viernes, 1 de febrero de 2008

Las palabras

Las palabras
Ramón Serrano G.

Aunque recuerdo haber tocado de pasada este tema en anterior ocasión, lo retomo hoy con mayor amplitud, no por querer demostrar unos conocimientos, que apenas poseo, sino porque son el sustento y la demostración de aquello a lo que quiero referirme.
Nos habla Aristóteles en su Politica de la enorme diferencia que existe entre los términos logos (palabra) y foné (sonido) y acaba diciendo cómo son estos los que primordialmente nos hacen ser diferentes de los animales, que solamente emiten los últimos, mientras que los humanos nos expresamos con los primeros. Y hace además la salvedad de que logos no significa exclusivamente la palabra, sino también la razón. Es el potencial del pensamiento racional. Por tanto, si la actividad de emitir racionalmente sonidos que conforman palabras, o lo que es lo mismo, hablar, es posiblemente la única que está reservada en exclusiva al ser humano, nosotros podemos, y debemos, expresarnos y entendernos con el diálogo razonado y razonable.
Podríamos remontarnos a muy diversos lugares y épocas para poner ejemplos de cómo el hombre ha conseguido importantísimos logros con su verbo. Bástenos para demostrarlo con citar a los yatiris, los indios bolivianos precolombinos, que desde los tiempos más remotos, en los que vivían en un estado de bienestar y paz, aprendieron a introducir en la palabra una fuerza y un poder más que extraordinario. Sólo con ella, y dándole el sentido adecuado, lograban cambiar en el individuo su estado de ánimo, su personalidad, y así conseguían, simplemente hablando, curar enfermedades, dar alientos o remedios, hacer bueno al malo, y viceversa. Ocurría lo mismo entre los aymaras peruanos, que a través de las palabras producían extraños efectos entre sus congéneres humanos. Algo similar pudiera acontecer con el mal de ojo, que parece exterminarse a través de la voz, pero no quiero profundizar en ello para no herir, posiblemente, susceptibilidades.
Son algo realmente transcendentales las palabras, o si lo prefieres, lector, la palabra, esa unidad o grupo de sonidos que componen expresiones del lenguaje con algunas significaciones, tan dispares como la enseñanza, la exposición, la aclaración, el interrogante, la promesa, etc., etc. Rindamos el debido culto a aquello que nos sirve para hablar o para decir cosas. ¿Cómo para hablar o decir cosas? ¿Es que acaso no es lo mismo? No, no lo son, y, si se me apura, ni parecidas siquiera. Porque acudiendo a la semántica y sin querer introducirme en el campo de la retórica, vemos cómo es hablar un verbo intransitivo, es hacer uso de una facultad humana, mientras que el decir es utilizar esa facultad en una expresión apreciable empíricamente. Bastante conocida es la anécdota en la que alguien afirma que Fulanito habló ayer sobre algún tema determinado y su interlocutor le pregunta ¿y qué dijo?. Baste aquí un toque de atención a las aristotélicas praxis y poiésis (acción y producción) Una, la acción inmanente que lleva en sí misma a su propio fin; la otra, la producción de una obra externa al sujeto que la realiza.
Porque, allanando conceptos, todos hemos caído en la cuenta que desde siempre, pero infinitamente más en los tiempos que corren, hay ( o debiera decir estamos) multitud de personas que hablamos y hablamos durante horas o escribimos páginas enteras, y a la final no venimos a decir nada en concreto. Algo que tenga un poco de sentido o de coherencia. Ello es debido, a mi entender, por la escasez de buenos parlantes y escribidores, pese a la ingente cantidad que estamos de ellos, y por la profusión de medios de comunicación, que teniendo que llenar constante y periódicamente sus espacios y páginas, nos tienen que aceptar, sin exigirnos demasiado, a los muchos que somos proclives a expresar públicamente nuestros pensamientos.
Quisiera dar, aunque sólo fuese una ligerísima pincelada, a un campo, al que nunca procuro referirme, pero que en la actualidad puede que sea el mejor exponente de la gran mediocridad que hay de decidores y sin embargo el ingente número de utilizadores de peroratas auténticamente infumables. Me estoy refiriendo al curioso e inverosímil mundo de los profesionales de la política, que pueden estar hablando durante horas sin decir absolutamente nada. Y hecha la alusión anterior, corto aquí el tema por lo escabroso y deslizante del mismo.
Y volviendo al tema que nos ocupa, no nos conformemos con emitir sonidos aun cuando estos lleguen a constituir palabras, sino que al decir estas, expresemos hechos o ideas sólidas y constructivas. Debe pensarse y sentirse siempre lo que se va a decir y saber que aquello que se piensa en un instante tarda luego una hora en decirse. Preocúpese el hombre de conseguir en mayor medida el arte del decir que no la costumbre del hablar, ya sea en ámbitos mediáticos o en simples y rutinarias conversaciones vecinales, teniendo presente siempre, que no es más sabio aquel que más habla. Así pues, dicho queda que el decir es arte y como tal arte siempre debe orientarse hacia algo bueno, lo estemos utilizando como una ciencia normativa o como una ciencia descriptiva.
Y sin más cavilaciones filosóficas, pensemos en que sería muy bueno para todos, que vigilásemos esta consuetudinaria labor nuestra de la comunicación y por ello, habláramos con una gran precisión y no dijéramos cosas por decirlas, sin tino y sin fundamento. Y permítanme el contrapunto y el juego de palabras.
Enero 2006

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 27 de enero de 2006

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