viernes, 1 de febrero de 2008

La lección

La lección
Ramón Serrano G.

- Manuel, hoy me he acordado de ti. De tus dichos, de tu forma de ser, de tus costumbres, de todos tus modos y maneras, todos y cada uno de ellos tan afables, tan sencillos, tan correctos. Bueno, en realidad, me he acordado de ti hoy, y ayer, y antesdeayer, y hace tres días, y todos los días desde aquél fatídico dos de agosto en el que nos dejaste. Podría decir que tu recuerdo se ha convertido para mí en una obligación, si no como el comer o el respirar, sí como el leer o el pasear, cosas estas a las que suelo dedicar un buen rato durante todas las jornadas.
Y si todos sabemos que recordar es tener presencia en la mente de una cosa ya pasada, siempre que dicha cosa haya tenido una cierta trascendencia para el individuo que ejercita esta acción, no es raro deducir que yo habitualmente llene mi magín de multitud de vivencias compartidas contigo. Como antes te decía, pienso una y otra vez en tantas charlas, consejos, opiniones, momentos, que tuviste a bien el regalarme en los muchos ratos (hoy sin embargo me parecen pocos) en los que estuve a tu lado. Todos y cada uno de ellos han sido de una gran importancia para mí, y esto lo comprenderá cualquiera que te haya conocido, aunque en los momentos en los que se produjeron, yo no los valorara a veces en su auténtica medida. Pero ahora sí. Ahora los admiro y los traigo a mi memoria con inmenso e íntimo agrado.
Mira, yo sé perfectamente, que lo que no se convierte en recuerdo o no ha existido o su existencia ha sido baldía e infructuosa. Porque los hombres pasan pero los recuerdos quedan, como quedan las obras de los que hacen algo bien hecho. Hay casos en los que lo baladí parece que pudiese llegar a triunfar, pero al final se desecha y se olvida, que el ser humano desea conservar siempre lo trascendente. Poseer únicamente lo que es realmente valioso. Y si esto, por ley de vida o por cualquier otro motivo ya no puede tenerse, acudimos a la remembranza de lo perdido y así seguimos gozando, en lo posible, de sus virtudes. Como no está palpable ante nosotros, perdido el bien, nos queda la añoranza del mismo, y eso sí que nada ni nadie puede arrebatárnoslo.
Y con esa nostalgia, esa saudade, nos embarga una sensación altamente satisfactoria, pero sin embargo un punto agridulce. Agradable, ya que volvemos a vivir, con las mismas sensaciones que en su día sentimos, aquella palabra, aquel acto, aquel regalo, aquel instante, y con ello, nuestra alma se contenta. Pero al mismo tiempo, ese alma está enojosa, ya que nuestro corazón se siente lacerado, no ya sólo por la pérdida de lo querido, sino por no haber sabido gozar con él o junto a él, mucho más en el tiempo, largo o escaso, en el que lo tuvimos a nuestra alcance. Que suelen las personas que tienen un bien, o un alguien, o un algo muy valioso, pensar en que ese tesoro será eterno, que no se nos irá nunca, y no lo disfrutamos suficientemente cuando lo tenemos, dejando pasar demasiados ratos lejos de él, ausentes de su grata compañía.
Pero quizás tú, Manuel, con tu exquisita humildad, me preguntes que qué tenías, o qué hiciste, para que seas tan gratamente recordado. Yo – me dirás- no construí ningún gran edificio, ni hice descubrimiento alguno, ni escribí un libro, ni desempeñé cargo ostentoso, ni alcancé fortuna, ni realicé alguna gran hazaña. Y yo te digo, buen amigo, que si así piensas, lo haces igual que la mayoría de los humanos, que suelen rendir loa y tributo únicamente a los prohombres o a los grandes genios y figuras que hayan sido autores o protagonistas de algún suceso de renombre, mientras a los que logran esa al parecer sencilla pero difícil misión de cumplir su vida sin una falta, con una perfección cuasi perfecta, casi nunca se les reconoce ese mérito. Parece que ello no fuera trascendente y sí sencillo, pero son muy pocos los que lo logran.
Y en ese tributo de gloria se equivocan, que lo importante en la vida de cada persona no estriba en hacer sólo grandes cosas, sino que las que se hagan, sean de la categoría o tamaño que fueran, se hagan bien, que eso es lo que de verdad vale. Y tú, mi entrañable Manuel, todo lo hiciste bien y a conciencia a lo largo de tu vida, y de ello podemos dar fe tu familia, tus amigos, tus clientes, tus convecinos. Por aquella te desvivías. A nosotros nos tratabas con agrado y con afecto poco común. A los otros no diste nunca gato por liebre, ni hubo jamás engaño alguno en tus tratos comerciales. A los últimos les diste un buen ejemplo y testimonio de caballerosidad y de hombría.
Pues si te supiste comportar así de bien, que quien te conociera, mucho o poco, sabe que el mal, en sus múltiples facetas, no anidó nunca en tu ser. Si por otra parte fuiste serio y formal, mas para nada adusto o desabrido. Si tu comportamiento fue tan humilde y sencillo que nunca viose acompañado de alharacas, fanfarronadas o bullas, ahí tienes, mi querido amigo, el motivo de mi continuo recordatorio hacia ti, y que no es otro que la admiración y el aplauso para esa gran lección que nos diste a todos de cómo debe vivir su vida un hombre, sencillo, pero grande.
Y puesto que esa vida tuya ha sido, y nadie duda que lo ha sido, una lección magistral, una obra perfecta, sin logros espectaculares, pero sin la más mínima falta, no te extrañe, mi llorado amigo, que te haya recordado hoy, como te recordaré mañana, y pasado, y al otro….

Setiembre de 2006

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 8 de setiembre de 2006

No hay comentarios: