viernes, 1 de febrero de 2008

Los sueños

Los sueños
Ramón Serrano G.

Todos tenemos casi siempre unos hermosos ideales o aspiraciones, que normalmente solemos guardar para nosotros mismos, y que no son sino fantasías irrealizables, pero que nos proporcionan un gran placer cuando pensamos en ellas. Son quimeras con las que especulamos en estado de vigilia acerca de la tenencia o el disfrute de aquella cosa, en la facultad de la realización de eso otro, o en el venturoso devenir de algún asunto, que en cualquiera de los casos sabemos que no poseemos ni disfrutamos en la actualidad, pero que nos agradaría muchísimo que se realizasen y llegasen a estar a nuestro alcance y disposición en un futuro más o menos próximo.
Estas quimeras suelen ser de las más distintas clases y naturalezas, y bien que se les podrían aplicar multitud de calificativos. Las hay amorosas, posesivas, culturales, viajeras, reivindicativas, fantasiosas, ideológicas, perversas, justicieras, etc., etc., etc. Son un ejercicio mental muy desarrollado por nuestro intelecto, sobre todo en ese espacio de tiempo, corto a veces, excesivamente largo en otras, que precede a la conciliación del sueño (entiéndase aquí este término como estado del que duerme), pero que no, porque nos hallemos en una duermevela, tiene nuestra mente dificultad alguna para desarrollarlas prolija y minuciosamente.
El hombre, al lanzarse a su aventura de la vida, consigue alcanzar muchos de sus propósitos, mas aún así, son muchos a los que no logra acceder, sin que sea este el momento de detenernos en los posibles motivos de esas frustraciones. Y al no conseguir la meta deseada, se introduce en un onirismo que le lleva a sentir las mismas sensaciones que si hubiese logrado y estuviese disfrutando su ideal. Goza, padece, se altera, palpita, vive realmente lo que en la realidad no ha podido vivir. Y a ello se aficiona y a ello vuelve contumaz e impenitente una vez tras otra.
Esto se debe, creo yo, a que el hacerlo nos produce una gran independencia, ya que en esos momentos no necesitamos de nadie, ni a nadie nos sentimos sometidos. A que mientras dura somos ricos y ambiciosos, que a todo aspiramos. A que mientras los mantenemos, llegan a ser la mayor de las verdades, que nada les estorba. A que es muy poco lo que le cuesta al alma realizarlos y bastante extensa la satisfacción que nos producen, y todo ello sin hacer mal, ni molestar a nadie, que a solas se producen esos razonamientos y para uno mismo quedan las complacencias o los desengaños pergeñados. Es, el yo me lo guiso y yo me lo como, y a nadie voy con mis ilusorias pamplinas ni con los fantasiosos, o modestos, proyectos personales, que nunca se realizaron y que, posiblemente, jamás se llevarán a cabo.
Y es, esta de los sueños, una hacienda en la que participamos todos, como antes decía, y lo hacemos hacia las más extrañas cosas, sobre las más diversas situaciones. Hay quien se embelesa pensando en que quisiera tener un papagayo y ya lo está viendo con su cuerpo rechoncho y sus vistosos colores. O en viajar a Laponia y ya aprecia nítidamente sus fiordos, sus glaciares y sus renos. O en tocar el violín y se extasía con sus acordes. O en ser dueño de muchas tierras y se ve paseando a caballo por sus fincas. O en saber cantar y se siente aclamado por el público. O en vivir frente al mar y se embriaga y se arrulla con el murmullo de las olas. O en plantar un sicomoro y lo cuida y duerme la siesta bajo su sombra. Sí, es verdad, todos soñamos. Escuchemos, si no, a Calderón cuando nos dice en su principal obra: “Sueña el rico en su riqueza…sueña el pobre que padece su miseria y su pobreza; sueña el que a medrar empieza…” Y nos hace luego una relación de personajes que se ven dominados por las ensoñaciones: el rey, el que gobierna, el que agravia, el que ofende, el prisionero,.. “todos sueñan lo que son”..
Sin embargo, y considerando esta última lectura, pensemos por un momento: ¿y si soñar fuese vivir, puesto que nos es tan agradable soñar y tan triste la vida? Que bien pudiera ser todo al revés de cómo nos parece y pudiera estarse dando la triste paradoja de que nuestro existir no es más que eso, un sueño, un pesado y azaroso sueño, en el que caemos al momento de nacer, en el que estamos inmersos durante toda nuestra existencia, que tanto desasosiego y tanto duelo no son más que pesadillas desagradables imaginadas por nuestro subconsciente y que todo esto nos durará hasta la venida de la “Inevitable”, ya que entonces despertaremos a otra vida real y no ensoñada. No lo sé si esto es así, y tampoco me importa demasiado, pero bien pudiese ocurrir que fuese de esta forma, y solamente lo que estemos haciendo no es sino pasando por una mala noche. Lo que sí sé es que yo, y me imagino que muchos de ustedes, soy feliz cuando me refugio en esas gratísimas ilusiones.
Pero para una mejor y mayor explicación de todo cuanto he querido exponer con este pobre escrito, quisiera corroborarlo transcribiéndoles la letra de una jota aragonesa, que oí siendo muy joven por las bravas y nobles tierras del Ebro, y que decía así: “Soñé que el fuego se helaba/ soñé que la nieve ardía/ y por soñar imposibles/ soñé que tú me querías”

Octubre 2006

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 20 de octubre de 2006

No hay comentarios: