miércoles, 15 de enero de 2014

Afortunadamente

Para Cristina, Sara y María. Si las personas fuéramos un poco sensatas, aunque fuera tan sólo un poco, deberíamos estar dando gracias de contino a quien fuese menester, por una y un millón de cosas: por oír cantar a un ruiseñor, por los amaneceres, por Don Quijote, por los niños, por Sevilla,… y por tantos y tantos otros motivos que sería prolijo e innecesario enumerar. Pero, ante todo, y por encima de todo, por ser mujer u hombre. De ellas, de las féminas, todo lo que se pueda decir amigo lector, absolutamente todo, es positivo y admirable. Aunque estaría mejor dicho, todo, menos una cosa, precisamente la misma que supone el mayor galardón del que pueden presumir los pertenecientes al género masculino y es que, afortunadamente, nosotros no somos flores. Puede que te hayas extrañado de esta afirmación, pero tras la lectura de este escrito lo comprenderás y acabarás dándome la razón. O eso creo. O eso espero. Así, pienso que coincidirás conmigo en que uno de los motivos de ese agradecimiento al que aludí al principio, pero que intencionadamente no cité, es la existencia de las flores, en todas y cada una de su inmensa variedad de tamaño, forma, aroma y color. Las flores ,bien lo sabes, son ese torbellino de cromatismo y luminosidad que nos ofertan las plantas y cuya gran hermosura no incide solamente en nuestra alma a través de los ojos. También son un extenso texto poético, de sutiles palabras, que llegan a nuestra mente para darle una satisfacción totalmente inalcanzable de otro modo. Igualmente, tienen una infinitud de ternezas que acarician nuestra piel con la suavidad del niño y la pasión de un amante. Pero, sobre todo, son… algo de lo más bonito que podemos hallar en el mundo en que vivimos. Por todo eso, y como no podría ser de otra manera, tienen gran cantidad de admiradores, amigos incondicionales, adoradores perpetuos. Esos son a veces, ya digo, los dedos, en muchas ocasiones la nariz, y siempre los ojos, aunque pienso que estos no son plenamente sabedores de la inmensa fortuna que tienen al poder verlas. También se hallan entre sus adictos los pájaros, que acuden pertinazmente hasta ellas para completar con sus sinfonías maravillosos espectáculos. Las abejas, que lo hacen para nutrirse con su néctar, y fabricar con él, que no con las amarguras viejas, blanca cera y dulce miel. Y ¡cómo no!, también están entre ellos los pintores, quienes saben aprovecharse mejor que ningún otro de su infinito colorido, y tras traspasarlo a su paleta, ofrecernos maravillosos lienzos. Vaya aquí, un agradecido recuerdo para Van Gogh, Cézanne, o Monet. Y quiero terminar de hablar de los afines a nuestras protagonistas de hoy, las flores, citando entre ellos también, y primeramente, a los enamorados, aún a sabiendas de que no tengo palabras (mi pobre magín no da para ello) para detallar todas las razones o motivos por los que, aquellos que se sienten presos de ese “mal”, utilizan y acuden al mundo de las flores para dar público y sincero testimonio de su amor. Puede que alcance a comprenderlo, pero tratar de explicarlo, de describirlo, de hablar de ello, sin tener la grandeza del poeta, sería una grosería que no estoy dispuesto a cometer. Quédame sólo decir que, en la lista de amigos de las flores, puede que haya que incluir también a los muertos. Pero ese es otro tema. Y ahora viene lo más delicado y lo menos agradable de esta exposición en la que me he metido. Queda dicho que nuestras admiradísimas amigas tienen muchos amigos, pero ¡ojo!, que enemigos y antagonistas también haylos. Y al relacionarlos, empezaré por los más pequeños, dejando el mayor para el final. Así hablaré del sol, ya que su excesiva exposición a él acaba por marchitarlas; o la carencia, o escasez del agua, imprescindible esta, no ya para su lozanía y frescor, sino para su vida misma; o el frío, cuyos dardos acaban por marchitarlas completamente; o una tierra carente de los mínimos componentes de humus y fertilizantes, que dificultan o anulan su crecida y vigor. Digamos, por último, que tienen otros enemigos, pero que estos lo son únicamente por oficio y no los nombraremos. Ellas, las maravillosas flores, tienen además otros dos rivales poderosísimos, poseedores ambos de una gran venustidad, magnificencia y hermosura. Me estoy refiriendo, en primer lugar, y aunque parezca extraño, a la mujer, el ser mejor acabado, y casi perfecto, de todos los que habitan el planeta Tierra. Tratar de contar las virtudes femeninas sería como contar los granos de arena de una playa, pero todos tenemos clara conciencia de que tener atributos y dones los tuvo, y los tiene, como ha quedado suficientemente demostrado en muchas ocasiones. Y lo mismo nos ocurriría si quisiéramos hablar de las estrellas, las cuales, al igual que las mujeres, son también adversarios de las flores, y merecedoras igualmente de los mejores calificativos que podamos imaginar y con un ingente número de ellos. Y de la causa de esta hostilidad hacia los astros y las féminas, tienen clara conciencia las flores. Y por saberlo, se expresan de la manera que nos dice Rubén Darío: “Oí que decían las flores en voz muy queda, tan queda que sólo lo escuché yo en aquellos instantes: -Entre las estrellas y las mujeres, son estas nuestras más terribles rivales. ¡Aquellas están muy lejos!...-“ Es por ello, querido lector, que te decía al comienzo de este escrito que debemos dar constantemente gracias por haber nacido hombres y no flores. Imagina que hubiésemos sido clavel, narciso, gladiolo, lo que tú quieras. Tendríamos una gran belleza, seríamos apolos o adonis. Seríamos admirados por infinidad de personas y otros seres vivos. Todo eso sería maravilloso, pero conllevaría estar obligados a sufrir la insufrible tortura de tener por antagonista principal y muy importante a la mujer. Y aunque sólo fuese por esa razón, hemos de decir que, afortunadamente, hemos nacido hombres. Porque a la mujer la podemos tener como reina, como madre, como esposa, como hija, como amante o como compañera. Como lo que sea, pero siempre, SIEMPRE, poniéndola en el más alto grado, que en ella todo es positivo. Y nunca, nunca jamás, como rival. Para nosotros supondría un quebranto insufrible. Ramón Serrano G . Enero de 2014