sábado, 2 de febrero de 2008

La importancia

La importancia
Ramón Serrano G.
Define el DRAE este sustantivo como cualidad de lo que es muy conveniente o interesante, o de mucha entidad, consecuencia o grado de influencia de una cosa. Pero yo creo, (y lo hago, desde luego, sin ánimo alguno de tratar de corregir a los autores de tan insigne libro, que mi cabeza, aunque ya va estando un tanto destartalada, no se permitiría nunca tamaña insolencia) que a esa definición se le debería añadir que es uno de los sentimientos que antes se despiertan en el individuo. Y lo hace sin que ese desarrollo esté motivado por ninguna otra razón que no sea la caprichosa forma de ser de cada uno y el derrotero por el que quiere andar los pasos de su vida.
Así, todos hemos comprobado cómo el niño, al recibir sus juguetes navideños, no se siente atraído siempre por el más valioso, ni siquiera por el más llamativo, sino que acude prioritariamente al que a él le parece mejor y, casi, casi, despreciando a los otros. También es cierto que, aun cuando con el uso acaba siendo uno de ellos el favorito, ese interés suele tener muy corta duración, que pronto el gusto se vuelve corto y la predilección exigua.
Luego, cuando mayor, y sabiendo que es ley de vida que todos queremos aportar a nuestra vida el mayor bienestar posible, para lograr ese confort, estas dos decisiones se suelen afianzar en cada persona de forma bien distinta. La permanencia en nosotros de lo que es importante, ya es casi siempre muy duradera, aunque no lo sea siempre, por fortuna a veces y a veces por desgracia. Mas lo que sí se asienta frecuentemente con mayor firmeza en dichas personas es un muy distinto criterio para reconocer el verdadero valor de sus actitudes y de sus apetencias. Veámoslo.
Para ello vamos a clasificar esas conductas y esos deseos en cuatro grandes grupos, utilizando un símil naipesco, y aclarando, por ser cosa muy principal, que, salvo quien elige el cuarto apartado, el estar incluido en uno de los otros tres primeros no excluye que también se esté metido de hoz y coz en alguno de los otros dos.
Al hacerlo nos damos de narices en primer lugar con los oros, y queda bien a las claras que aquél que toma esta predilección, está sobradamente dominado por la avaricia, y todos y cada uno de sus esfuerzos van destinados a la consecución de todo lo que imaginarse pueda. Para estos, lo fundamental es la posesión, e incluso el acaparamiento, de bienes de una u otra índole. El tener por tener, sin necesidad de que la propiedad conlleve algún beneficio distinto a la acumulación. Y lo que es peor aún, que el no conseguir todo lo que desean les produce una malaestanza insufrible.
El siguiente grupo acoge a las copas, y en él están incluidos los que sólo encuentran justificación para sus actos si estos se refieren al buen vivir, al deleite y disfrute de los sentidos, al goce desmedido de los mismos, y además siempre enfocados deleite y goce desde un prisma estrictamente material, y si me apuran, diría que grosero. Son aquellos que menosprecian al meollo y para los que su dios es la andorga.
El tercer apartado, las espadas, encierra a los que todo lo quieren alcanzar a través de la fuerza, sin que para ellos sirva de mucho la justicia, y sin que les importe para nada la amputación o el aniquilamiento de lo que se les ponga por delante con tal de conseguir aquello que se les antoja y les parece trascendente. La violencia en sus muchas versiones, de género, terrorista, psíquica, bélica, etc., es su único argumento. Para estos, honras, haciendas o vidas, se pueden mescabar o cercenar de un tajo, si eso les lleva a conseguir su deseo, aun cuando este fuese espurio. Así, de un espadazo, sin estudios ni razones, lo mismo que Alejandro, resuelven ellos los nudos gordianos que se les presentan.
Cabe decir aún, como antes apuntaba, que hay demasiados seres que no están inmersos exclusivamente en una de estas tres secciones, sino que participan de otra, o de otras dos, lo que incrementa, para su mal y grandemente, las condiciones intrínsecas de cada una de ellas.
Quedan al fin y por ventura aquellos para quienes los bastos, o dicho de forma ascendente, la madera, los árboles, la naturaleza, el bien, la belleza, en una palabra, la VIDA, constituyen su anhelo más importante. Algo por lo que vale la pena sacrificarse para conseguir su conservación, huyendo de todo cuanto pueda suponer contaminación, desgarro, sufrimiento o muerte. Y no sólo en lo material sino también, y quizás mucho más, en lo espiritual. Son, o están aquí incluidos, aquellos a los que importa educar, ayudar, sanar, razonar, dialogar, hacer compañía. A los que satisface más conservar un amigo que ganar onzas o maravedíes. A los que tanto, o más, interesa asistir a una puesta de sol, que ser un sardanápalo. Para los que es prioritario hacer feliz a un niño y no embaírle o lastimarle. Razón lleva Platón, quien por boca de Apolodoro, nos dice en su “Banquete”: …cuando hablo o escucho hablar a otros de filosofía, aparte de creer que saco provecho, disfruto sobremanera. Sin embargo, cuando oigo otros discursos, especialmente los de los ricos y los hombres de negocios, me aburro y me dan pena, porque piensan que están haciendo algo importante, cuando sus actos no tienen nada de valor.
Sí, está muy claro que las cosas, y los hechos, y las ideas, no tienen la misma enjundia para unos que para otros. Y que cada cual busca, con más o menos afán, lo que es importante para él. Lástima, que la mayoría de las veces, no nos paremos a pensar si lo que anhelamos tiene verdadera, auténtica, o real importancia.
Abril 2007
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 13 de abril de 2007

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