viernes, 21 de julio de 2017

Julio

Los obituarios, al igual que muchas de las obras que hacen, o mejor dicho, hacemos los hombres, se llevan a cabo por muy distintos motivos: imperativos sociales, familiares, amistosos, etc. Y al llevarlos a la práctica se está igualmente obrando por obedecimiento a diferentes razones, todas ellas debidas a las causas más diversas: lógicas, con o sin inconvenientes, aceptables u obligadas. Y esta última razón es la que me ha impelido a redactar ahora estas líneas para expresar unas palabras que nunca hubiese querido escribir, pero nobleza obliga. Empezaré diciendo que es normal que entre los componentes de un curso, antiguamente los integrantes del servicio militar, o los compañeros de trabajo, surja y se acreciente día a día una gran amistad al convivir muchas horas juntos y tener que sobrellevar simultáneamente una gran cantidad de sucedidos y avatares de los más diferentes tipos y condiciones. Y también ocurre que entre algunos miembros de estos grupos surge una cierta empatía que viene a acrecentar y dar un mayor volumen a algunas amistades, cosa que ocurrió prontamente entre tú y yo. Quizás porque me llevabas un poco más de dos años , o simplemente porque nos caímos bien ambos, el caso es que recuerdo muchas vivencias junto a ti o tuyas. Por ejemplo, cuando en los primeros años 50 te fuiste a un campamento veraniego a Laredo, o las muchas mañanas en las que me iba contigo a desayunar a tu casa aquellas desmesuradas fuentes de leche con pan que nos preparaba la hermana Herminia, tu madre, que siempre te tenía guardado en el primer cajón del aparador un paquete de Ideales, sin que lo supiera (que yo creo que sí lo sabía), el hermano Lorenzo, tu padre, el cual, por otra parte, me saludaba muy afectuoso siempre que me veía por la calle y trataba de sonsacarme cosas de tu “vida y milagros”. De las cenas de nochevieja que guisábamos en el horno de tu casa, de las romerías a las que asistimos juntos, de nuestros “conciertos de armónica” en las veladas que por Sto. Tomás organizaba el colegio, de tu pertenencia a la Adoración nocturna, de cuando presumías de tu “Montesa”, o de cuando me pasaba largos ratos charlando contigo a la puerta del Casino, esperando que llegase de camino hacia su casa, y para acompañarla, Rosarito, aquella encantadora jovencita que fuera antes la novia de tu hermano Luis y hoy es tu viuda. O cómo empezaste a trabajar muy pronto en la panadería familiar, y sin dejarlo, y por libre, sacaste brillantemente la carrera de Magisterio, que luego no te apeteció ejercer. Luego, a partir de entonces y hasta hoy, desde la noviez primero y luego los postreros matrimonios, hemos estado muy unidos, en comidas, viajes, reuniones, etc. etc. Pero el tiempo pasa y va imponiendo sus irremediables condiciones para bien o para mal, y al grupo que formábamos aquél magnífico curso de bachillerato del que guardamos tan maravillosos recuerdos, le va llegando ya la hora -es ley de vida-, de ir abandonando este mundo. Hace ya muchos, diez años al menos, tomó una inesperada y demasiado pronta delantera Jesús, el inolvidable y queridísimo “Jaro” como amistosamente le llamábamos, y ahora, en los últimos meses, os habéis unido a él para nuestro dolor, Antonio, Pedro y tú, Julio, a quien siempre nos referíamos como “el cuarto” en tu apodo familiar. Vengo aquí entonces a despedirme de todos vosotros que tanto bueno habéis aportado a nuestras vidas y espero se me permita personalizar mis sentimientos en los que he tenido, tengo aún y creo que tendré siempre, además de para ellos, para ti Julio, que fuiste mi grandísimo y entrañable amigo, con el que he compartido para mi bien, y por tu benevolencia, tantos ratos y episodios buenos en mi vida. Por ello, y no queriendo que este escrito sea más que una necrología traída al caso por tu reciente y dolorosa muerte, es decir, una exhaustiva relación de las virtudes y cualidades que tenías, me abstendré de enumerarlas, pues bien sabidas las tienen - y tenemos- todos aquellos que hemos tenido la fortuna de convivir, mucho o poco, contigo. Pero no quiero terminar estas líneas sin exponer algo que desde que te llevo conociendo, y son ya más de setenta años, he echado en falta en ti. No voy a decir lo que eras pero sí expresaré, y muy clara y rotundamente, aquello que no eras. Y así he de manifestar que nunca, lo que se dice nunca, en los muchísimos horas y días que hemos vivido juntos, y vengo reiterando que han sido gran cantidad, nunca repito, he encontrado en ti, en tu forma de ser y de proceder, en tu esencia y en tu comportamiento, algo malo, algo reprobable. No has sido envidioso en grado alguno, no conociste la avaricia o el ansia desorbitada de posesiones, no has criticado jamás a nadie, no has sido vago u holgazán, ni te vi presumir nunca de nada ni por nada. Y así podría seguir diciendo palabras y palabras, renglones y renglones, en clara exposición de todos aquellos defectos de los que afortunadamente carecías, pero ni quiero ser extenso en demasía, ni mi ánimo está ahora mismo para escritos, arriado por el dolor de tu pérdida. Como despedida, simple, sencilla y sincera, quiero decirte Julio, que una de las mayores satisfacciones que he tenido en esta vida y uno de los hechos de los que me siento más orgulloso, es que pese a mi insignificancia con respecto a ti, me hayas tenido por amigo. Gracias y hasta pronto. Ramón Serrano G. Julio 2017

Amarrido o alacre

-Oye, Luca, nunca me has hablado de tu vida. Cuéntame algunas cosas de ella que sepa algo de ti. -Mi vida, Luis, antes de conocerte, tiene muy poco que contar. Te diré simplemente lo que me sucedió un poco tiempo antes de que eso ocurriera. Fue en el mismo pueblo donde luego nos encontramos. Iba yo callejeando, (he de decir que yo era un perro candajón),cuando me tropecé con una buena mujer que tendría más de setenta años, la cual, al verme un tanto desmejorado, se apiadó de mí, me atendió y me dio de comer. - Dada mi juventud de entonces, y mi futuro poco prometedor, me preocupé únicamente de tener el condumio asegurado, así que pasé unos días con ella. Se encariñó conmigo, y al poco, me ofreció su casa y su compaña. Me dijo que estaba muy cansada de estar sola y, además, necesitada de alguien con quien compartir sus emociones y sentires. También afirmó que no sabía en realidad si estar triste o alegre, si dejar las penas para los demás o asumirlas ella si es que con eso liberaba de alguna a quien pudiese padecerlas. Parecía, mejor dicho, creo firmemente que era, una buena mujer, que debía haber vivido bastante bien, pero que no estaba atravesando su mejor momento. -Sin embargo rehusé a tan amable y generosa oferta. No deseaba para mí una vida de landrero, ni mi carácter es acomodaticio, bien lo sabes. Yo soy más alacre que amarrido y estar guardando la monotonía hogareña, aunque sea cómodo y seguro, no va conmigo. Así pues, me quedé unos días en su compaña y cuando encontramos a un congénere mío, que fue pronto, lo acogió con el mismo afecto que lo había hecho conmigo e intimaron rápidamente. Entonces le manifesté mi sincero agradecimiento y me di el piro sin un destino fijo ni un porvenir seguro. Fue al poco de esto cuando tuve la suerte de encontrarte y hasta aquí. -Suerte de encontrarme, ¿por qué? -Pues por varios motivos que te diré, aunque sin darte coba. En primer lugar porque eres una buena persona. Tienes un gran corazón, conoces la vida, eres culto, y así podría seguir enumerando muchas más cualidades que te adornan. Pero lo más importante para mí es que te gusta la libertad. Y, sin embargo, y pese a ello, o quizás por ello, también te agradan el orden y la corrección, y el vivir sin ataduras pero respetando siempre el terreno y los derechos de los demás. En ese aspecto, y en algún otro, las personas así, y ya llevo visto a muchas a lo largo de mis años, son raras, y estoy utilizando este adjetivo en su acepción de infrecuente, poco común. Ambos sabemos que gente sincera, que vaya siempre con la verdad por delante, hay demasiada poca, que los más, según vengo observando, halagan, fingen, aparentan, pero luego van únicamente a lo suyo. -En eso de que hay muchas personas así te tengo que dar la razón, Luca, aunque demasiadas veces las apariencias engañan. Claro que también podríamos decir que sólo lo consiguen con quienes se dejan engañar. -Completamente de acuerdo, pero si me lo permites, Luis, quisiera seguir hablando de ti. De cómo eres, o de cómo yo te veo. Y de cómo, con tu manera de ser y de actuar, vienes a ser el portador de las de muchos hombres -y diría que por desgracia que no tantos-, que saben ver y obtener de la vida sus muchísimos pequeños pero grandes encantos. -Sé, porque paulatinamente me has ido relatando episodios de tu vida anterior, sé digo, que tú podías haber disfrutado de una vida regalada, porque posibilidades tenías para ello, y sin embargo, lo abandonaste todo y te dedicas a ser un hombre que anda errante y sin un domicilio fijo, con un marcado interés por conocer paisajes y personas, dialogar con ellas, incluso amigar, interesarte en aprender sus usos y costumbres, enseñarles algo de lo que sabes, que es mucho, y darles dentro de tus posibilidades. Dicho de otra forma, convives humanamente con tus semejantes y con ello disfrutas de un modo increíble. -Pero eso, Luca, lo hace mucha gente. Más de la que tú crees. -No, Luis, no. Yo aún no soy viejo, pero soy perro y me gusta observar cuanto ocurre en mi presencia y derredor, y por ello escucho, escudriño y atalayo a quienes puedo, que he aprendido bien que haciendo esas cosas sabes cómo son los seres con quienes tratas y relacionas. Por eso, te repito, que no eres único, claro está, pero sí una rara avis que puede que se halle ya, o casi casi, en peligro de extinción. -Y déjame que continúe enumerándote otras cualidades que también posees. Me he dado cuenta, además, que… Ramón Serrano G. Julio 2017

Otro sentido

Para una buena amiga a la que gusta mucho el idioma francés. Cierto curioso día, un curioso francés decidió venirse a dar una vuelta tranquila y sosegada por España con el triple fin de ver sus lugares, conocer a sus gentes y perfeccionar su idioma. Llevaba ya un buen tiempo transitando por nuestras latitudes (debía ser un gabacho con posibles), y el hombre se encontraba maravillado con los paisajes y monumentos vistos, encantado con la manera de vivir de los habitantes y desesperado por la dificultad en comprender bien el idioma. Y mira por donde, transitando por esta tierra seca y llana, una buena tarde en la que había salido para contemplar una de esas impresionantes puestas de sol que se dan en la llanura manchega, esas en las que el amigo Lorenzo va cambiando su color de gualdo a bermejo y va cayendo allá por el confín, por detrás, muy por detrás, de las mieses y las vides, vino a encontrarse por el campo con un hombre y un perro, que aunque ya conocían de antiguo tan hermoso panorama, andaban, como él, a los mismos menesteres. Al verse, se saludaron cortés y cordialmente, se expresaron su mutua admiración por el espléndido y relajante espectáculo, y luego, tras amistar un algo, convinieron en juntarse los días siguientes, el foráneo tal vez con el interés de que el paisano le contase y enseñara cosas de por aquí, y Luis y Luca (que no eran otros los personajes aludidos) porque, a más de su proverbial amabilidad y de sus ganas de sapiencia, como ya es sabido, estaban más a gusto conversando con alguien que un cochino en un pecinal, fuera quien fuese el contertulio y no digamos nada si se trataba de un guiri. El primer día, nuestros amigos, con su habitual cortesía, fueron explicando pormenorizadamente al galo cuanto quiso saber de los hábitos, costumbres y expresiones de nuestra tierra, que no fue poco, dada la cantidad de cosas por las que estuvo interesado y de las que solicitó información. De esa manera transcurrió esa jornada, pero a la siguiente cambiáronse las tornas, siendo el franchute quien pasó a detallar a Luis y Luca cuanto quisieron saber, que fue bastante, y cuanto él quiso añadir motu proprio sobre los ritos y usanzas de su país. Con preguntas y exposiciones comprobaron ampliamente cómo, aún viviendo limítrofes, aquellos eran bastante distintos y que tenían muy diferentes formas de celebrar fiestas y eventos, ya por no coincidir en fechas, o porque unas lo eran para unos y no para otros. Y dado que las de estos lares son suficientemente conocidas y practicadas, permítaseme que me limite a dar una relación, pequeña pero definidora, de algunas de las que se ofician más allá de los Pirineos. Habló Pierre, que así se llamaba el franco, para, ante el asombro de los otros, ir exponiendo y detallando los siguientes festejos, por supuesto muy populares entre ellos. Dijo en primer lugar que se hacía el muy divertido poissón d’avril, con unas bromas similares a las que aquí se llevan a cabo el 28 de diciembre, cuando los Inocentes. Que en el día de la boda, habitualmente se tomaba oignon soupe, sopa de cebolla o sopa de matrimonio. Afirmó luego que aunque no sabía bien si era por la llegada de la primavera o como símbolo de prosperidad y amor, lo cierto es que era muy extendida la práctica de regalar lirios el día 1 de mayo. Y que, en las presentaciones informales, el saludo consistía en darse tres besos y empezar por el lado izquierdo procurando no equivocarse. Admirados y satisfechos con esas narraciones, pasaron luego ambos a ocuparse de las expresiones coloquiales, tanto de las locales como de las foráneas, y aquí casi se vuelven locos, el uno y el otro, al querer conseguir su origen o significado. Sin saber hacerlo, Luis pasó a exponer varios ejemplos, como que volverse loco no era haber perdido la razón; y el significado de frases como aún queda mucho sol en las bardas; no estar por la labor; tener babas; estar repicando y en la procesión, o las incongruencias de utilizar curioso por limpio, o de sentir por oír. Y no fue pequeña la sorpresa de los paisanos cuando Pierre empezó a comentar casos que se daban en su lengua, en la que, utilizando una palabra con un significado bien definido, se construían frases increíbles con un sentido totalmente distinto. Y se refirió a como con pomme (manzana) se llega a decir: tomber dans les pommes, que significa desmayarse. Con grosse, que se traduce como gorda, se puede decir: mer grosse, o sea mar gruesa, pero si nuestras palabras son: prèt á la grosse aventure, nos estamos refiriendo a un préstamo de dudosa recuperación. Que grasse se traduce como grasa, mas al expresar: faire la grasse matinée estamos diciendo pegársele a uno las sábanas. Por último, que si utilizamos savón (jabón) para construir la expresión: passer un savon à quelqu’un, lo que estamos afirmando es echar una bronca a alguien. Ambos quedaron extrañados y contentos por cuanto habían escuchado y aprendido, y sentido cierta admiración, puesto que la manera de hablar de los dos había tenido ponderación, sinceridad, extrañeza, sin que hubiese hecho asomo el chauvinismo y sí el deseo de adquirir conocimientos sobre cosas y temas, no trascendentes, pero sí amenos y entrañables. Se vieron después en más de una ocasión, pero de esas posteriores entrevistas ya hablaremos otro día. Ramón Serrano G. Julio 2017

Consejos

Las gentes, y sobre todo los amigos, son y somos muy proclives a darnos y darse consejos, y todos lo hacen y lo hacemos, casi siempre, con la mejor intención aún a sabiendas de tres cosas: que no se van a seguir en un alto porcentaje de veces; que no siempre esas recomendaciones son las más adecuadas para el problema en cuestión y que, por tanto, en demasiadas ocasiones son merecedores de ser escuchados, por la más elemental educación, pero no de ser obedecidos. De cualquier forma, vaya este escrito como testimonio de agradecimiento hacia los amables consejeros, dado su aparente interés y buena voluntad. De este tema, como de tantos y tantos otros, se han dicho infinidad de cosas, unas amenas, otras interesantes, tanto por parte del pueblo llano como de los más renombrados personajes. Citaré tan sólo estas que siguen. Sócrates llegó a decir: -Mi consejo es que te cases; si encuentras una buena esposa serás feliz; si no, serás filósofo. El romano Tácito reconocía que cuando gozamos de salud damos fácilmente consejos a los enfermos. Por su parte, el gran Lope de Vega afirmaba: -No hay cosa más fácil en este mundo que dar consejos, ni más difícil que saberlos tomar. Y por último, tan sólo una alusión al gran número de ellos, y estos sí que eran todos sabios, que D. Quijote regalase a Sancho. Aquel de: - Come poco y cena más poco, que...; o ese otro: - No andes, Sancho, desceñido y flojo… Hablemos ahora de ellos que en sí, como todo el mundo sabe, son opiniones que se dan para orientar a alguien en un momento concreto a fin de que actúe de un modo determinado en un específico asunto. Suelen estar basadas esas sugerencias en la experiencia, mucha o poca, que sobre ese tema en particular tiene el aconsejador de turno, pero en ellas pueden influir, y de hecho lo hacen y con bastante trascendencia, varios condicionantes, que son a saber: La primera referencia va destinada a las personas que los dan (releamos la afirmación de Tácito), que suelen ser muchas y, de ellas la mayoría, hacen sus recomendaciones con la mejor buena fe. Pero también debemos tener presente que esas recomendaciones están, ante todo y la mayoría, preñadas de subjetivismo (cada una habla de la feria según le va en ella) y que ellos, como cada quien, tienen sus gustos particulares, una peculiar manera de tratar el problema, ya sea porque lo ven con un enfoque diferente, o porque cada persona aspira a dar el modo en el trato o un final a sus problemas, que no siempre es el mismo, tanto por importancia, urgencia, conformismo, etcétera. Y además, y esto no debe olvidarse, que el que conseja no paga. El siguiente problema que suele darse en la donación de las soluciones más convenientes, es el hecho de que el decidor esté lejos de ser una autoridad en la materia (en la mayoría de las ocasiones así es), por lo cual no está propagando un dogma y, sin saberlo, puede hallarse confundido y por tanto inducir al error al escuchante tanto en acción, como en omisión o pensamiento. Sin generalizar, que no sería lo correcto, está demostrado que el creíque y el penseque, son síntomas de tonteque. Por último acudiremos a otras descoveniencias que pueden favorecer o perjudicar en mucho el resultado final del consejo a dar. Son variadas y frecuentes. Así están aquellas sugerencias que se hacen, no para eludirlos en su totalidad, sino, únicamente, para evitar males mayores. Las que, con eficiente caridad, quieren sacar de su inopia al actor. Las que se tienen que realizar con premura pues cumple el plazo establecido para su realización, y es mejor hacer algo, aunque no sea todo lo bueno o eficiente que se quisiera, que quedarse mano sobre mano. Podría ir relacionando gran cantidad de acciones de esa condición, mas no es el caso, pero sí quiero insistir en que, aun cuando lo normal es que esas labores se hallen repletas de las mejores intenciones, ello no es suficiente para atestiguar que su obedecimiento sea el mejor camino a seguir por parte del aconsejado, puesto que hasta se han dado consejos, y demostrado está, en los que el consejero buscaba antes que nada, no el bien del otro, sino sus propios intereses. Recordemos al efecto la fábula de Samaniego que comienza de este modo: “Bebiendo un perro en el Nilo, al mismo tiempo corría. -Bebe quieto-, le decía, un taimado cocodrilo. Díjole el perro prudente: -Dañoso es beber y andar, ¿pero es sano el aguardar a que me claves el diente? ¡Oh, que docto perro viejo! Yo venero tu sentir en esto de no seguir del enemigo el consejo.” La solución es clara o, al menos, así me lo parece. Cuando hayamos de llevar a cabo alguna obra y no seamos duchos en el modo de hacerla, hay que tener muy en cuenta que es apropiado (y mucho, se podría decir) pedir consejo a persona que sea docta en la materia y de gran fiabilidad, hacerlo con el mayor tiempo posible, y exponer con absoluta claridad, y sin reserva alguna, los datos, condiciones y finalidad que nos guía. Tras ello, estoy seguro de que la persona a la que hemos pedido asesoramiento, pondrá a nuestra disposición, casi con seguridad, su mayor sapiencia. Pero también estoy seguro de que, estando convencidos de la bondad de sus consejos, luego nosotros actuaremos como nos venga en gana. Ramón Serrano G. Junio 2017

La felicidad

Para Conchi López Moreno, con mi agradecimiento por los trabajos tan bonitos que hace sobre mis poemas. La fiesta de la vida había cesado mucho antes del atardecer de sus días.- Rabindranath Tagore. Ya he comentado en alguna ocasión que los seres humanos somos hedonistas por naturaleza, y que la mayoría de ellos dedican, o mejor dicho dedicamos, una gran parte de la subsistencia a la conquista de la felicidad, y no quiero dejar pasar este momento para recomendar la lectura del maravilloso libro que, con ese título, escribiera Bertrand Russell. Pero volviendo a lo que hablábamos, diré que constantemente creemos tener derecho a que nuestra vida, en su totalidad, sea una fiesta, y que no deberíamos tener nunca desdichas de ningún tipo. Sin embargo es bien sabido que, por el contrario, la existencia, por corta o larga que fuere, está llena de incidencias de toda clase y condición, muchas de ellas naturales y bastantes otras muchas producidas por un uso indebido de nuestras actuaciones y conductas, siendo cierto que algunas de esas conductas las llevamos a cabo sin detenernos a estudiarlas y sin pensar que pueden tener un final poco agradable, las ejecutamos sabiendo que nos van a proporcionar, ineludiblemente, una gran compunción, una inmensa amargura. Y pese a ello las hacemos. Ahora, y tan sólo muy de pasada, nombraremos a las que sin ser malas esencialmente, a nosotros nos lo parecen porque interrumpen o lesionan nuestras apetencias. Por eso, repito, que es completamente absurdo que anhelando como lo hacemos el ser felices, llevemos a cabo tantos disparates, tanta badomía, y que lo hagamos deliberadamente y con el conocimiento de que con ello conseguiremos, si acaso una pequeña y pasajera dicha, pero, con seguridad, un seguro fiasco que nos ha de llevar, por ende, a una gran pesadumbre. Sin embargo, repito, lo hacemos una vez y otra. Pero vayamos al tema de fondo que me lleva a este escrito: la felicidad. El DRAE la describe como un estado de satisfacción espiritual y física, o la ausencia de inconvenientes o tropiezos. Sobre ella se ha dicho tanto, y por tan grandes autores, que venir a decir algo nuevo sería una necedad por mi parte, por lo que me limitaré a tratar de ir recordando ideas y recopilando opiniones. Básicamente se ha de pensar que el conseguir ser feliz se basa mucho en el concepto que cada quien tenga de ello, en la valoración y el conformismo, pues lo que para unos no tiene importancia, para otros es el súmmum de la alegría, y viceversa. Tampoco hay que ser demasiado exigentes para conseguir su alcance pues se corre el riesgo de no lograrlo. Recuerdo que Joaquín Bartrina decía: “Si quieres ser feliz, como me dices, no analices, muchacho, no analices”. O aquella frase que corría por estas tierras nuestras, y que afirmaba que un pobre se daba por contento con que le salieran las alpargatas buenas. Por igual se ha de tener presente que, por diversas razones, no todo el mundo es capaz de alcanzar la plenitud de las cosas que desearía, por lo que se ha de procurar tener únicamente aquello que se pueda conseguir con las condiciones que cada cual posea, ni un ápice menos ni una brizna más, pero con ellas, se ha de tratar siempre de alcanzar un estadio en el que las horas parezcan leguas, y que se esté deseando que no transcurran sabiendo que nunca se podrá volver a vivirlas. Eso sería en cuanto a la cantidad, pero en cuanto al modo, se debe procurar primeramente ser feliz en nuestro interior sin necesidad de tener que acudir para logarlo, y por obligación, a cosas y elementos externos que nos proporcionen ese estado. Digamos también que se debe, a toda costa, procurar hacer agradable la vida a los demás y poner el mismo empeño tanto en serlo nosotros, como en que lo sean ellos. Con un sentido anecdótico, traigo a colación dos opiniones sobre las maneras de alcanzar la felicidad. La primera de Freud, quien dice:” Sólo hay dos maneras de ser dichoso: hacerse el idiota, o serlo”. Otra es un proverbio chino que afirma: “Si quieres ser feliz un día, emborráchate; si quieres serlo tres días, cásate; si quieres serlo toda la vida, hazte jardinero”. Finalmente, quiero afirmar que no existe felicidad completa, como tampoco hay una desventura completa, hasta el punto que todo rato que nos sea placentero conlleva, ineludiblemente, algún sacrificio, que es posible que lo padezcamos gustosamente, pero que hay que hacerlo. Así, somos felices cuando invitamos a nuestro derredor a familiares, amigos, deudos y allegados, aunque luego, acabado el sarao y una vez idos todos ellos, seamos nosotros los que tenemos que fregar los platos, volver a colocar el mobiliario, pagar las facturas… Termino ya porque es este un tema inacabable, y lo hago primero refiriéndome a que, en el decir de muchos, la felicidad completa no existe en este mundo, por lo que debemos desear más que otra cosa, es que la desgracia no nos visite con regularidad. Y después, con la transcripción de una frase de Benjamín Franklin, a mi juicio maravillosa, en la que asegura que hay que ser comedido en nuestras aspiraciones, porque la felicidad ha de llegarnos, no con grandes golpes de suerte, sino con la consecución de pequeños deseos, tanto por su cantidad como por calidad. Ramón Serrano G Junio 2017