sábado, 2 de febrero de 2008

Homenaje

Homenaje
Ramón Serrano G.

Creo que son los pequeños hombres los que suelen hacer grandes cosas. Por eso, aunque tarde, que sé que hubiese debido hacerlo antes, quiero rendir hoy público homenaje a un hombre. A él y a los que como él obraron. La mayor alabanza que con mi humildad pueda, y lamentando que esta no llegue a todos los rincones y sea conocida por todas las gentes, no ya por la pequeñez de quien la tributa, sino por el enorme merecimiento de aquél a quien va dirigida.
Este sentido elogio va dedicado a Evaristo Quevedo Toribio. Bueno, ¿y quién era este señor?, me dirán ustedes. O ¿qué méritos hizo para merecer estas loas? Pues les diré que este pequeño, pero gran hombre, no construyó un edificio similar a las torres Petronas de Kuala Lumpur, ni realizó importantes estudios acerca del comercio del maíz y la obsidiana en la cultura maya, ni aportó conocimientos novedosos relativos a la cuantización de la energía. Su obra fue mucho más trascendente.
Quizás alguno de ustedes llegara a conocerle, pues vivió en Tomillares hasta casi los años setenta del pasado siglo. Yo conservo de él un vago recuerdo, y sé que fue un hombre típico de los de su tierra. No muy alto, cumplido de carnes, redondo de cara, serio de proceder, de hablador, lo justo, y trabajador a ultranza. Tuvo esposa, cuatro hijas y un hijo, una casa modesta y unas escasas viñas que le daban para vivir, aunque esos exiguos ingresos los tenía que complementar casi siempre como bracero del campo. Con ello se apañaba dignamente la familia y era feliz.
Algo más haría, pensarán ustedes, ya que eso que queda dicho está bien, pero no parece suficiente para honrarle públicamente. Efectivamente, algo más hizo y es ello lo que paso a proclamar y referirles. Digo que vivía satisfecho pero con el deseo de que su hijo llegase a tener unos estudios superiores, cosa que nunca habían podido tener ni él ni sus antepasados. Pronto se dio cuenta de que el muchacho respondería y a base de muchos esfuerzos y de numerosas privaciones, el hijo fue aprobando cursos, bachilleres primero, y universitarios después, hasta lograr una muy honrosa, pero sobre todo, muy gratificante titulación.
Se había logrado el propósito, que no era, en absoluto el conseguir que alguien de la familia ascendiera de categoría social, puesto que tanto él como los suyos, incluso el estudiante, se sentían a gusto en la que siempre estuvieron. Tampoco el asegurar para su hijo unos ingresos económicos, que se podrían haber conseguido de la misma o similar manera montándole un pequeño taller o comercio, que el tiempo y el ahínco agrandarían más tarde. Lo que movió a Evaristo a embarcarse en esta gran empresa fue que un heredero suyo accediese al saber. Que alguien de su estirpe adquiriese una cultura que ellos sabían que existía, pero que no poseían y apenas podían imaginar.
Y ese deseo, ese afán y ese logro, es lo que me lleva hoy a rendir homenaje al hombre que hizo cuanto pudo para que su hijo llegase al templo del conocimiento, cuando lo normal es que, al igual que la mayoría, lo hubiera destinado a tareas, tan nobles pero más humildes, como eran la poda y el arado. Este es el hermoso ejemplo que debiéramos seguir los humanos. Porque aunque los gobiernos u otras organizaciones dediquen parte de sus actividades a culturizar a las gentes, como los jefes de las familias no encaucen por esa vía a sus hijos, les inculquen los verdaderos valores, haciéndoles ver y elegir lo verdaderamente bueno, y abandonar aquello que siendo aparentemente atractivo, o dando beneficios inminentes, no tiene la misma valía, de no seguir esa ruta, digo, la humanidad no llegará a buen puerto. Eso es seguro.
No quiero dejar de pregonar que aun cuando al principio de esta loa afirmo que ella va dirigida a Evaristo, también es para otros muchos, como Nicanor Z, Lorenzo X, Julián Y, y otros muchos que, como aquél, tuvieron ese comportamiento tan acertado y tan generoso para con sus hijos. Y que casos como el descrito, no sólo se dieron en Tomillares, sino que ocurrieron además en Fermoselle, Cintruénigo o Carcagente, así como en otros muchos lugares que ahora no se me vienen al magín.
Para todos ellos va, aunque tardíamente, mi pequeño, pero sincero y, sobre todo, merecido homenaje.

Octubre 2007

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 5 de octubre de 2007

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