sábado, 2 de febrero de 2008

Los temas

Los temas
Ramón Serrano G.

Me parece recordar que fue Julio Camba, aquel gallego de fino humor, periodista, viajero incansable y gran gourmet, quien dijo que el escritor de artículos, para desarrollar estos, suele utilizar con demasiada frecuencia pasajes vividos por él, escenas de su propia vida y su personal visión de la misma, como cantera de temas para desarrollar y dar contenido y esencia a sus escritos y testimonios. O sea, que toda narración viene a tener algo de biográfica ya que casi siempre está basada en algún suceso, nimio o trascendente, vivido por el autor.
Esto no deja de ser verdad, pero digamos que solamente a medias, o quizás estaría mejor dicho que no lo es totalmente. A poco que observemos se verá que el escritor se lanza en infinidad de ocasiones a contar cosas que le son completamente ajenas y en cuyo desarrollo, él no ha participado en absoluto. Su misión, por tanto, en estas labores consiste en narrar lo que desea sin que algo de su existir se vea involucrado en la narración, a no ser que se considere, y esto es natural, que al escribir va dejando, página a página, frase a frase, su estilo y sus formas. Algo de sí mismo.
Pero, por otra parte, sabemos que es completamente cierto que las vivencias van dejando impronta en cada uno de quien las soporta y que la experiencia es la causante y el sustrato de muchas sabidurías. Así está constatado, puesto que así, de dicha forma, ha venido siendo a lo largo y ancho de los tiempos.
Porque esto no le ha ocurrido, o le ocurre, exclusivamente a los escritores de opúsculos o de grandes o medianas obras, sino que le sucede a cualquier persona, sea cual fuere su actividad o profesión, y lo mismo da que la desarrolle por haberla estudiado en mayor o menor profundidad, o que la tenga adquirida por mor de la costumbre. Se hacen las cosas apoyándonos en los conocimientos que están aposentados en el albergue de nuestro intelecto, sea cual fuere el medio por el que llegaron a él. Da igual que el aprendizaje obtenido haya sido por inducción o por deducción.
Sin movernos del campo de la escritura nos damos perfectamente cuenta de que el historiador nos explica lo acaecido a través y con su sabiduría, pero aunque su texto esté plagado de aciertos y puntualizaciones exactas y completamente ajustadas a lo que ocurrió en el tiempo y en el espacio descritos, no puede, por mucho que lo intente, sino describir los diferentes panoramas y acontecimientos desde su prisma particular, un tanto afectado, ya sea mucho o poco, por su subjetividad. O sea que los hechos que se nos muestran no se ven nítidos, con absoluta claridad, sino un tanto desdibujados porque al ser detallados se han moteado, para bien o para mal, por la peculiar personalidad del autor.
Esto lo notamos por igual en el comportamiento de la inmensa mayoría del hombre de la calle tanto en su actividad laboral como en sus expresiones y juicios cotidianos. Pongamos varios ejemplos. Lo comprobaremos si observamos al pobre agricultor, que pese a sus pocos estudios pero no tan escasos aprendizajes, lleva grabada atávicamente la forma de desarrollar sus cultivos, tal y como le dictan sus propias vivencias, tal y como lo fue viendo hacer a sus progenitores o a quienes le precedieron en esas faenas. Sabemos que en el desarrollo de su profesión, el abogado se apoya no sólo en la legislación actual, sino que lo hace también en la jurisprudencia acaecida a lo largo de miles de pleitos. Acudamos, por último, a la labor de los actores teatrales y oiremos decir que tienen pocas o muchas “tablas”, según la experiencia acumulada lo que les hace que actúen con poca seguridad o mucho desparpajo.
Queda pues abierto el dilema de si es mejor apoyarse con más fuerza en la columna de lo aprendido que en el pedestal de lo vivido. De ello, como por otra parte es lo natural, hay diversas opiniones y mientras alguien dijo que la doctrina enseña más en un año que la experiencia en veinte, los griegos, ese pueblo tan sabio que sus teorías y pensamiento no ha sido superado nunca por ningún otro, atestiguaban que había que ser remero antes de coger el timón y haber estado en la proa y observado todos los vientos antes de gobernar la nave.
Convengamos entonces que lo importante es no aceptar al empirismo como agente más principal que el estudio, y de esta forma no desechar ninguna opción, sino aprovechar ambas. Así pues, y poniendo como ejemplo al articulista, no debe servir este exclusivamente de vocero bajo ningún concepto. Antes bien, tendrá que elegir los temas, documentarse debidamente sobre ellos, vivirlos a ser posible, y más tarde, aprovechando su mayor o menor facilidad para transmitir, ya sea esta personal o mediática, exponer su mensaje a sus amables lectores.

Junio de 2007

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 22 de junio de 2007

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