sábado, 2 de febrero de 2008

La armonía

La armonía
Ramón Serrano G.

A mi parecer, el acontecimiento social que mayor éxito de audiencia tiene anualmente en todo el mundo, debido tanto a su ejecución como a su belleza, es sin duda alguna el concierto de Año Nuevo que la Filarmónica de Viena nos ofrece desde 1959 en la mañana del primero de enero y que seguimos, entusiasmada y fielmente, millones y millones de espectadores de muchos países. Algunos, los más afortunados, en vivo, suerte esta que yo no tuve nunca.
Como es lógico no es una, sino varias, las razones del constante triunfo que siempre consigue ese evento cadañal. Y sin que el orden al hacerlo cualifique las características, podríamos citar como tales causas la hermosura de la Sala Dorada del Musikverein donde tiene lugar el acto, teniendo ese atractivo tanto por ella misma, como por la preciosa decoración floral holandesa con que la adornan para esa fecha. Está, también, la espléndida presentación del espectáculo que siempre hace la televisión austriaca, alternando, con un buen gusto enorme, imágenes del recinto con otras de salones palaciegos y actuaciones de ballet. Es de admirar, por otra parte, la exquisita selección de los temas musicales, así como la perfección y el virtuosismo en la ejecución de los mismos. Trasciende, además, la acertada elección del día y hora de celebración del concierto, lo que constituye una ofrenda de amor y de esperanza para el año que empieza. Aparece por último, y esto es con seguridad lo más importante, un perfecto equilibrio y una concordancia extraordinaria entre todos estos elementos. O sea, que se da, que existe, que se palpa en todo ello una singular concordia.
Un año, presenciando este festejo, tuve una expresión admirativa acerca de lo maravilloso del mismo y de lo poco frecuente que es en la actualidad encontrar otro de similares características. Y cuando oyó esa manifestación de asombro y admiración, mi mujer, que estaba junto a mí disfrutando de la hermosa fiesta, me contestó muy acertadamente:- Es que en lo que estamos contemplando hay una perfecta armonía.
Y entendí que llevaba razón. Y que posiblemente, lo que está arrastrando al mundo al actual érebo en el que nos vemos inmersos, es una total falta de concordancia, una disfunción en el desarrollo de todos los agentes sociales, geográficos, o atmosféricos, casi siempre producidos por un pésimo comportamiento humano, que nos ha conducido al rompimiento de la isostasia establecida desde el inicio de los tiempos. Que nos ha llevado a que no exista ya la cadencia necesaria y satisfactoria que todo acto correcto, sea de la índole o características que sea, debe poseer. Que si en el renacimiento italiano se atribuía, y quizás atinadamente, a la armonía la capacidad de irradiar influencias benéficas a su alrededor, bien podemos pensar ahora que la discordancia nos esté llevando a un desacuerdo total.
A riesgo de parecer catastrofista, debo decir que por ese enorme desequilibrio existente entre todos los componentes que se puedan hallar sobre la corteza terrestre, no encontramos por ningún sitio la regularidad, ni el acorde, que serían imprescindibles en el comportamiento de los hombres para un buen desarrollo de la vida. Como no aparece por lado alguno la adecuada distribución del trato correcto y debido de unos para con otros, y sí el abuso y la opresión hacia los más débiles, con una efetá impropia de seres civilizados. Que no actúan los hombres con adaptación a las circunstancias, sabiendo incluso perder, a veces, de sus derechos en aras de la amistad y de la paz universal.
A poco que nos fijemos se verá que el actual obrar de los humanos no se caracteriza, precisamente, por mantener un ritmo unísono, un acompasamiento de sus hechos con los módulos más ortodoxos, ya preestablecidos por quienes nos dieron ejemplo del bien hacer. Que no hay prácticamente en ningún estrato del orden mundial, el mantenimiento de un estilo adecuado, o de una forma de ser apropiada, para mantener el equilibrio necesario para desarrollar un estilo de vida de acuerdo con las más elementales necesidades. Que sí hay, por el contrario, ingente cantidad de estridencias desapacibles y chirriantes entre todos los componentes del universo mundo, de toda clase y condición, que pueden conducirnos, y de hecho ya lo están haciendo, hacia el combate y el aniquilamiento.
Si nos dejamos llevar por la razón y no por el fideísmo, veremos que hay en nuestros días aparentemente, pero sólo aparentemente, una paz y una concordancia forzadas, como impuestas, entre dirigentes y dirigidos, familiares y allegados, conocidos y vecinos, patronos y obreros, preceptores y educandos, responsables del mantenimiento ecológico y disfrutadotes de él, y muchos más casos que podrían citarse. Todo parece discurrir con corrección, con acciones orquestadas, pero es con ficta consonancia. Porque a poco que nos detengamos a escuchar con la debida atención, oiremos desafinar en el convivir de cuantos poblamos este mundo, y cómo nuestras actuaciones más se asemejan a barahúnda que a concierto.
Al igual que los romanos por el mes de febrero celebraban las carestías, convites para restablecer la armonía entre los parientes y afines, así nosotros, por los días navideños, nos queremos demostrar unos a otros un efímero deseo de felicidad a través de banquetes y mensajes estereotipados, y que no son más que una apariencia, una máscara que nos quitamos al finalizar el año, ya que, comenzado este, empezamos a mostrar de nuevo nuestra auténtica manera de ser, y simplemente por una taza, por un mueble, por un poco de guelte, por un celemín de tierra más producidora de desvelos que de beneficios, por el afán de querer desempeñar el papel de concertino, nos enfrentamos, hasta lo indecible, con quien haya menester.
Es la forma desafinada, carente de armonía, que tenemos de interpretar la partitura de nuestras vidas. Y al hacerlo así, chirrían nuestros instrumentos, armonizamos poco y desentonamos demasiado.

Marzo 2007
Publicado en “El Periódico· de Tomelloso el 9 de marzo de 2007

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