tener dinerillo fresco. Pero yo a los que recuerdo con más cariño, por otra parte cosa natural ya que me estoy refiriendo a mis tiempos de niño o casi adolescente, es a los circos. Aquellos muchas veces pobres, pero, para nosotros, maravillosos circos, que traían los números “espectaculares” del funámbulo, del domador, o del malabarista, etc., etc. Auténticos artistas inigualables que venían de triunfar de los más lejanos países, todo ello al decir de los presentadores, aunque no pasaban de ser, la mayoría de las veces, profesionales poco importantes y/o ya en decadencia.
Pero para mí, quienes dentro del elenco tenían verdadera importancia, eran aquellos dos o tres payasos, pero no, por supuesto, ni el clown ni el augusto, no, sino otros completamente desconocidos, que actuaban siempre mientras se desmontaba la jaula de las fieras o se apartaban los artilugios que sostenían el número del trapecista, y cuya misión, a base de tortazos y caídas morrocotudas, no era otra que entretener a los espectadores en esas obligadas interrupciones. No eran afamados, digo, ni sus ignorados nombres aparecían en los carteles. Pero sin fama ni oficio, hacían el buen y difícil oficio de que el público se mantuviera divertido constantemente, evitando su aburrimiento. Y va dicho, que muchas veces, repasando con los amigos la bondad, en muchas ocasiones escasa, del espectáculo, coincidíamos en que nuestro mejor recuerdo era para el trabajo, ¿secundario?, de esos anónimos comediantes bufos.
Interrumpo mi idea para decir que algo similar a aquello pienso ahora de los anuncios que aparecen en televisión porque, aunque no es ese el fin para el que han sido creados, sí son, a veces, mucho más amenos que el programa que estamos contemplando. Porque reconocerán ustedes conmigo que suele ser malo, pero rematadamente malo, el noventa por ciento de lo que hoy en día se ve en la pequeña pantalla. Yo creo que la televisión ( y hablo como es lógico de la que llega hasta el gran público y no del sistema que trasmite imágenes, etc.) es el único invento que no ha servido para lo que fue creado, puesto que el uso que de ella se está haciendo en la actualidad por sus mangoneadores, vale más para adocenar la mente y destruir la razón, que para formarla y ser un muy eficaz medio de impartir cultura o simplemente de solazar al veedor.
Pero volvamos al tema inicial, y veremos que algo parecido a lo anteriormente expuesto sobre ese tipo de payasos, nos pasa a los que escribimos cositas, y llamo así a estos escritos que publico habitualmente, ya que, al menos yo, no sé hacer obras mejores, ni más extensas. Estos trabajos nuestros “miniaturas”, no deben confundirse en ningún momento con los de los articulistas, que España los tuvo siempre, (¡ ay Larra, qué olvidado te tenemos!) y los tiene magníficos y para ellos va, de antemano, mi respeto, mi aplauso y mi enorme admiración. Estos, las más de las veces, se ocupan de temas actuales, mientras que nosotros solemos dar nuestra, en mi caso pobre, opinión sobre temas intemporales o narrar historias cortas y, al poder ser, entretenidas. Pero además de distraer el ocio e intentar hacer pasar un rato algo agradable a quien tiene la amabilidad de ocuparse de nuestros escritos, tenemos, o al menos yo lo intento, otra misión mucho más importante al publicarlos. Y esta no es otra que la de que el público se mantenga interesado en la literatura y no pierda, y en algunos casos gane, la costumbre de leer, que hoy en día está muy amenazada por muchos motivos. Dice el maestro Azorín, cuando habla de los Romances, que muchos han sido escritos por alguien que ha querido mostrar su retórica y su lindeza. Pero otros tienen la hechura y la emoción de la obra que ha sido pensada y, sobre todo, sentida. Pues quiero decir bien alto que es a estos últimos a los que me acojo, y entre los que me hallo, o al menos esa ha sido siempre mi intención.
Por todo ello, procuramos hablar de los más diversos motivos y citamos textos o frases originarias de eminentes autores, con el fin de crear esa afición tan deseable a las letras. Está dicho que para ser escritor es imprescindible haber leído y leer muchísimo, y yo, que soy mal escritor pero viejo lector, me tengo impuesta la misionera tarea de convencer a alguien de que tome afición a los libros, que leer es una de las más gratificantes labores que el ser humano pueda realizar, aunque no se tenga la posterior intención de escribir.
Nunca sabré si con mis textos he conseguido algún neófito para esa causa. Sin embargo, me ilusiona pensar que sí lo he hecho, y si no, al menos, me conformo con haberlo intentado. Habré realizado lo mismo que hacían aquellos payasos: intentar hacer pasar un rato agradable distrayendo, en lo posible, a los espectadores. Sé, a ciencia cierta y además no me importa al no ser ese el fin que persigo, que mi nombre no pasará a las enciclopedias, ni mis pequeñas obras son o serán módelicas. Pero con que sean literariamente evangelizadoras, la felicidad estará conmigo.

Marzo 2004

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 5 de Marzo de 2004

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