miércoles, 24 de marzo de 2010

Todo, no

Todo, no
Ramón Serrano G.

Paseábamos por el pueblo, cuando oímos a alguien saludarnos: - Se ve que lleváis mucha prisa esta mañana, porque no os habláis con nadie-. Reconocimos ambos la voz de inmediato y Luis se volvió contento:
-¡Argimiro, qué alegría! ¡Con el tiempo que hace que no nos vemos! No te daba yo por aquí a estas horas y con ese atuendo. ¿Qué haces?
La extrañeza se debía a que ese hombre que nos hablaba, estaba limpiando las calles y llevaba una ropa que le distinguía como empleado municipal. Algún tiempo atrás le había visto muchas veces conversar con Luis, para después contarme este, que Argimiro, vecino del lugar, había sido siempre un buen hombre, campechano y muy adinerado. Casado y con un hijo, su vida discurría tranquila entre la administración de sus cuantiosos bienes, su desarrollada afición a la lectura y una entrañable convivencia con sus vecinos. Y su gran afición a la caza, que ya se me olvidaba. Era raro, pues, verle ahora con esa ocupación y ese atuendo. -¿Qué había pasado? le preguntó mi amigo-.
-Pues que la vida da muchas vueltas, contestó. Abreviando, te diré que todo parecía ir bien en mi casa hasta que el 25 de noviembre de hace tres años la justicia llamó a mi puerta reclamando a mi hijo. Fíjate Luis, el mismo día en que Proserpina se encargaba de que se cumplieran las maldiciones de los muertos sobre los hombres. Lo reclamaban por muchos delitos que había cometido en el mundo de las drogas y por esa misma causa, pronto me enteré que tenía ingentes deudas contraídas con acreedores poco recomendables. ¡Y yo inmerso en esa “ceguera” que a veces padecemos los padres cuando no queremos ver que la vida de nuestros hijos no es la más adecuada! Pero el problema estaba allí, y era de gran envergadura. Viendo el cariz que tomó el asunto, y en evitación de males mayores, saldé con rapidez sus peligrosos débitos e, intentando salvarle, de inmediato me hice con los servicios de los más prestigiosos abogados. Hallé magníficos y honrados profesionales que se esforzaron cuanto pudieron, pero enseguida supe que no podíamos aspirar a una absolución sino, a lo sumo, a conseguir que la condena no fuese excesiva.
-En esas nos estuvimos mucho tiempo, prosiguió. Hoy un disgusto, mañana una mala noticia, al siguiente día otra mucho peor. Con ello yo estaba por los suelos y mi mujer, ni te cuento. Por otra parte, había gastado absolutamente todo cuanto tenía. Mucho, en conseguir buenos defensores, en costas, recursos, apelaciones y todo ese océano de legalidades. Y mucho más, en pagar unas deudas que yo sabía que no eran ni exactas ni correctas pero que los acreedores se encargarían de cobrar por medios poco ortodoxos. Estaba hundido física y anímicamente por lo de mi hijo. Por él lo había dado todo y todo lo había perdido. Entonces se me presentó el gran problema: ¿cuál habría de ser mi actitud en adelante? ¿Qué debería hacer? Ese era mi nudo gordiano.
-Durante mucho tiempo, continuó, debí beber néctar con nepente para calmar mi dolor y tratar de que se instalase en mí la amnesia; para obrar con ataraxia; para que el raciocinio que creo que siempre había tenido siguiera marcándome el itinerario a seguir.
-Vino a mi mente entonces un dicho inglés: throw out the bay with the bath water. Es decir, que no se debe tirar lo bueno con lo malo, o expresado de otro modo, no tirar al bebé con el agua sucia después de bañarlo. Como Lorca, “sentí borbotar los manantiales, como de niño yo los escuchara” y me pregunté: ¿lo había perdido todo? No, todo no, me dije. Me quedaban mi mujer y mi orgullo. Por ella haría todo lo que estuviese en mis manos con el fin de aliviarle la pena que la estaba destrozando. Por pundonor, me lanzaría de nuevo a la lucha como si tuviese veinte años, como si estuviera empezando de nuevo mi vida. Y eso, en realidad, es lo que estaba ocurriendo, que una vida nueva se presentaba ante mí. Con mayores dificultades, con muchos más aprietos, con innumerables impedimentos. Pero también con los arrestos necesarios para superar el difícil trance ante el que me encontraba. Y para demostrarle, no a la gente, que eso era lo que menos me importaba, sino a tu buen amigo Argimiro, o sea a mí mismo, que sería capaz de lograrlo.
-Me acordé de mi época de estudiante y me planteé el problema con detenimiento y concienzudamente. Pensé en marcharme a vivir a otro lugar, pero enseguida deseché la idea porque me gusta mi pueblo y porque no tenía de qué avergonzarme. Así que me puse a buscar un trabajo, el que fuese, con tal de que fuese honrado y digno. Y tú sabes bien que el trabajo es digno si con dignidad se hace. Pronto me llegó la solución. En el Ayuntamiento necesitaban barrenderos, y allí que me fui. Me contrataron, me pagan un sueldo justo y decente, y a esto me dedico hoy, con el mismo orgullo y satisfacción que antes administraba mi hacienda.
-Verás que sigo siendo el de antes, que de nada tengo que arrepentirme, y te digo que con el mismo agrado saludo a las gentes, aunque ahora algunos miren para otro lado para no verme. Ellos sabrán por qué lo hacen. Yo soy feliz porque poco a poco mi mujer va reponiéndose y porque mis amigos, tú entre ellos, siguen siéndolo. Sé que mucho peor podrían estar las cosas y tengo fe en que todo se irá solucionando.
-A la satisfacción de volver a verte, le dijo Luis, se suma la de observar que sigues siendo el de siempre. Cierto es que muchos, en un caso como el tuyo, lo hubiesen mandado todo al garete, mientras que tú supiste ver que era mucho lo que se había ido a pique, pero que no estaba todo perdido. Todo, no.
Y tan contentos, volvimos mi amigo y yo a nuestro paseo, mientras que Argimiro seguía con sus barreduras.

Marzo 2010
Publicado en "El Periódico" de Tomelloso el 26 de marzo de 2010