viernes, 17 de agosto de 2018

...belleza (y III)

Para comenzar este último capítulo, un muy breve apunte sobre la persona de Millán, aquel pastorcico y ermitaño que tuvo una vida azarosa, que llegaría a santo, que fuera motivo de numerosos estudios dada su importancia y que da nombre al lugar donde nos hallábamos. Sabiendo que lo que nos faltaba por ver en nuestro viaje era de tanta belleza como lo ya visto, cuando abrieron las puertas del Monasterio de Suso (el de arriba), ya estábamos ante ellas, y a fe que no nos decepcionó lo que contemplamos a continuación. Fue uno de los centros espirituales de Castilla, constituido a partir de un eremitorio rupestre. Quedamos admirados al contemplar el cenobio original del siglo VI, la tumba de los Siete Infantes de Lara, el cenotafio románico de San Millán o el arca relicario. Pero lo que nos maravilló fue el saber que allí hubo un código latino, el catalogado como Aemilianensis 60,en el que aparecieron unas notas manuscritas del siglo X, en un idioma que ya no era latín y parecía castellano. Eran las luego conocidas como Glosas Emilianenses, el testimonio escrito más temprano, al parecer en la lengua vernácula que se hablaba por entonces. Fueron descubiertas en el siglo pasado y sobre ellas se han lanzado cantidad de opiniones y pensamientos, pero se las considera como la base creativa de nuestro queridísimo idioma castellano. Descendimos tras ello al Monasterio de Yuso (el de abajo), construido a mitad del siglo XI al haberse quedado pequeño el de Suso. Inicialmente fue de estilo románico y en los siglos XVI y XVII tuvo grandes ampliaciones llegando a alcanzar unos 10.000 metros cuadrados. Son de gran interés el salón de los Reyes, el claustro bajo o procesional, la iglesia catedralicia y la muy bella sacristía. Se accede a la planta de arriba para ver el claustro superior, completamente distinto al de abajo, y a una sala que alberga la colección de Cantorales, gigantescos libros con hojas de piel, que pesan entre 20 y 60 kilos cada uno. También es de interés el arca donde reposan las reliquias de san Millán. Terminada la visita, que se nos hizo corta y deliciosa, pasamos a recoger nuestros equipajes a la hospedería del Monasterio en la que habíamos estado alojados, e iniciamos nuestro viaje de regreso. Éste nos llevó hasta Nájera, de origen muy antiguo y a la que los musulmanes bautizaron como Náxara (lugar entre peñas), adonde llegamos a la hora de la manduca, que hicimos en “El buen yantar”. Comimos, como siempre, maravillosamente, aunque nos dijimos: ¿pero es que hay algún sitio en La Rioja donde no se coma bien y no se beba buen vino? Tras el buen refrigerio nos encaminamos a realizar nuestra última y obligada visita, que fue al Monasterio de Santa María la Real, uno de los lugares más emblemáticos de La Rioja, que fue panteón real de los reyes de Navarra y se encuentra en el Camino de Santiago. Hay una extendida leyenda según la cual, a mediados del siglo XI, al rey García Sánchez III, un halcón y una perdiz le indican el lugar donde debe construir un monasterio y así lo hace, aunque no llega a verlo terminado puesto que fallece en la batalla de Atapuerca unos años antes. Al hablar de las características hay cita obligada para la iglesia, el Panteón real, donde hay una imagen de madera, gótica, del siglo XIV de la Virgen de la Rosa. Se halla al fondo, bajo el coro, cerrado por una verja, y alberga los sepulcros de varios reyes y reinas, entre los que se encuentra el de Blanca de Navarra. También está el Panteón de los Infantes, siendo aquél y éste de una gran riqueza iconográfica. Además, tienen merecida mención el Coro, el Retablo Mayor y el Claustro, rogando se me permita no detallar sus muchísimas riquezas puesto que sería tarea interminable. Ahora la cita de dos hechos que dañaron enormemente al Monasterio. Uno, la desamortización de Mendizábal, con la que perdió una gran parte de su patrimonio, y otro el atropello sufrido con la invasión de las tropas napoleónicas, las cuales ocuparon el lugar, convirtieron la iglesia en cuadra, dedicándose al robo y al saqueo del monasterio, y así se puede apreciar que todas las imágenes del claustro están decapitadas. Los gabachos no hallaron mejor actividad que esa para entretenerse. Nuestra visita había acabado, por lo que iniciamos el camino de retorno hacia Tomillares, haciéndonos lenguas ambos de cuánta belleza habíamos podido contemplar en tan escasas jornadas, ponderando aquello, extasiándonos con el recuerdo de aquello otro o regocijándonos de haber tenido en esos días tan excelente quehacer. Y luego, como si no estuviésemos lo suficientemente convencidos de ello, proclamamos repetidamente la belleza de nuestra amadísima España, y nuestra conversación versó sobre los mil y un beneficios que tiene el viajar, y empezamos a decirnos de carrerilla lo que ya nos sabíamos de memoria de tanto y tanto haberlo repetido: que con los viajes se ajusta a la realidad lo que habíamos imaginado; que se ven las cosas como son en vez de pensar cómo serían; que lo que más importa es el camino y no la llegada; que si lo visto es mejor que lo nuestro debemos copiarlo y si es peor, se debe saber gozar con lo que se tiene; que se producen bastantes sorpresas al encontrarse con cosas completamente inesperadas y que se aprende muchísimo viajando, pues como dijera el gran Pablo Neruda, si no se escala una montaña, jamás se podrá disfrutar del paisaje. En una palabra, que viajar es algo magnífico, pero que se debe tener presente siempre que igualmente es muy placentero volver a casa, sentarse en un sillón y quitarse los zapatos. Ramón Serrano G. Agosto 2018

miércoles, 1 de agosto de 2018

...vino y (II)

Cuando habíamos recorrido unos ciento cincuenta kilómetros, sin verlo, sentimos que a muy pocos metros de nosotros, en la falda de uno de aquellos deleitosos montes, nos estaba esperando, en silencio, el Monasterio de Yuso, y muy cerca se él, su monasterio hermano, el de Suso, pero ya dispondríamos de tiempo para visitarlos. A eso, y nada más que a eso, habíamos venido. Bueno a eso, y para revivir (o sea, conseguir que existiera de nuevo lo que estaba, o parecía, muerto o extinguido) lugares, pero, sobre todo, monumentos, y también manjares que tienen categoría de únicos. Parajes, edificios y yantares que hacen que España, por estas y por otras muchas cosas, sea única en el mundo. Teníamos por delante la muy agradable tarea de ver, en un cuadrado de cincuenta kilómetros de lado, la mayor concentración del mundo de edificios religiosos (monasterios, catedrales o abadías), y cada uno de ellos con el calificativo de excepcionales. Rogando que a partir de este momento se me permita no ser prolijo y exhaustivo en la relación de lugares turísticos ni adjudicar adjetivo alguno sobre lo que íbamos a ver, ya que ello supondría cualquier disparidad de juicio injusta e imperdonable, diré que, con el hambre de observar cosas bellas, iniciamos a la mañana siguiente nuestra ruta, que habíamos confeccionado exclusivamente por motivos geográficos, con la ilusión de ver cuantas más cosas pudiésemos, aunque sin atiborramiento. Ella habría de llevarnos en primer lugar a Cañas, un pueblo de unos 100 habitantes, cuna de Santo Domingo de Silos, en el que se halla la abadía de Santa María del Salvador que edificase en el siglo XIII doña Urraca Díaz de Haro, en unas tierras donadas por sus padres don Lope y doña Aldonza, y habitada por monjas cistercienses. De una gran belleza, cabe destacar la portada de la sala capitular, el sepulcro de la citada abadesa, el claustro y unos ventanales de alabastro que proporcionan a la iglesia gran luminosidad. Digno es de lástima aquel que recorriendo las tierras logroñesas no se allega a ver ese lugar. De allí partimos hacia Santo Domingo de la Calzada, municipio situado a orillas del Oja, rÍo que dio nombre a la comunidad, en el que habitó el monje Domingo García, gran impulsor del Camino de Santiago. Fue el ejecutor del milagro del gallo y la gallina según el cual Domingo García demostró la inocencia de un peregrino que erróneamente estaba acusado de muerte, haciendo volar a una gallina que ya estaba asada. Como recuerdo de ello, en la catedral calceatense hay una estatua de estilo gótico y del siglo XV, denominada El Gallinero y en la que se cobijan un gallo y una gallina, y que sirve de recuerdo del famoso milagro. También son dignos de cita, el Coro y el sepulcro de Sto. Domingo. Bien mediada ya la mañana continuamos nuestro itinerario que habría de llevarnos hasta Haro, la población más importante de la denominada Rioja alta, que albergando construcciones tan admirables como la portada de la iglesia de Sto. Tomás, el torreón medieval, la puerta de san Bernardo, la basílica de Nª. Sra. de la Vega o el palacio de Tejada, tiene unA muy bien alcanzada fama por ser la capital del vino, que es su gran motor económico. Sus suelos calcáreos y arcillosos, y su clima, la convierten en el lugar idóneo para que allí se asienten las bodegas más antiguas de la Rioja. Tras visitar algunas de ellas, recalamos a comer en el Beethoven II, que ya conocíamos y del que teníamos el mejor recuerdo. Allí una anécdota: al servirnos un vino extraordinario nos pidieron disculpas por no ser este de la localidad, sino de sitio cercano, y nos dijeron que ello lo hacían para no tener que decidirse por uno en detrimento de otros, lo que se podría interpretar que concedían mayor valoración a este, menospreciando a aquél. Hecho el almuerzo nos dirigimos al cercano Briones, a menos de diez kilómetros de distancia. El lugar tiene algunos puntos de interés pero hoy en día la mayoría de sus visitantes acuden a él por hallarse allí el Museo Vivanco del vino. Es este uno de los mejores del mundo, inaugurado en 2004, cuenta con una extensión de unos 4.000 m2 y una colección de vides con más de 220 variedades de todo el mundo. Es una iniciativa emprendedora y ambiciosa y un punto de referencia internacional sobre el vino, su historia, sus técnicas de elaboración y todas las manifestaciones que giran en torno a él. He de decir, a vuela pluma, que al visitar sus salas vimos la trascendencia cultural del vino desde sus inicios hace unos 8.000 años. Sus cultivos, sus variedades, enfermedades, modos y medios de ´fermentación, maceración y conservación; su asociación a fenómenos culturales y creencias religiosas; el modo de presentar sus muchas variedades y la manera de poder abrir la botella con una colección de sacacorchos de más de 3.500 piezas con formas y tamaños increíbles. Sé que no he dicho ni el uno por mil de cuanto se podría hablar de tan extraordinario museo, pero ni tengo espacio ni la capacidad necesaria para llevarlo a cabo, por lo que me conformaré con invitar al amable lector a que lo visite tan pronto como le sea posible. Salimos de allí completamente satisfechos de cuanto habíamos visto y lamentando enormemente que el día se nos hubiera hecho tan corto, volvimos a nuestro lugar de residencia. Ramón Serrano G. Agosto 2018

Lechazo (I)

Para mi amigo Pío, con quien he viajado tanto. Una de los modos más satisfactorios que tienen muchas personas de conceder una gran complacencia a su alma es viajar, tanto por el disfrute que siente en el momento de hacerlo como por las evocaciones posteriores. Conozco a alguien que, cada cierto tiempo, lo hace para recrear su alma con vivencias del pasado dedicadas a esos menesteres, para luego ocupar unas nuevas jornadas en visitar y revisitar sitios y parajes que le son interesantes por sus cualidades culturales, geográficas, históricas, gastronómicas, etc., etc. O sea, que lleva a cabo una tournée con el fin de, retornando a sitios, o yendo a veces a nuevos rincones, pasar varios días en determinados lugares, todos ellos llenos de belleza de una u otra condición, y conseguir un gran deleite, en esta ocasión no de uno, sino de todos los sentidos. Repito que son, en la mayoría de los casos, espacios o monumentos ya conocidos para él, (algunos, muy pocos, nuevos), pero cuya novedosa admiración le supone una delectación enorme. Y para demostrarlo, paso a describir la última excursión, realizada por él y por mí hace algún tiempo, y que, como se verá si logro describirla, es fantástica. No muy de mañana salimos de Tomillares -y hablo en plural, ya que casi siempre vengo en hacer estos periplos en compañía de mi gran amigo Pío - por lo que llegamos sobradamente a comer a Aranda de Duero, tal y como teníamos previsto. Estando por esas tierras, pasar de largo y no hacerlo allí, hubiese sido un sacrilegio que no estábamos dispuestos a cometer. Por ello, debidamente instruidos, nos acomodamos bajo un cupressus y nos dispusimos al yantar, que no podía consistir en otra cosa que un lechazo, que seguro estoy, se habría criado escuchando las campanas de Santa María, y que probablemente sería churro. De compaña (en absoluto me gusta esa moderna expresión de maridaje), un exquisito vino local de la Ribera. Tras ambos, mi amigo y yo tuvimos la aplaciente sensación de que acabábamos de estar en el cielo. Pero había que partir, seguir nuestra ruta, y no podíamos dilatar la estancia en ese lugar. El viaje no había hecho más que comenzar, y nos dirigimos a Santo Domingo de Silos, parada más que obligada para quienes atraviesan esos pagos. Ver Silos -y sobre todo su Monasterio- es algo realmente extraordinario en cuanto al sentimiento religioso, ya que allí emergen naturalmente en el alma el recogimiento y la oración. De la admiración que concede el contemplarlo, y como es lógico de este aspecto, no puedo, no quiero hablar, dejando a cada cual su valoración, a sabiendas de que ha de ser muy positiva. En cuanto a lo ¨mundano”, contemplar su botica, su museo, su ciprés -Enhiesto surtidor de sombra y sueño…flecha de fe, saeta de esperanza...en el fervor de Silos-, pero, sobre todo, la parte inferior de su claustro, es algo que no admite explicación. O lo ves en directo, o no puedes imaginar por grande que sea la capacidad mental del visitante, que los hombres hayan podido tallar en la piedra sus sentimientos con tanta precisión y belleza. Permítaseme tan sólo una atrevida y brevísima descripción. El templo, con un origen visigodo (posiblemente un cenobio) y posterior edificación románica, fue derribado en el XVIII y sustituido por otro neoclásico. De aquel estilo queda sólo el ala sur del transepto y la Puerta de las Vírgenes, que da acceso al claustro. La parte inferior de éste, de finales del XI y principios del XII. La parte superior no se visita y es de inferior calidad. Cuenta el claustro de abajo con unas arquerías de medio punto que descansan sobre capiteles, que a su vez lo hacen sobre columnas de doble fuste, menos los soportes centrales de cada galería, que están formados por fustes quíntuples, salvo el del lado norte que es torsado y cuádruple. Según nos comentaron, las galerías norte y este se llevaron a cabo casi un siglo antes que la sur y la oeste, presentando rasgos diferenciadores. Así los fustes de las primeras están más separados y presentan mayor éntasis, mientras que las del segundo taller son más realistas y tienen un mayor relieve. De cualquier modo, se ha de decir, clamorosamente, que los 64 capiteles son una auténtica maravilla, como igualmente lo son los relieves que adornan las caras interiores de las cuatro pilastras situadas en los cuatro ángulos de las galerías. Y que son: en el ángulo noreste, El sepulcro y El descendimiento; en el noroeste, Los discípulos de Emaús y La duda de Santo Tomás; en el sudeste, La Ascensión y Pentecostés. Y en el sudoeste, y perteneciente a la segunda época, La anunciación a María y El árbol de Jessé. En suma, uno de los claustros más hermosos que verse puedan. Y de ello fuimos hablando Pío y yo durante la continuación de nuestro camino y de lo beneficioso que es para el hombre cortar de vez en cuando con la rutina del quehacer diario y darse una satisfacción, aunque sea pequeña y corporal, como la de paladear deleitablemente el lechazo arandino, pero siempre, antes o después de la ingesta, concederse la inmensa alegría de ver con despacio una obra de arte que agrade, transmita y eleve y eduque nuestros sentimientos. Pero ya digo que hubimos de continuar, y ese camino citado nos habría de llevar a San Millán de la Cogolla, ya en tierras riojanas. A ellas llegamos mientras moría la tarde, tranquila y regalada, para, tras cruzar Berceo, recalar allí y allegarnos hasta el mismísimo Monasterio de Yuso, en cuya hospedería tendríamos nuestra residencia durante el tiempo que nos estuviésemos por aquellos pagos. Ramón Serrano G. Julio 2018

miércoles, 25 de julio de 2018

Costumbres

Entre las muchas feas costumbres que, para mí, tienen los seres humanos, está la de comparar la magnitud de muchas de sus acciones, ya sea para magnificarlas o para su degradación. Tenemos, estaría mejor dicho y metámonos todos, el hábito de decir si esto o aquello es el mayor bien o la peor desgracia, sin conformarnos con aplicarles epítetos como grande, pequeño, desagradable o excelente. Lo estamos oyendo diariamente: -Esta es la mayor desgracia que te puede pasar. -Esta es la mayor alegría que se puede llevar una persona. Las causas de esta acción parecen claras. Si se trata de algo dañoso o desagradable, lo que buscamos desaforadamente es la conmiseración del prójimo ante nuestro infortunio y cuanto mayor lo mostremos, más grande será su misericordia y su disposición a favorecernos. Y aunque el ejemplo no sea agradable en modo alguno, es la actitud que toman algunos indigentes cuando salen a ejercer su “tarea”, que utilizan ropas andrajosas e incluso fingen lesiones o carencias físicas inexistentes. El motivo de la magnificación de nuestras expresiones es bien diferente si lo que nos viene sucedido es de naturaleza beneficiosa, sea esta de la clase que sea: económica, social, familiar, etc., etc. Aquí empezamos a darle cuartos al pregonero para que todos sepan que hemos obtenido algún beneficio, que hemos triunfado en algo, que nos acaba de sonreír la diosa Fortuna. Y se trata de que de ello se enteren, “desde la princesa altiva, a la que pesca en ruin barca”, propios y extraños, tirios y troyanos, ya que cuantos más sean los conocedores de nuestro éxito, mayor será la importancia de este y más personas nos envidiarán. Y el citar este comportamiento me da pie para exponer una terminología de nuestro vocabulario verdaderamente extraña, y casi, casi, increíble, a mi juicio. Me estoy refiriendo a la envidia, que es el pesar del bien ajeno o la emulación y el ansia de tener lo que no se posee. Algo, a todas luces malo, y malo de solemnidad, que hay hasta quien tiene dicho que es el peor de los pecados que puede cometer el ser humano. Es, en su principio, desear desaforadamente cualquier bien, de cualquier clase o condición, que posea otra persona. Sin embargo, y debido a la inteligencia emocional, se ha cambiado el significado original del término añadiéndole el adjetivo sana. Y así, la envidia sana es la noble admiración que sentimos hacia los méritos, virtudes o posesiones, de otro, deseando que los mantenga y con la ilusión de que algún día también podamos disfrutarlos nosotros. La verdad, es que no sabría explicar la causa por la que se ha producido este nuevo concepto, que sería impensable en términos como enfado, tristeza, rencor, por ejemplo. Pero ni este es el medio, ni yo soy quien para seguir abundando en el tema, así que pasaremos página. Después seguiré refiriéndome a la envidia, pero ahora me detendré brevemente en la palabra envidiable, derivada natural de envidia, y a la que se le ha dado extrañamente un concepto laudatorio, ya que siendo algo que despierta envidia, la cual, y como acabamos de decir, es deleznable, se tiene como algo digno de ser deseado y apetecido por su bondad en una o varias facetas, sin que se sepa el motivo; yo, desde luego, lo ignoro. Misterios tiene la ciencia. Pasemos, ahora sí, a hablar de la envidia. Sobre ella podemos encontrar cantidad de dichos, refranes y sentencias: si la envidia fuese tiña cuántos tiñosos habría; que es mala consejera; que es peor la envidia del amigo que el odio del enemigo; que ella sigue al mérito como la sombra al cuerpo; que el envidioso quiere tanto lo que tú tienes como que lo pierdas. Y así podríamos seguir citando gran cantidad de ellos. Cosa parecida es la opinión que cierto personaje argentino tiene dada sobre la envidia diciendo que es el peor de los pecados, ya que el goloso come, el lujurioso realiza su acto, el avaro toma su dinero…, mientras que el envidioso se reseca en…Bueno, en su envidia. Ya, y por último, diré tres citas de estos pensamientos, las tres muy breves, pero enormemente acertadas. Napoleón dijo de ella que tan sólo era una declaración de inferioridad. Unamuno, que era la más terrible plaga de nuestras sociedades y la íntima gangrena del alma española. Francisco de Quevedo la describió diciendo que siempre está flaca porque muerde y no come. Y aun pensando que estos asertos tienen todo el fundamento habido y por haber, quisiera, en mi parvedad, mostrar mi disconformidad a esa afirmación de Alejandro Dolina diciendo que es el livor (y permítaseme llamarla así), el mayor yerro, la peor falta que puede cometer el ser humano, pues pienso que tan grande como pueda ser esa falta hay otras varias, entre las cuales podríamos citar al egoísmo, cuyo empuje nos lleva a preocuparnos exclusiva y desmedidamente de nuestros intereses y ambiciones, desatendiendo por completo los de los demás. Pero acabo aquí esta exposición, que no es mi misión moralizar a nadie, ni soy quien para hacerlo. Pero sí digo que más nos valdría a todos, a mí el primero, no conformarnos con juzgar las malas acciones, sino tratar de no cometerlas. Ramón Serrano G. Julio 2018

jueves, 21 de junio de 2018

Vocabulario y expresiones

Sabido es que desde siempre el hombre ha tenido la costumbre de coleccionar las cosas más extrañas que imaginarse pueda. Así algunos han sido afines a la lepidoteca, o sea, reunir mariposas; a la numismática, la agrupación de monedas y billetes; o a la filolumenia, juntar tapas de cajas de cerillas. Raro, ¿verdad? Como también hay quienes han logrado colectáneas, algunas muy importantes y curiosas, de muñecas Barbie, de cuchillos, de violines, de relojes o de barajas. Este hábito de ir haciendo acopio de lo más distinto ha bajado mucho último últimamente, pero sin embargo hay unos “coleccionistas” que siempre hubo, que siguen existiendo y que no desaparecerán: me estoy refiriendo a aquellos que, dominados por la avaricia, se dedican a amontonar dineros sin tino. Durante muchos años he sido filatélico y puedo decir que tengo una colección de sellos de España, un tanto abandonada, eso sí, pero también un tanto importante. Lo que ahora, y desde hace ya bastantes años, me agrada compilar son palabras, y en mis pobres escritos, suelo utilizar algunos términos ciertamente desconocidos para la mayoría, con la única y sana intención de que poco a poco vayan llegando a mis amables lectores, los cuales, en su primer encuentro con ellos, quedan un poco extrañados, pero que meses más tarde, cuando se vuelven a encontrar con esas voces, las reconocen de inmediato. Por tanto, y como digo, quiero ser una gran amigo del vocabulario y de la manera de expresar el gran contenido de palabras que acoge, dado lo cual, voy en este escrito a exponer, como alguno de ustedes me ha dicho en más de una ocasión, algunas palabras “raras”, como por: ejemplo, barbián, orate, amover, jipiar o haiga, y sólo me referiré a esta para decir que ya se utilizaba muchísimo por estos lares en los años cincuenta del pasado siglo y con ella se hacía alusión a los coches grandes y lujosos. Y una curiosidad: las palabras más largas del idioma castellano son electroencefalografista, con 23 letras y esternocleidomastoideo, con 22. Empezaré haciendo referencia primero a palabras para decir que se les da una interpretación muy distinta aquí en nuestro país que en América del Sur. Por ejemplo chapear, lo que para nosotros quiere decir cubrir con chapa, en la República Dominicana es cortar el césped. Erizo que para nosotros es un pequeño mamífero con púas, para los mexicanos es estar pobre y sin dinero. Por último, un adjetivo que nosotros prácticamente no utilizamos nunca (invito al lector a que recuerde la última vez que la pronunció), y al que ellos dan un uso muy común. Me estoy refiriendo a lindo, Es sinónimo de bello o hermoso: que canción tan linda, o de bueno y exquisito: hacen una comida linda de verdad aquí. Me detendré ahora en el uso de algunas. ¿Se han fijado que tanto en América, como en nuestra queridísima Galicia, se usa el pretérito de los verbos en su modo indefinido, mientras que nosotros lo hacemos en el perfecto? -Cenaste? - dicen ellos, mientras que nosotros preguntamos:-Has cenado? Viene a ocurrir lo mismo con los adverbios acá y aquí, que ellos emplean aquél y nosotros este. Acontece igual, y es el último ejemplo que pongo, con otros adverbios como recién y ahora mismo. Ahora, y sin saber exactamente si son localismos o no, haré referencia a algunas comparaciones que se utilizan frecuentemente por estos pagos: Eso es más largo que una feria sin cuartos o un día sin pan; aquella otra de: Se mueve menos que la quijada de arriba, o la de: Tiene babas, con lo que se quiere manifestar que es de una gran perfección. Y por último haré referencia a algunas manifestaciones que considero completamente absurdas. Algunas se dan en el mundo del deporte, donde se dice, y tanto por el público como por los profesionales de los medios de comunicación: El partido acaba de empezar, cuando se debería decir que comenzó hace poco, ya que son antagónicos acabar y empezar. El balón está dividido, con lo que se quiere manifestar que la posesión del mismo no es de un solo equipo sino que se alterna para ambos. Y dejando el deporte, le dieron una bofetada en toda la cara. ¿Pero es eso posible? No. Una bofetada se puede dar en la mejilla, en la frente, en el mentón, en la nariz, pero en toda la cara es imposible por completo. A nadie le amarga un dulce. Tampoco es cierto, porque a muchas personas les rehelean o acibaran el chocolate, el flan o el merengue (por citar algunos dulces) y probarlos les disgusta y les molesta, que algunas cosas que son gustosas para unos son desagradables para otros. Sí, sé muy bien, y quiero que todo el mundo sepa, que a las palabras se las lleva el viento, y por ello el viento huele unas veces a mar, otras a ozono, a flores, a fuego, a sudor, a fruta, a pan, a gloria y a palabras. Y hasta aquí este pequeño entretenimiento que he querido hacer utilizando el vocabulario y algunas expresiones. Gozar con las palabras, ya sea leyéndolas , escribiéndolas o pronunciándolas. Ellas, como la pintura o la música, son algo verdaderamente delicioso, con lo que se disfruta enormemente. Lástima que no siempre queramos hacerlo. Ramón Serrano G. Junio 2018

jueves, 7 de junio de 2018

Lo difícil

El tema que nos ocupa hoy creo que es realmente difícil, aunque todos sabemos que lo difícil, o sea, aquello que cuesta mucho conseguir, lo que se hace o se comprende con un gran esfuerzo, no lo es siempre en el mismo grado para todas las personas que se enfrentan a ello. Y esto ocurre todavía más en aquellos episodios o aventuras que lo son mucho, porque en las más o menos facilonas todos acabamos por triunfar, siendo en las peliagudas en las que hay una mayor diferencia para su consecución entre unos u otros. Así pues, sabiendo que lo difícil es aquello que su consecución o realización presenta obstáculos, hay que admitir que esta no es una definición absoluta ya que esos escollos son salvables para unos, mientras que a otros les es (nos es) prácticamente imposible vencerlos. Además, hay que tener presente que en lo difícil como en lo fácil se da por un lado la eseidad de lo que son en sí mismos y por el otro lo que piensan sobre ello las gentes, opiniones que muchas veces son equivocadas, lo que se observa cuando se estudian con paciencia y se acomete su realización. Deseando hablar de lo difícil, obviaré hacerlo de lo fácil, aportando de ello tan sólo una opinión y una anécdota. La primera manifestar que un sabio griego dijo que en la prosperidad es muy fácil encontrar amigos, pero tenerlos en la adversidad es muy difícil, casi imposible. La segunda, contar que, tras un altercado en una casa de lenocinio, acude la policía que se lleva a algunos clientes y a varias “profesionales”. Ya en la comisaría, en el interrogatorio, le peguntan a una de ellas:- Entonces, ¿usted es una mujer de vida fácil?, a lo que responde la interfecta:- Que se piensa usted que es muy fácil soportar a un borracho a las tres de la mañana. La dificultad para hacer o conseguir algunas cosas existe y negarlo sería absurdo, pero en muchas ocasiones, en bastantes, esos impedimentos se dan por la falta de conocimiento del medio adecuado y en las más porque no se pone el necesario interés para conseguir la realización de la obra o la solución del problema que nos ocupa. La displicencia suele ser la causa de muchas derrotas y muchos abandonos, así como el conformismo. Aquello de: - No es lo que yo hubiese querido, a lo que yo aspiraba, pero “con esto me apaño” y me evito tener que estar esforzándome. Porque, afortunadamente, todo en esta vida es superable aunque, claro está, hay cosas que precisan mayores desvelos y sudores. Poder llegar a conocer con minuciosidad las interioridad de la física cuántica, dominar el idioma burushaski, o haber comprobado si la estrella más cercana a nuestro sistema solar es la Wof 359 o la Próxima Centauri, o una oposición modus vivendi, son cosas que parecen inalcanzables, pero muchos hay que lo han logrado. Y estos son ejemplos de tecnicismos, peo también hubiese podido otros de tipo espiritual o afectivo, como lo es conseguir un sello de dos reales azul de Isabel II y de 1850, o una sonrisa de “alguien especial”. Y así, cuántos casos podríamos citar de logros obtenidos por algunos sobre empresas que parecían inhacederas, por personas a las que hay que nominar como decididas y valientes a las que no ha asustado lo difícil, ya que, tristemente, hay que reconocer que esa es la palabra a la que demasiadas veces nos aferramos para no intentar lo posible. Porque las más de las veces, cuando se nos presenta alguna tarea más ardua de lo normal, algo cuya resolución nos es más costosa, más afanosa de lo que es común, no nos paramos a pensar que ella no es sino un banco de pruebas, y que superarlas hace que las personas sean mejores y más sabias, y que si se va uno acostumbrando a vencer las pequeñas empresas aprenderá pronto a hacerlo con las difíciles. Por otra parte, y además, no se tiene casi nunca presente que cuanto mayor es la dificultad de una prueba que ha sido eficientemente superada, mayor es la felicidad que se alcanza por haberlo logrado y podríamos hablar de que se aprecia más lo que nos ha costado mucho conseguir. “Cuanto mayor es la dificultad, mayor es la gloria” dijo Cicerón. Enfocando el tema desde un punto de vista subjetivo, hemos de decir que cuando estamos tratando de resolver un problema, o de alcanzar una meta, las dificultades que se nos van presentando cerca del final son las más peliagudas de resolver y no porque lo sean en sí, sino porque las anteriores ya están superadas. Aquello de que “hacienda hecha quita cuidado”. Entonces me resta decir que existe lo difícil pero no lo imposible, que todo se puede solucionar y alcanzar si para ello se tiene una gran voluntad de conseguirlo, no se escatiman esfuerzos en su consecución, sin arredrarse ante la magnitud de la empresa a la que se acomete, atacando siempre los problemas de frente, que no de soslayo y sabiendo levantarse una, y las veces que sean precisas, tras el desliz y hacerlo felices pues de las equivocaciones se aprende y mucho. Ya tan sólo dos cosas: una, decir una vez más que lo difícil no es saber vencer el problema, sino acopiar empeño suficiente para lograrlo. Que lo fácil es tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro, pero que es muy difícil criar al hijo, regar el árbol y que alguien lea el libro. Y otra que lo difícil no es llegar, sino mantenerse. Pero ese ya es otro tema. Ramón Serrano G. Junio 2018

jueves, 24 de mayo de 2018

Yggdrasil

Para …. que se fue muy lejos. Yggdrasil, el árbol de la vida, el fresno del universo que mantiene unidas a las gentes y el que, de su raíz, emanan las fuentes que llenan el pozo del conocimiento. Es el amor, y no sólo el que surge y pervive entre un hombre y una mujer (ese por supuesto y de manera indefinible), sino también el que se da entre las personas de buena voluntad. A sus pies se encuentra el dios Heimdall que lo protege del ataque de dragones y de multitud de gusanos que quieren corroer sus raíces y derribarlo y así crear el pesar y la tristeza entre los habitantes de la Tierra. _______________________ -¿Cómo estás, Prudencia? Te sigo viendo con cara de mucha tristeza. -Cómo quieres que esté, Paula, si mi hija, al casarse, se me fue tan lejos que se me pasan las cosechas sin poder verla, y hablo con ella de uvas a peras con eso del horario y otras zarandajas. Y tener a un ser querido a tanta distancia, el no poder verla, repito, no digo yo cada mañana, pero aunque fuese cada par de meses siquiera, produce una pena muy grande. Porque si tienes un familiar que viva en el pueblo, o por aquí cerca, igual se te pasan los días sin verlo o sin hablar con él, pero sabes que está ahí, más o menos cerca, a mano, pero asequible y eso lo sobrellevas, pero tanta distancia es muy mala, créeme. O al menos a mí me ocurre así, como te tengo dicho. _______________________ El ser humano, a veces por razones naturales y en otras víctima en mayor o menor grado del hedonismo, puede alcanzar la felicidad de una y mil maneras, y una de ellas es la consecución de bienes de muy diferente clase, y tanto materiales como inmateriales. Todos aspiramos a poseer cosas, tangibles unas e incorpóreas las otras, y el logro y la tenencia de ellas nos concede un placer legítimo. Es lógico que quien ha conseguido hacerse de un automóvil, una casa o un trabajo, pongamos por ejemplo, se halle ampliamente feliz al poder disfrutar de ello. Todos queremos tener un bien y tenerlo asequible. Pero esto se da en la posesión de los caudales corpóreos, pero en el alcance de los frutos del alma, hay otra característica de la que aquellos carecen. Así cuando se da el amor, ya sea entre la pareja o entre miembros de la familia, a los afectados no les basta con la posesión y la existencia del cariño entre las personas que lo profesan, sino que exige irremisiblemente la visión y el contacto entre ellos, y si no constantemente, sí con periodos de tiempo muy frecuentes o de ausencias muy breves. Cuando se vive racionalmente, cada cual se debe ocupar de ir logrando metas y debe hacerlo con la mayor satisfacción pues ello es como un baile que, al practicarlo, el objetivo no es ir a un lugar determinado de la pista, sino el disfrutar de cada paso del camino y además tengo leído que no es verdad que se haya hecho fortuna cuando no se sabe disfrutar de ella. Pero una cosa es el disfrutar y otra bien distinta es el sufrir si se pasa algún tiempo sin estar junto a lo que se tiene y se aprecia. Se recuerda con cariño la casa que ahora se tiene en la playa, o la vista y el paseo por los campos de la finca agrícola adquirida, las prolongadas estancias en la biblioteca que hay instalada en el ático, pero nadie se aflige por ello. Sin embargo sí que se tiene un enorme padecer cuando las personas amadas, aquellas a las que se tiene un gran cariño, nuestra pareja, los hijos o los nietos, se hallan a mucha distancia de nosotros. Decía Paulo Coelho, el gran escritor brasileño, que hay veces que la vida separa a las personas sólo para que entiendan cuanto importantes son la una para la otra. Y como él, muchas otras frases hay emitidas sobre esta triste circunstancia de la separación prolongada entre seres que se tienen afición noble y duradera. Está más que comprobado: Que el sufrimiento debido a esa causa, se lleva, más que en la cabeza, en el pecho, que es donde las ausencias duelen de verdad. Que lo que el corazón mantiene en el recuerdo, la lejanía es incapaz de olvidarlo. Que el amor y la distancia son como el fuego y el viento: a los que son grandes este último los propaga, mientras que a los que son pequeños los apaga, los extingue. Que cuando una persona amada se halla lejos tenemos constantes recuerdos de ella, y son membranzas perfumadas de violetas. Así, y por todo esto, si observamos un poco veremos fácilmente que bien cierto era lo que aquella vecina le decía a su amiga, porque una de las cosas que más desagradablemente sobrelleva el ser humano, peor aún que una enfermedad, o que la ruina, es la lejanía de las personas a las que se les profesa un gran cariño. Menos mal que, para nuestra fortuna, tenemos a Iggdrasyl, el árbol de la vida, el fresno del universo que mantiene unidas a las gentes… Ramón Serrano G. Mayo 2018

viernes, 11 de mayo de 2018

Palabras

Siempre hubo, hay y habrá, incógnitas en el mundo cuya explicación está reservada a los cultos y estudiosos, mientras que los pobres ignorantes nos vamos apañando con descubrir la existencia de algunas, fijarnos en ellas e intentar conocerlas y, al hacerlo, quedar ciscunspectos y admirados. Así está hecho sin que el hombre de la calle, y desde luego yo, sepamos por qué. De ese modo, y que cada loco está con su tema (hay a quien le da por la cetrería, el alpinismo o la filatelia, aunque de estos hoy ya no hay muchos), a mí me agrada el idioma y concretamente algunas palabras polisémicas, es decir, que pueden tener pluralidad de significados en una expresión lingüística. Hablando de ellas debo decir en primer lugar que su origen se puede deber a diferentes causas, como un cambio de aplicación, la especialización en un medio social o por la influencia de idiomas extranjeros, etc., lo que origina palabras homónimas con diferente etimología, como ocurre con la reja del arado y la de la ventana, A esto es a lo que vengo a referirme hoy, significando de nuevo que hay palabras que tienen diferentes nominaciones y tipos, ya que puede haber homónimas homógrafas, homófonas o léxicas. Voy a hablar en primer lugar a algunas de aquellas que, siendo exactamente iguales, con su utilización nos estamos refiriendo a cosas, objetos o situaciones muy diferentes, pero sin que ninguno de ellos puede ser, o llegar a serlo, de un modo peyorativo. La motivación de esta variedad se debe a diversos motivos, como por ejemplo la especialidad en un medio social: la masa a la que se refiere el profesor de física, la que utiliza el albañil o con la que trabaja el panadero; o a la metonimia, por la que se dice el laurel por la gloria, o las canas por la vejez. Quiero aclarar que, habiendo como hay gran cantidad de estos términos, sólo me referiré a unos pocos, sin que para ello haya seguido un criterio específico. Voy a citar algunos. Son palabras homógrafas, Bajo, que puede referirse a ser de poca altura, al tono o potencia de voz, o al concepto que se tiene de alguien. Gato, animal de la familia de los felinos, herramienta para levantar objetos pesados, criado, tipo de juego, danza argentina. Frente, línea de batalla, parte superior del rostro, frontal de una casa o de algo, o encabezamiento de una agrupación. Carta, con lo que designamos de igual manera a una epístola, a un naipe de la baraja o a la relación de platos de un restaurante. Barra, con lo que llamamos por igual al mostrador de un bar, a una palanca o a una pieza alargada de pan. Cubo, o sea, una figura geométrica, un balde o recipiente, o una operación matemática, y ya hablaré sólo del caso concreto de Copa, con lo que se alude tanto a un vaso con pie, al conjunto de ramas y hojas de un árbol, a un premio deportivo, como a la parte hueca del sombrero, y así hasta quince conceptos diferentes. Recordar brevemente algunas palabras homónimas- homófonas que se pronuncian igual pero su escritura y significado son distintos: tubo/tuvo, aya/haya, vote/bote, ablando/hablando. Y en cuanto a las léxicas, las que constituyen una raíz y sus derivadas, citaré metal, metálico, metalizado y metalurgia, o árbol, arboleda y arbusto. Hasta aquí, y como se ha visto, me he venido refiriendo a acepciones normales, es decir, que ninguna de ellas es desfavorable, queriendo rehacerlo por último a aquellas palabras que tienen un significado variado y uno de ellos es displicente o despectivo. Así: Perra, que es un sustantivo con el que nombramos a un animal, pero también un calificativo para una modo de vida, para una rabieta, para la carencia de dinero o para aludir a la vagancia. Y digo yo: ¿y por qué no se les llama gato, totovía o cangrejo? Se conceptúa como diestro a quien posee un gran saber, arte o habilidad o tiene tendencia a utilizar la mano o el pie derecho. Pero con siniestro, en vez de denominar a quien es zurdo, zoco o zocato, nos referimos a quien es avieso, abyecto, maligno. Debe provenir de que a la siniestra iban los malos, y, por ello, a los niños se les educaba para la exclusiva utilización de la mano derecha con cucharas diferentes, atándoles la mano izquierda, o diciéndoles esa mano sólo se utilizaba para orinar. Citaré ahora la política, para decir que siendo una cosa normal algo malo habrá en ella cuando se dice: Parece estar bien lo que hace, pero no hay que olvidar que es muy político. O aquello otro de: los políticos son como las setas: si son buenas matan el hambre, pero si son malos, y estos suelen ser los más, matan al hombre. Muchos de ellos deben saber que Gandhi dijo: “La mejor política es la honestidad”, pero ¿quién se acuerda hoy ya de Gandhi? Permítaseme ahora una breve alusión a oxímoron, una combinación en la que en una misma estructura sintáctica se emplean dos palabras de significado totalmente opuesto. Por ejemplo: un silencio atronador, una luz oscura o un hielo abrasador. Y para terminar haré alusión al vocablo curioso con el que se designa a quien es limpio y aseado, aquello que despierta interés por su rareza u originalidad, y a quien trata por enterarse de vidas y cosas ajenas, no haciéndolo por saber sino por ser fisgón o entrometido. Sobre uno de estos hay una novela corta que aparece en la primera parte del Quijote, en la cual el cura Pero Pérez narra la improcedente curiosidad de Anselmo debido a la petición que este hace a Lotario. Claro que aquel pobre hombre tenía más de un defecto: además de curioso, era impertinente. Ramón Serrano G. Mayo 2018

jueves, 26 de abril de 2018

La casa

Para Luis López Gonzalez., asiduo lector de estos artículos, con mi agradecimiento. La casa era solariega y grande, la mayor de todas cuantas habían conocido, y eso que habían sido muchas a lo largo de su dilatada existencia de ya algo más de veinte meses. El ratón Tromy, y el grupo gregario de hembras y crías que convivían con él, se habían sabido acomodar en ella, pues al estar prácticamente abandonada, les ofrecía un grato y, sobre todo, un acogedor espacio donde desarrollar su vida con tranquilidad y sin sobresaltos. Cabe indicar que era un grupo de ratones urbanos, que, como es sabido, son menos despiertos y sabios que los agrícolas y tienen un pelaje grisáceo mientas que el de los del campo es rojizo. Allí, aunque la vida de sus congéneres se ejercía habitualmente de noche, ellos podían salir de sus escondrijos y amagatorios a cualquier hora sin temor a ser descubiertos y atacados. Podían además merodear por sótanos, salas y salones a sus anchas como Pedro por su casa, o como Pedro por Huesca que se dijera con anterioridad, sin correr peligro alguno. El problema alimentario también lo tenían resuelto pues en el amplio jardín había cantidad de insectos, larvas y multitud de hojas que comían y mordisqueaban sin apuro. Con todas estas circunstancias, y otras que a describir renuncio, se adivina que la vida de Tromy y su amplio grupo de familiares era agradable y carente de agobios. Pero sí quiero hablar de lo que vino a ocurrir a Tromyto, el hijo mayor del jefe, el cual había sacado un carácter un tanto aventurero, que lo llevaba a estar siempre zascandileando por los lugares más inverosímiles en busca de algo que ni él mismo sabía lo que era. Por ello, dio en buscar por los lugares menos frecuentados de la casa que eran aquellos de la parte superior, puesto que los bajos y sótanos se hallaban ocupados profusamente por sus familiares. Y explorando un día por las salas del piso segundo, vio que en una de ellas había un gran mueble con estanterías, las cuales se hallaban completamente abarrotadas de volúmenes repletos de cuantiosas hojas de papel, bien encuadernados y rellenos de innumerables garabatos y dibujillos, que no había visto nunca, pero que debían tener un significado, quizás importante. De momento, no quiso ponerse a investigar si aquellos trazos y rasgos querían decir algo, y se limitó a ratonar y rustir los bordes de las hojas de aquellos tomos, comprobando que tenían un sabor realmente agradable y satisfactorio. Aquel descubrimiento le llevó a coger la costumbre ineludible de visitar diariamente la sala en cuestión, con lo que sus ausencias del grupo se hicieron prontamente notorias. Tanto que su padre, que había sido el primero en notarlo, decidido a averiguar cuál era la causa de esas desapariciones, le siguió una mañana, y al verle entrar en aquella sala, se quedó en la puerta espiando cuáles y de qué clase eran las actividades de su hijo allí. Observó cómo se subía a la estantería más baja, cogía un tomo, lo abría y empezaba a roer, despacica y deleitosamente, una de sus hojas. Al verlo, salió de su amagatorio, y dándose a ver, preguntó a su hijo la razón de sus quehaceres. Este le habló tanto del sabor agradable de las hojas como de esos infinitos, y al parecer significativos, garabatos y figuritas que tenían todas y cada una de ellas. Quedóse un buen rato pensativo el padre y habló de ir a consultar a un buen compañero que había crecido junto a él, que vivía cerca y que, a la sazón, servía de mascota a un hombre de edad. Arrancaron una hoja como muestra y con ella se fueron dos mañanas más tarde a rogar al amigo que les sacara de dudas. Al verse, tras las salvas y abrazos de rigor, el vecino dijo estar muy bien enterado del problema y se mostró predispuesto en grado sumo a disipar las dudas de los visitantes. -Mirad, les habló. Los humanos tienen unos muy raros hábitos y usanzas, y uno de ellos es este que ellos dan en llamar escritura que es un sistema de signos con los que ellos exponen los sonidos de sus gargantas y que les sirven para poder comunicarse, exponer sus ideas y conocimientos, y mantener siempre, a mano y a su disposición, sus saberes, noticias y expresiones. Es muy útil este sistema, más que el nuestro, porque nosotros, si nos topamos con una situación novedosa, hemos de recurrir, o a la generosidad de los más viejos para que nos informen, o a nuestra intuición, lo que nos lleva a cometer muchos errores, mientras que ellos se sirven de esos escritos, que así los llaman, que siempre tienen a mano y con los que adquieren infinidad de conocimientos. -¿Y podríamos nosotros a aprender a utilizar los libros?, preguntó Tromy al otro. -Claro, le contestó aquel de inmediato. Mi amo tiene por algún sitio unos cuadernillos en donde vienen explicados los rasgos y dibujos que corresponden a cada sonido, y con los que se forman las palabras y las ideas. Déjame un par de días, vuelve por aquí entonces y te los daré, y además, hojas en blanco y útiles de escritura que podréis ir utilizando para el aprendizaje primero y para vuestras necesidades sobre esta actividad después. Pero recordad siempre que lo de mayor importancia será que, cuando hayáis aprendido el método del que estamos hablando, dediquéis horas y horas, muchas, a la instrucción de vuestras mentes. Sabed que, con esta maravillosa costumbre de la lectura, no tendréis necesidad de llegar a la mucha edad para ser sabios, pues os bastará con estar dedicados a los libros. Y fijaros bien en lo que os digo: si leéis mucho, en poco tiempo vais a saber más que los ratones coloraos. Ramón Serrano G. Abril 2018

sábado, 14 de abril de 2018

Costumbres odiosas

Es sabido que nuestra querida lengua española (aunque imagino que otras también) está llena de asertos, o sea, afirmaciones rotundas de la certeza de algo, por lo que hoy quiero apoyarme en uno de estos para poder pasar al tema que me ha de ocupar después. Y de entre estas aserciones me voy a referir concretamente a aquella que alguien atribuye a Charles Dickens y que dice que “el hombre es un animal de costumbres”, lo cual es tan cierto como que hemos de morir. Porque eso de que es un animal está más que demostrado, por activa, por pasiva, por fas y por nefas. Y lo de las costumbres, a las que el diccionario define como manera habitual de actuar o comportarse, una rutina arraigada, un hábito adquirido por mera práctica que nos lleva a hacer las cosas sin razonarlas, un automatismo que podemos realizar mientras pensamos en otra cosa, de esas, para qué vamos a insistir o tratar de demostrarlo si cada uno de ustedes es sobradamente conocedor de ello. Ello es archiconocido por todos, y, aunque tratamos de evadirlas, puesto que nos da la sensación de no actuar libremente, la mayoría caemos en ellas, olvidando que la costumbre suele matar al hombre. Y lo hace, no quitándole la vida, pero sí llevándolo a que subsista mecánicamente, sin voluntad para hacer una u otra cosa y dejándose llevar por lo consabido. Los niños se adaptan a su hogar y sufren si no están entre los suyos. Los adultos, cuando viajan, experimentan desarreglos en el organismo y su cuerpo, al notar cambios en su cotidianidad, llega a no funcionar normalmente. Se podría deducir de esto que hacer cambios en el modo de actuar no siempre resulta aconsejable. Mas, ¿es bueno llevar la rutina a todas nuestras vivencias? Evidentemente no, porque de hacerlo, daríamos paso a la monotonía, perderíamos la creatividad y nos sentiríamos como apagados. Pasemos entonces a hablar de las costumbres, que las hubo, las hay y las habrá, (“-Ha de antiguo la costumbre…”, le decía el Marqués de Moncada a don Mendo) de las que cientos, miles, unas son buenas, regulares otras, malas muchas y pésimas bastantes. Repito que están inmensamente arraigadas entre los seres humanos y que, como todo en esta vida, tienen sus lados positivo y negativo. Y me voy a referir a las comparaciones, o sea, en el hecho de fijar la atención en varios objetos para estimar sus valores, diferencias o sus semejanzas que nos acaba de hacer el interlocutor, para valuar subjetiva y libremente objetos, hechos u obras. Comparar, en sí, es bueno casi siempre, ya que con ello estudiamos las características, las cualidades, amén de otras virtudes y defectos de lo que nos ocupa y por lo que estamos interesados. Es una capacidad única, supone una gran habilidad mental que nos concede pingües beneficios pero que también nos acarrea problemas. ¿Qué restaurante es mejor? ¿Qué coche me compro? ¿Dónde veraneamos? Como no tengo experiencia no sé qué elegir, ya que no puedo comparar un trabajo con otro. Así podría seguir poniendo ejemplos de cómo no llevamos bien a cabo las comparaciones, pero sólo diré cuánto tergiversamos las cosas cuando salimos perdiendo y cómo justificamos nuestros fallos comparando a la baja nuestras posibilidades con las de los otros. Pero a lo que estrictamente me quiero referir es a nuestro extraño comportamiento cuando nos piden nuestra opinión sobre la naturaleza, bondad o maldad de algo y, habitualmente, obviando la pregunta que nos acaban de formular extendemos nuestra acción a juicios comparativos absurdos y fuera de lugar. -Z es una ciudad bonita, pregunta aquél, y de inmediato le responde este: -Sí, pero es mucho más bonita X, e interviene otro afirmando que W es mucho más fea. -Oye, como sé que ya lo has leído ¿qué te ha parecido el último libro de Fulano?.- Es mucho mejor, el de Mengano. Pero señores, si lo que se nos está pidiendo es que opinemos sobre la bondad, la belleza, la duración, etc., etc., de algo y, curiosa e inexplicablemente nos vamos a otro campo, porque o no queremos, o porque tratamos de disimular nuestra ignorancia al respecto para describir la valía de algo, y espontáneamente lo comparamos con otro para minusvalorarlo o echarlo por tierra. Y aún hay algo peor, y es que esta manera de proceder está tan generalizada, que ya la tomamos como lógica y normal. De cualquier modo, es tema un tanto escabroso este de las comparaciones y vengo a despedirme de él con aquella conocida frase de que: “Toda comparación es siempre odiosa”, como puede leerse en “La Celestina”, IX 35, y que más tarde ratificara Don Quijote, II 23. Para terminar con la otra un poco más extensa que manifestase igualmente Don Quijote, parte segunda, capítulo 1º: “Y es posible que vuestra merced no sabe que las comparaciones que se hacen de ingenio a ingenio, de valor a valor, de hermosura a hermosura y de linaje a linaje, son siempre odiosas y mal recibidas”. Ramón Serrano G.

sábado, 24 de marzo de 2018

Decir

Todos los verbos, prácticamente todos, tienen una gran cantidad de acepciones, por lo que se pueden, y se suelen, utilizar habitualmente en muchas de ellas. Pero de entre tantos como estimo que hay en nuestro idioma, vengo hoy a referirme a uno que, a mi humilde parecer, posiblemente sea de los que más cargado esté de acepciones, o lo que es lo mismo, de distintos significados según sea el contexto en el que aparece en un diálogo o es utilizado en un escrito. Me estoy refiriendo a decir, aunque también lo haré un poco, y sólo para establecer las diferencias entre ellos, al hablar. Uno y otro son completamente diferentes aun cuando no lo parezca. Hablar y decir son distintos e independientes, y aquél es actuar, mientras que este otro es hacer. Parecen expresiones sinónimas y el uso cotidiano las intercambia e iguala, pero no es así, ni mucho menos, y así, si alguien dice: -El ministro habló ayer en televisión, el interlocutor le preguntará de inmediato: -¿Y qué dijo?, y esta pregunta carecería de sentido si hablar y decir significaran lo mismo. Hablar es hacer uso de una facultad, mientras que decir es utilizar esa facultad en una acto de expresión concreto. Esto está en relación a la distinción aristotélica entre praxis y poiesis, y quiero finalizar este apartado manifestando que nadie puede hablar sin formular expresiones concretas, al igual que ningún ser humano puede decir nada concreto si no posee la facultad de hablar. Quede claro entonces que hablar y decir son aspectos diferentes del acto concreto de hablar. Dicho esto me voy a referir a decir, que es definido por el D.R.A.E como manifestar el pensamiento con palabras, amén de otros once significados a cuál de ellos más explícito y revelador. A más de ello vienen también gran cantidad de expresiones, casi cincuenta, y todas ellas muy conocidas y utilizadas por el gran público, en las que el verbo que nos ocupa es principal protagonista. Para demostrarlo citaré algunas: - Como aquel que dice, como si dijéramos. -Como quien no dice nada, indicando que no es baladí aquello de que se trata. -Decir entre sí, razonar consigo mismo. -Decir por decir, hablar sin fundamento. -El qué dirán, la opinión pública reflejada en murmuraciones que cohíben los actos. -Es decir, dar a entender que se va a explicar mejor o de distinta manera lo ya dicho. -Ni que decir tiene, dando a entender que algo es evidente o sabido por todos. -No me digas, para denotar sorpresa o contrariedad. -Quién lo diría, indicando incredulidad, o –Que se dice pronto, para ponderar la magnitud o naturaleza de algo que sorprende por su carácter inusitado. Como se ve, el verbo al que estamos haciendo referencia aparece en todas las expresiones, pero en ninguna de ellas está desarrollando su función habitual de transmitir con palabras ideas a un tercero, sino que está ejerciendo funciones preconcebidas con frases forjadas de antemano. Por otra parte, el decir ha sido, es y será, de una importancia tal, que los más grandes hombres han emitido juicios sobre él. Así, “Sea como fuere lo que piensas, siempre es mejor decirlo con buenas palabras” afirmaba Shakespeare; manifestaba Séneca. “Lo que has de decir, antes de decírselo a otro, dítelo a ti mismo”. “Lo bien dicho se dice presto”, opinaba Baltasar Gracián. Un anónimo manifiesta que “Es mil veces más fácil no decir lo que pensamos en un momento de ira, que pedir disculpas luego”. Y por último quiero citar al ínclito Francisco de Quevedo, el cual, en una epístola satírica y censoria contra las costumbres de los castellanos, se expresaba de este modo: -“¿Siempre se ha de sentir lo que se dice? ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?”. Dichas estas frases pertenecientes a grandes personajes, quiero apuntar también algunos proverbios o paremias, sentencias de la sabiduría popular tomadas de la experiencia de las gentes a través de los siglos. “Se debe aclarar la mente, antes de decir algo”.- “Aprender a bien callar, para saber bien hablar”.- “Cada quien diga algo sobre aquello que sabe y de lo demás que calle”.- “De la abundancia del corazón habla la boca”.- “El decir es plata, pero el silencio es oro”. Magníficas cualquiera de ellas. Ocurre también, y de rotunda manera, que lo dicho con las mismas palabras, exactamente las mismas, pero afectadas por el tono, el modo, o la intensidad de la expresión, tiene un significado completamente distinto. Un ejemplo. Un marido acude a una carnicería a comprar un encargo que le ha hecho su mujer. Al llegar a su casa, le da el paquete a la esposa y le dice: -Aquí tienes tu encargo, que por cierto es muy caro. La mujer lo abre y le contesta: -Ya te han vuelto a engañar. Te dije solomillo de cerdo ibérico y esto es cerdo blanco. ¡Qué tonto eres! Otro matrimonio, en el día que se cumple su segundo aniversario de boda, él le regala un colgante con una piedra preciosa impresionante y le dice a su esposa: -Toma este regalo y voy a pedirte un favor: que esta noche, antes de acostarnos lo luzcas y tan sólo lleves puesto eso. Quiero saber quién es más linda, la joya o tú. A lo que la esposa, entre pícara sonrisa le dice en un susurro: ¡Qué tonto eres! Como se ve son las mismas palabras, las mismas: ¡Qué tonto eres!, pero lo expresado y la significación son muy diferentes. Pero en fin, habiendo dicho todo esto, como lo que estoy haciendo es hablar por hablar, lo mejor es que no diga nada más. Ramón Serrano G Marzo de 2018

martes, 13 de marzo de 2018

La soledad

Para A. Núñez, en recuerdo a los comentarios sobre este tema. En la vida de los hombres hay profusión de situaciones, unas que son consideradas por todos, y siempre, del mismo modo, mientras que otras pueden serlo de la más diversa forma debido a las circunstancias externas o a la manera de ser de cada uno. Entre ellas se encuentra la carencia de compañía, ya fuere deseada o involuntaria, ya que la ausencia, la muerte o la pérdida de alguien o de algo suelen producir siempre pesar y melancolía. Es obvio que me estoy refiriendo a la soledad, aunque después veremos de ampliar estos sentimientos. Quiero reiterar, aunque nada hay absoluto en este mundo en el que nos ha tocado vivir, que hay circunstancias y coyunturas que suelen ser admitidas por la inmensa mayoría de igual manera: un premio o la consecución de algo de verdadera importancia siempre se recibe con euforia y exaltación, mientras que la privación de algo querido causa dolor y pesadumbre. Pero hay tesituras en las que cada quien se comporta de una determinada manera. Algo así como los gustos, que cada uno tenemos el nuestro. Y entre esos estados que provocan tan diferentes comportamientos se halla la soledad, que en principio parece denostada y no querida por muchos, siendo, sin embargo, anhelada por otros. Para luego comentarla, quiero traer a colación lo que de ella dijeran tanto el pueblo llano como algún prohombre, y que nos han de ayudar a comprenderla mejor; son frases para ir observando los muchos encuadres que hay de ver la soledad. Se dice que muchos huyen de ella porque no saben encontrar compañía consigo mismos; un moralista francés manifestó que la soledad es al espíritu lo que la dieta al cuerpo; hay un dicho que afirma que es conveniente estar sólo cuando se busca una mano y se encuentra un puño; hay quien piensa que, generalmente, se rehúye la soledad porque son muy pocos los que encuentran compañía consigo mismos; que el hombre está hecho para la soledad, que solo viene al mundo y solo se va de él; que la soledad es la nodriza de la sabiduría; una copla gitana que dice: soy amigo del silencio, me gusta la soledad…, o aquél muy sentido manifiesto de Bécquer que afirma que la soledad es muy hermosa cuando se tiene a alguien a quien decírselo. Todos estos son enjuiciamientos ajenos que están muy bien, mas no siempre se identifican con los propios. Quiero, entonces, expresar mi pobre opinión sobre ella, admitiendo, sería una idiotez no hacerlo, las opiniones ajenas y lo que la soledad puede significar para cada uno. Porque esta situación, repito, es acogedora de muchos criterios y suponer algo muy significativo para unos y todo lo contrario para otros. Antes de comentarlo quiero decir que he tenido mis dudas sobre el orden en el que expresar mis opiniones, ya que muchas veces lo que decimos es bueno o malo según el orden en el que lo hacemos, aun utilizando las mismas palabras. Un ejemplo: - Anoche cenamos en Casa X, muy bien, pero muy caro. O decimos:- Anoche cenamos en Casa X, muy caro, pero muy bien. Como se ve, con idénticas palabras, expresiones con significados opuestos. Dejando aparte esta observación hecha con el deseo de indicar que se debe tener mucho cuidado al dar nuestra opinión sobre algo y tomando el tema que nos ocupa, diré en primer lugar que ella, la soledad, es muy útil para aquellos quienes desean la tranquilidad y el recogimiento; auxiliadora, pues ayuda a cicatrizar las heridas del corazón y del alma; que dispone de un gran espacio para la creatividad; que, a su vez, es muy relajante; que nos permite pensar y descubrirnos a nosotros mismos. Por todo ello, vemos que puede ser buena para muchas cosas, hasta útil, ya que nos llevará, si la sabemos asimilar, a desarrollar ciertas aptitudes que, a veces, parecen dormidas, quizás porque todo conseguimiento lleva siempre su contraprestación. Hablando ahora del lado negativo del aislamiento, diremos, en primer lugar, que puesto que una de las principales características del ser humano es la sociabilidad, siempre se agrava muchísimo cuando es forzada pues, al no existir ni el apoyo ni la ayuda ajena, se suelen eliminar la ilusión y la esperanza, la fe y las ganas de vivir, viéndose favorecidos el rencor y el resentimiento. Pero la peor de todas, y con mucho, es mala, malísima, cuando la soledad se siente estando entre las gentes. ¿Qué decir entonces de la soledad? Pues como tantas otras situaciones es buena o mala según nosotros sepamos sobrellevarla para sufrir o disfrutar de ella. No es agradable carecer de alguien a quien pedir una necesaria ayuda, pero es muy útil tener la posibilidad de reencontrarse con nosotros mismos y alcanzar la solución de problemas sin la intervención ajena. Es hermosísimo saber que a tu alrededor hay personas en las que puedes confiar ciegamente y que estarán siempre cerca de ti para ayudarte, como también lo es saber que eres capaz de salir de las más intrincadas tesituras por ti mismo. Que rodeado de los demás se puede aprender lo indecible, pero que la soledad enseña tanto como la mejor compañía. Que te encontrarás solo si únicamente te ves acompañado por el sufrir, pero no lo estrás si tienes en tu mente pensamientos nobles. Vaya por último aquello que dijera mi admiradísimo Antonio Machado, aun cuando, pienso yo, que él se refería a la soledad en el amor: Poned atención, un corazón solitario no es un corazón. Ramón Serrano G. Marzo 2018

viernes, 23 de febrero de 2018

Subjetiva - objetiva. (y 2)

Habiendo hablado en el número anterior de la subjetividad, trataré de hacerlo hoy de su antónima, la objetividad, concepto este que para mí y para muchos otros tiene un muy superior valor sobre aquel, y, pese a ello, es utilizado muchísimo menos, tanto por el hombre de la calle como por los medios sociales, en todas y cada una de sus categorías. Repetiré que, según el Diccionario de la Lengua Española, objetividad es el concepto desapasionado, desinteresado, que se tiene de algo o de alguien, perteneciente o relativo al objeto o al suceso en sí mismo, y con absoluta independencia de la propia manera de pensar o de sentir del sujeto que la ejerce. Y abundando en su descripción, ya que siendo un concepto importantísimo no suele utilizarse como se debiera, diré que es el sentir sobre algo con una falta de sesgo o prejuicio, y de tal modo, que hace que sea posiblemente el trabajo más difícil para un juez. Es aquello que nos hace ver las cosas tal como son en realidad y no como nos agradaría que fuesen, por lo que, aplicándola, podremos ver la verdadera luz de un problema y con ello encontrar las soluciones correctas. Para su mejor comprensión citaremos sus sinónimos que son ecuanimidad, imparcialidad, neutralidad, equilibrio, realidad, con lo que los antónimos quedan así prácticamente expuestos. Diremos además, aunque muy de pasada, que se le puede dar un sentido ontológico, epistémico o ético. El primero la caracteriza como aquello que es propio de un objeto, o sea, lo que lo constituye, lo que se considera real antes que nada, algo invariante. El segundo es el índice de confianza o de calidad que se tiene, o tenemos, del objeto o concepto en cuestión. Y por último, al hablar de lo ético, nos estaremos refiriendo al distanciamiento del sujeto de él mismo en aras de acercarse al objeto, optando por la concepción de la idea de que la objetividad y la subjetividad se excluyen mutuamente. Sobre ella han escrito mucho y bien autores de gran valía. Veamos algunas de ellas: -“El valor cognoscitivo de una teoría nada tiene que ver con su influencia psicológica sobre las mentes humanas. Creencias, convicciones, comprensiones... son estados de la mente humana. Pero el valor científico y objetivo de una teoría es independiente de la mente humana que la crea o la comprende”, afirmaba Imre Lakatos, filósofo húngaro judío. -“Las palabras se doblan en nuestro pensamiento a los caminos infinitos del auto engaño, y el hecho de que pasamos la mayor parte de nuestras vidas mentales en mansiones cerebrales construidas de palabras significa que nos falta la objetividad necesaria para ver la terrible distorsión de la realidad que aporta el lenguaje” dijo Dan Simons, un gran psicólogo estadounidense, aunque es más conocido por sus trabajos sobre la ceguera del cambio y la ceguera desatencional, dos sorprendentes ejemplos de cómo la gente puede desconocer la información justo delante de sus ojos. - “La realidad existe como un absoluto objetivo: los hechos son los hechos, independientemente de los sentimientos, deseos, esperanzas o miedos de los hombres”, afirmaba Ayn Rand, la gran escritora y filósofa estadounidense. Por otra parte, San Juan de la Cruz bendecía a quienes dejando aparte sus gustos e inclinaciones miraban las cosas en razón y en justicia para hacerlas correcta y debidamente. - “Vemos las cosas, no como son, sino como somos nosotros” dijo Immanuel Kant, el gran filósofo prusiano. Y todo esto puede, y viene a quedar resumido, en un proverbio alemán que dice que los ojos se fían de ellos mismos, mientras que los oídos se fían de los demás. He querido así, con esta sucinta exposición, recordar cómo la forma más común de actuar entre los seres humanos está, habitualmente, muy lejos de ser objetiva. Las opiniones se basan más en los sentimientos que en el análisis desde todos los puntos de vista, y a ello suele llevar el engreimiento de pensar que somos omnisapientes o la desilusión por no haber acertado plenamente en la elección de la pareja, el trabajo o el lugar de residencia. Es sabido que hay una tendencia natural a querer llevar siempre la razón, sin querer ver la posibilidad de nuestro error. Deberíamos ser siempre objetivos, y para esto no permitir que las circunstancias nublen la visión del hecho que hay que resolver; pedir consejo a los demás, sabiendo y queriendo escucharlo; evitar cualquier tipo de apasionamiento; centrase en los hechos y no en las personas, que se pierde la objetividad cuando se dice: “Siempre haces lo mismo, eres igual que tu padre”; basarse en lo ocurrido sin calificar al sujeto; no precipitarse para emitir juicios. Y hasta aquí estas opiniones sobre el tema, manifestando que al desarrollarlas y exponerlas he intentado, a toda costa, fuesen lo más objetivas posibles. Ramón Serrano G. Febrero 2018

Subjetiva - objetiva .. (1)

Tratando de complementar uno de mis escritos anteriores en el que intentaba analizar los juicios emitidos por las personas, acudo hoy con este otro en el que procuro hablar de la esencia de las cosas y nuestra percepción de ellas. Así, me pregunto cómo puede haber tanto iluso que piense que ellas son simple y sencillamente del modo que las vemos, o en el que él las ve. Y como sé que hay alguien así, le animo a que deseche esa idea y observe que todo, absolutamente todo lo que existe en este mundo, no tiene un valor simplista sino que está formado, tanto intrínseca como aleatoriamente, por unas condiciones cuya apreciación es observada de una formar dispar por unos o por otros. Por tanto, vengo a hablar ahora de la subjetividad, o sea, aquello perteneciente o relativo al modo de pensar o de sentir del sujeto, y no sobre el objeto en sí mismo; su postura, sin tener en cuenta lo exterior; un modo y manera de razonar y concebir, propia del mismo, para referirme después, y también, a la objetividad, es decir, lo perteneciente o relativo al objeto en sí mismo con independencia de la manera en que es observado desde fuera, aunque esto lo dejaremos para después Y vengo a referirme a ambas reconociendo la importancia de aquella y esta, y sin querer tomar postura, ni decantarme por una u otra alternativa -¿quién soy yo para hacerlo- y además a pocos les importaría. Principalmente se puede decir que la subjetividad se basa en la experiencia que el individuo tiene de un hecho en cuestión, de acuerdo a su percepción particular y que está determinada por lo ya vivido. Vista desde un punto técnico diremos que utiliza constantemente un léxico eminentemente valorativo, un uso principal de modalidades oracionales, muchos recursos expresivos y también, y por supuesto, una gran utilización de los signos de puntuación, para terminar hablando de que se basa fundamentalmente en la experiencia del sujeto que emite el juicio, hasta tal punto, que un mismo suceso vivido por personas diferentes adquiere valores únicos en cada caso. De su esencia y existencia, y como una y primera clara muestra de lo que son, nos valdrían estas dos expresiones que vemos a diario en los medios sociales. Subjetiva: “La banda “Perenganito” ofrecerá una de sus magníficas y extraordinarias actuaciones el próximo día 9”, y objetiva: “La banda ‘Perenganito’ actuará en ‘Villaturria’ el próximo día 9”. O estas que son también muy utilizadas: el imparable equipo archiquero humilló a su oponente con un juego de gran nivel, por un lado, mientras que por el otro se diría: Archiqueria 5 – Coblata 0. También, y para una somera clarificación, diremos como ejemplo que el perfume, o sea, esa sustancia que utiliza X para oler bien, a Y le resulta cansina en extremo; que mientras a W le place quedarse en la cama, la tv o la lectura, Z prefiere madrugar y dar una larga caminata. Y así podríamos extendernos a la gravedad de las enfermedades, a la residencia en la ciudad o en el pueblo, a las excelencias de la carne o el pescado, etc., etc. Pero a todos y cada uno de los razonamientos acompañará, salvo a la del diccionario, el toque individual que por experiencia o referencias oídas o leídas, tiene y exterioriza el sujeto que las analiza. Algo parecido a aquello de hablar de la feria según le va en ella, independientemente de la calidad del evento o de la cosa. La subjetividad, que como dije se basa en la opinión que el individuo tiene de algo, está además fundamentada en sus propios intereses. Es decir, la crea la experiencia que exterioriza la particular percepción de lo vivido, o los resultados que espera alcanzar en un futuro más o menos próximo. Quiero además hacer hincapié diciendo que se observa que uno de los principales fundamentos de ella se encuentra en el lenguaje, que siendo la mayoría de las veces exclamativo, luego puede ser desiderativo, ponderativo dubitativo. De ese modo se acude a recursos como la redundancia: “lo vi con mis propios ojos”, o a hipérboles comparativas: “ve menos que un gato de yeso”, de las que en nuestras tierras las hay a cientos. Como también se utilizan palabras malsonantes, eufemismos, ironía, énfasis o sobriedad en el hablar. Hay rasgos en un mensaje que dan pie para identificarlo como subjetivo, como expresiones de afectividad u odio o vocablos afectivos: “este hermoso paisaje”, “aquél malhadado día”, o esos otros que son imperativos o consejeros: “no debe olvidarse, “conviene que”. Y apuntar, por último, la obviedad de que una de las actividades en las que la subjetividad se da mucho es en el periodismo, sin dar nombres, que serían de sobra y por todos conocidos, ni meterme para nada en las distintas y evidentes razones que les llevan a ello a los profesionales de la información. Por otra parte, y como al principio apunté, está la objetividad, a la que definiremos como… ,pero esto habrá que dejarlo para posterior ocasión ya que hoy no tenemos espacio para ello. Ramón Serrano G. Febrero 2018

jueves, 25 de enero de 2018

A su tiempo

Siendo cierto que los refranes provienen de la sabiduría popular y que son unos dichos sentenciosos y agudos que se utilizan comúnmente, sin embargo, no suelen estar bien vistos por las altas esferas literarias, y no ya su abuso, sino hasta su uso. El mismo Cervantes, en su maravillosa obra, segunda parte, capítulo LXVII, pone en labios de don Quijote lo siguiente: “No más refranes Sancho, que cualquiera de los que has dicho basta para dar a entender tu pensamiento…” Pese a esto, para componer este escrito quiero apoyarme en uno de ellos (aunque luego citaré algunos más) y aun teniendo este varias versiones, como la de cada cosa a su tiempo y uvas en habiendo, o la de cada cosa a su tiempo y los nabos en adviento, he elegido aquella otra que afirma que debe hacerse cada cosa a su tiempo y se debe tener un tiempo para cada cosa. Ya en uno de los libros sapienciales, el Eclesiastés 3,1-8, se puede leer que todo tiene su tiempo y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. Pero siendo fácil su comprensión no es, sin embargo y extrañamente, corriente su aplicación. Una primera interpretación viene a decirnos la conveniencia de que se debe tener una organización de las actividades cotidianas, aconsejando la necesidad de orden y planificación en el obrar, de modo que cada tarea esté hecha a tiempo, habiéndole sido dedicado el necesario para un buen resultado y sabiendo que esto puede ser llevado a un plano más general: el de la propia vida. Así hablaremos de que es tan inconveniente hacer las cosas con excesiva rapidez y anticiparse a que sea su momento como llevarlo a cabo después de haber pasado este, ya que la premura es tan mala como la tardanza, sin atrevernos a establecer categorías. Debe tenerse siempre muy en cuenta que hay que emplear en cada actividad el tiempo que necesita, con sosiego y sin impacientarse, pues, como el arroz, puede estar duro si se retira demasiado pronto, o 'pasarse' si cuece de más. Habiendo visto en otras ocasiones que existen muchos dichos contra ellas, haremos alusión a algunos de ellos, empezando por los que se refieren a la gente que arrolla, es impetuosa y atrevida, que puede con todo y a todo se atreve. Pero hay vivencias para las que puede no estar preparada y el adelantarlas puede tener – y está demostrado que, de hecho, las tiene- , repercusiones en su ejecución y en el desarrollo posterior. Empezaremos con aquello de despacito y buena letra, que el hacer las cosas bien importa más que el hacerlas, que dijo el eximio Antonio Machado; o aquella que mantiene que la paciencia es virtud vencedora y la impaciencia vicio del diablo, proveniente del gran Francisco de Quevedo. Y acogiéndonos a las paremias de origen popular, aunque igualmente sabias, podemos recordar que no por mucho madrugar amanece más temprano; que la esperanza deja de proporcionar felicidad cuando se llena de impaciencia; que las prisas no son nunca buenas consejeras, que pan para hoy puede ser hambre para mañana; que anda con calma que estamos apurados o aquella de vísteme despacio que tengo prisa. Parecida cantidad de expresiones podríamos traer que aludieran a llegar tarde para la ejecución de algo y aunque hay cosas que para hacerlas nunca es tarde si la dicha es buena, mientras que hay otras muchas que producen gran pesadumbre querer hacerlas cuando ya es imposible o ello no produce los mismos efectos que si se hubiese realizado en su momento. Eso que, en términos coloquiales, se suele catalogar como que se ha pasado el arroz, o sea, que se ha llegado tarde, a destiempo, para una correcta y beneficiosa actuación. La primera de ellas, y dado el merecimiento de su autor, Miguel de Cervantes, sería que en la tardanza suele estar el peligro, para seguir con aquella de a buenas horas mangas verdes, que tiene su origen en el siglo XV, cuando los cuadrilleros de la Santa Hermandad, cuerpo parecido al de la actual policía que vestían un chaleco de piel el cual dejaba a la vista las mangas verdes de sus camisas y siendo los encargados de detener y encarcelar a los malhechores, habitualmente llegaban tarde al lugar de los hechos, cuando los ladrones ya se habían ido. Y los dos últimos: el que se apura llega tarde y Dios nos guarde de la casa en que amanece tarde. Ahora, espacio y tiempo me impiden seguir con este escrito pese a ser sabedor de que no he podido hablar de lo también enunciado al comienzo, aquello de lo conveniente que es tener dedicado un tiempo para cada cosa, así que habré de dejarlo para una posterior ocasión. Ramón Serrano G. Enero 2018

jueves, 11 de enero de 2018

Denigrar, hablar

Pienso, y siento creer que no lo hago equivocadamente, que uno de los actos que más le cuesta llevar a cabo al ser humano es el de ponderar a los demás, tanto por sus dichos como por sus obras, mientras que para vejar, difamar y sacar a “relucir” pifias, descuidos o faltas de auténtica envergadura y, en bastantes ocasiones para inventar o falsearlas, se está dispuesto las más de las veces, y haciéndolo además con plétora. Por supuesto, antes de comenzar, quiero aclarar que voy a aludir a esta actitud, cuando se ejecuta a modo particular y fuera de cualquier acto, lugar, o entorno oficial. Veamos pues la situación a la que quiero referirme y que no es otra que una de las muchas conversaciones, en las que se saca a colación algún sucedido, añoso o reciente, y del que, a uno o a varios de los tertulianos, importa más el modo de proceder de los agentes que intervinieron en el lance en cuestión, que la causa o manera en la que este se desarrolló. Paradójicamente ello apenas interesa, por lo que entonces uno o varios de estos se lanzan a poner a aquellos como hoja de perejil. Si se analiza este proceder, se da de inmediato con varias de sus causas, aunque casi todas ellas parezcan incomprensibles. La mayoría se asienta en experiencias personales y suelen estar condicionadas, por lo que un hecho ha afectado a quienes los emiten, razón por la que su corazón se enciende y su cabeza actúa con el ritmo que aquél le marca. O dicho de otra forma, son juicios en los que se antepone la subjetividad, y no porque el agente no sea buen observador de la realidad, aunque excepciones haylas y tanto en forma como en fondo, sino por motivos bien distintos. Que son: -Autosuficiencia, puesto que se piensa que la verdad es la que él ha observado, sin conceder visos de probabilidad a que no sea así. -Infravaloración del daño que se puede llegar a causar su proceder, sin recordar que es muchísimo más fácil derribar que reconstruir, o que una mancha se hace en un instante, mientras que limpiarla cuesta un gran trabajo y casi nunca vuelven a quedar las cosas como estaban. -Limitación en el juicio, pues se reduce a valorar si uno o varios hechos son negativos, mientras que para reconocer un mérito tiene que hallar muchas razones. Y aún así. Entonces ¿qué razones hay para que haya quien, una y otra vez, se comporte de ese modo? Vendría aquí bien aplicar aquella conocida locución latina, muy esclarecedora, para dar con el porqué del proceder de algunos humanos: -¿Cui prodest?, es decir, a quién beneficia, con lo que las causas más comunes por las que se obra así aunque, a mi entender, no está entre ellas un afán educativo para que alguien conozca más de alguien, lo cual estaría bien si en los asertos hubiese tanto críticas como alabanzas. Mas al no ser así, las razones que conllevan a esta conducta son: - Ante todo un prioritario deseo de denigrar a alguien más que de narrar un determinado sucedido, y hacerlo con manifiesta parcialidad, e incluso con tozudez, ya que nunca se procura hallar lo que pudiese haber de bueno en la acción comentada, y algo correcto habría. - Ansia exorbitada de triunfo propio, enfatizando intentar demostrar la veracidad de sus afirmaciones, pero con razones tan fútiles, tan peregrinas, como afirmar que han vivido vecinos varios años, o que eso no es una mentira, que estaría bueno que lo fuese. Y pormenorizando los hechos para dar una mayor credibilidad a lo que exponen, lo que, en el fondo, resta envergadura a sus asertos, pues sabido es que “excusatio non petita, accusatio manifesta”. - Querer ser poseedor casi en exclusiva y, desde luego de manera más vasta, del conocimiento sobre algo que se considera interesante, aunque en verdad tan sólo sea un episodio deleznable, lo que a la larga viene a ser demostrador de la tenencia de una manera de ser poco encomiable. - No pensar, ni por asomo, que, en cualquier, caso se podría contar lo sucedido, incluso con muchos detalles y bastante prosopopeya, pero no desvelar el nombre del protagonista, puesto que con ello la historia no gana nada, sin tener en cuenta, como ya dijera Epícteto, que para sentenciar se debe olvidar a los litigantes y acordarse sólo de la causa. - No valorar ni haber en cuenta que condenar entristece y enaltecer alegra, que a un humano que sea eso, humano, buena persona, y no rijoso o con exagerado puntillo, un panegírico le deja mejor sabor de boca que una reprobación prolija y ante todo innecesaria. Y para terminar, y tras un ligero inciso apuntando que sería una buena postura a adoptar por parte de los escuchantes, el vestirse de piedra ante esas palabras y hacer caso omiso a quien así obra, que aunque estos no parece, o no quieren que parezca, darse cuenta de ello, a la larga todo el mundo se da cuenta y se cansa de injuriar a una piedra y de predicar en el desierto. Como final, la conveniencia de recordar que, sobre la posibilidad de hablar mal de alguien por motivos estrictamente personales, hay una ley no escrita que debería ser de obligado cumplimiento, y que si todos la observásemos mejor nos iría. Ramón Serrano G. Enero 2018