sábado, 2 de febrero de 2008

Gratitud

Gratitud
Ramón Serrano G.

En algunas ocasiones (imperdonablemente, en demasiado pocas) he hecho públicas algunas palabras para pregonar mi admiración y, sobre todo mi infinito agradecimiento, a quienes fueron, y son, mis maestros y mis amigos. Los viejos, ya se sabe, somos repetitivos, pero creo que esta reiteración se debe admitir en este caso por sincera y, sobre todo, por justa. Igualmente he dicho siempre, y me reafirmo en ello, que por esa causa, por haber tenido y, en algunos casos, seguir teniendo esos maestros y esos amigos, me considero un hombre muy afortunado.
Sin embargo nunca he emitido este pregón para dar las gracias de la misma forma que lo hice con aquellos, a otro grupo al que tengo la misma estima y reconocimiento. No sé cual ha sido el motivo. Bueno, sí que lo sé. Porque mi cabeza está a pájaros, o como diría un castizo, porque tengo la azotea muy desamueblada. Incomprensiblemente, nunca he llegado a cumplir con el deber que por igual tengo especialmente contraído con aquellos que, durante algún tiempo, largo o corto, que eso no importa ahora, trabajaron junto y para nosotros.
Y es que se da el caso, que por el despacho que mi padre abriera hacia 1950, por el mío luego, y hoy por el de mi hijo, han desfilado y lo siguen haciendo, personas realmente extraordinarias que han colaborado con nosotros, con uno, con dos, e incluso con los tres, aportando sus conocimientos y su esfuerzo laboral de manera tan eficiente y digna, que sin su cooperación, creo que nunca hubiésemos ejercido nuestra profesión de un modo tan eficaz y, al mismo tiempo, tan sencillo y agradable.
Unas de esas personas siguen prestando sus servicios en la casa y algunas ya no, porque la vida les ha conducido por otros derroteros. Tampoco otras, ya que, desgraciadamente, nos dejaron para siempre. De todos, puedo decir muy alto que entre ellos los ha habido, y los hay, unos estupendos, otros aún mejores, y algunos verdaderamente excepcionales. Pero que nunca hubo ninguno malo. Si cabe, menos bueno, pero malo no. Si acaso, con un concepto diferente que le llevaría a obrar de forma distinta a nuestra preferencia. En verdad, que no hubo nunca alguno que fuese malo. O si lo hubo, no me acuerdo, o quizás sea posible que no quiera acordarme, ya que la remembranza de los que no fueron buenos debe arredrarse como los muebles inútiles, y no es momento ni ocasión de andar rebuscando en esa mi desamueblada azotea a la que antes me refería. Además que ¿quién soy yo para juzgar certeramente la posible maldad de nadie? Pero lo que sí tengo muy claro, lo llevo grabado en mi conciencia, es que todos, los unos y los otros, fueron y son merecedores de estima.
En esta relación a la que aludo, cabría por mi parte establecer una escala de valores y citar especialmente por sus méritos a: …. pero ¿qué iba a decir? Voy a ser tan tonto de establecer distinciones o en indicar favoritismos, que por mucho que me esforzara en evitarlo, estarían basados sin duda alguna en la subjetividad de mi criterio y no en la auténtica valía o en el merecimiento de los sujetos. No. Ni debo, ni puedo, ni quiero hacerlo. Los ha habido, claro está que los ha habido, de mayor enjundia y significación (ellos y yo bien lo sabemos), mas no sería oportuno dar nombres, que vendrían a significar a alguno, pero que producirían menoscabo en otro. Calle la boca y siga el corazón con su ventura.
Así pues repito que vengo hoy aquí para decir, tan alto cuan alto pueda, y a todo hombre o mujer que quiera oírme, que estoy orgulloso de ese, de aquél, de él de más allá, en suma, de todos los que en alguna ocasión tuvieron su faena en nuestra casa, trabajando junto a nosotros, codo con codo, empeño con empeño, ilusión con ilusión, porque unos más, otros no tanto, pero todos al fin y a la postre, pusieron parte de sus vidas en beneficio de las nuestras. Siempre procuramos tratarlos con el mayor respeto y dignidad, al igual que ellos lo supieron hacer con nosotros, y esto último es para mí muy importante.
Reitero entonces lo tantas veces proclamado: que me siento muy orgulloso y muy agradecido de mis maestros, de mis amigos y además hago extensivos esos sentimientos a mis empleados. Pero no, no quiero utilizar esa palabra. Diré, mejor, a mis, a nuestros, colaboradores en el trabajo, debiendo añadir además, porque es de justicia, que muchos de estos últimos lograron enseñarme también bastantes cosas y que la mayoría de ellos me honraron generosamente con su amistad.
A los tres grupos, por igual, mi mayor gratitud.

Diciembre 2007

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 30 de noviembre de 2007

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