miércoles, 30 de enero de 2008

Los fuertes

Los fuertes
Ramón Serrano G.

Es completamente cierto que, a la larga, cada uno va obteniendo en la vida lo que en ella ha ido procurándose. Recordemos, para reforzar la idea, aquello de que quien siembra vientos recoge tempestades, que esos polvos traen estos lodos, que quien mal anda mal acaba y también el cuento de la hormiga y la cigarra, etc., etc. Es decir, que normalmente se suele conseguir aquello por lo que se ha luchado, y mucho más si se ha hecho con tesón y ahínco, con nuestro mejor y más leal saber y entender.
Y corroborando esta idea, ya dije en anterior ocasión que existe la causalidad y no la casualidad, o sea que algo pueda suceder sin una intervención intencionada. Parecerá raro y para demostrarlo alguno de ustedes querría, quizás, ponerme distintos ejemplos, como el de las enfermedades, por citar alguno. Es sabido que el tabaquismo es tremendamente nocivo para la salud, y que incluso causa la muerte en infinidad de ocasiones, pero sin embargo hay que admitir que aunque a nadie beneficia, no perjudica a todos por igual, sin que se sepa a ciencia cierta el porqué de esta discriminación muchas veces fatídica y siempre molesta. Y lo mismo que he citado las dolencias me podría haber referido a un sinfín de desgracias que acaecen a determinadas personas sin que estas hayan dado motivo, o ejercido acción u omisión alguna, para que eso ocurra. Aquí son tantos los casos que podría citar, que no merece la pena caer en esa minuciosidad.
Me dirán entonces ustedes, y casi con razón aplicando la lógica más elemental, que por qué a Lisandro le pasó esto y a Absalón no le ocurrió nada si iban en la misma barca, y que tal desgracia para uno y suerte para otro, se debió exclusivamente a la casualidad ya que no se vislumbra causa o razón aparente que lo provocara. O qué ocurre para que Polimio, que es una persona de gran valía y buen comportamiento, se vea correspondido con tanta ingratitud y, a veces tan reiteradamente, por las personas que viven a su alrededor. La respuesta correcta al misterio, ya está. Y echamos mano de la fácil, de la cómoda; que el azar existe, que tiene esas cosas y que no hay que darle más vueltas. Que es nuestro destino. Que todo está escrito.
Pero no amigos, no. La causa es otra y la adivinaremos a poco que nos fijemos en ello; con escaso interés que pongamos en adivinarlo, sabremos a qué se deben esas arbitrariedades, esos injustificados albedríos. Y se deben, sencilla y llanamente, a que todo es obra de la sapientísima naturaleza, la cual como sabemos se rige por unas reglas, a veces simples y complejas a veces, pero todas desarrolladas dentro de unos cauces completamente comprensibles. La naturaleza es muy sabia y normalmente da angustias a quien sabe soportarlas y pone problemas al que sabe resolverlos y dificultades a quienes son capaces de superarlas.
Porque aquí sí que se da, o suele darse, la relación causa efecto. Anda por ahí una frase, cuyo autor desconozco, que viene a decirnos algo así como que bienvenidos sean los tiempos difíciles, porque ellos sirven para la depuración de los mandrias y pusilánimes. Y vengo a referirme con esto a que todos conocemos casos en que la desgracia, sea del tipo que sea, enfermedad, economía, social, laboral, como ustedes quieran, viene a cebarse en alguien, que de ninguna forma lo merece, ni ha hecho motivos para ello. Sabido es por todos y cada uno de nosotros que Suetonio ha tenido un hijo con un síndrome de Down. Que Priscilo tiene a su esposa atacada fuertemente por el Alzheimer. Que el pedrisco arrasó la cosecha de Cebes y sin embargo no tocó a la de su vecino Simmias. O que Hemístocles perdió a su único hijo en un accidente.
Pues yo digo que no es casualidad, bien es cierto. Que el mal se lo ha enviado el dios del albur, sabedor de que quien lo ha recibido es persona capaz de soportarlo, de sobrellevarlo con hidalguía y prestancia, e incluso de vencerlo o de anular sus miserables efectos. El señor y distribuidor de la baraka conoce, y por eso los elige, que sólo los que son fuertes saben y pueden enfrentarse a las mayores calamidades. Porque es bien conocido que la voluntad de los fuertes se traduce en actos, y la de los débiles en descansos, y así, aquellos aciertan a poner los medios necesarios para triunfar en sus difíciles y personales contiendas. No hacen sino luchar, diaria e impenitentemente, hasta imponer su voluntad, sin resignarse al destino trágico que han recibido, que es lo que suelen hacer los débiles. Con una exquisita paciencia, que mucho importa la paciencia para vencer, lo llevan a cabo igualmente con rectitud, y hasta con belleza, para que quien está a su alrededor no note proeza en sus actos o magnificencia en sus acciones, aunque esos actos estén repletos de esas virtudes. Que al hacerlo, dan la impresión de que ayudar es un gran provecho para quien da la ayuda y no para quien la recibe. Que lo que están desarrollando es algo natural, pero nunca un episodio caritativo. Que todo puede superarse y nada tiene excesiva importancia. Y con ello logran hacernos ver que, con resolución y sin darle mayor significado, una extrema desgracia se puede tornar en un estado perfectamente llevadero y soportable.
Vaya desde aquí mi canto de loor, de alabanza y de gratitud, a esa legión de sufridores que, sin merecerlo, se han visto hondamente afectados por alguna desgracia y han sabido y saben, calladamente pero con un sacrificio casi heroico, luchar contra la adversidad, disimularla, y aún anularla en muchos casos.
¡Salve fuertes, yo os admiro!
Diciembre 2005

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 22 de diciembre de 2005

No hay comentarios: