lunes, 28 de enero de 2008

La pelusa

La pelusa
Ramón Serrano G.

No es que yo crea que usted, o aquel señor que va por allí, o yo, seamos envidiosos. No, que a usted, o a mí, como dijera Ovidio, no nos parecen mayores las mieses del vecino, ni que su rebaño dé más leche. Lo que ocurre es que a todos viene a atacarnos a menudo esa pelusa de ver que nos falta algo, que quisiéramos tener lo que ese o aquél tienen, sin darnos cuenta de que si lo poseyésemos echaríamos en falta algo diferente. El ser humano siempre se halla insatisfecho de lo que es y aún de como es, mas como resulta tremendamente incómodo y laborioso el intentar cambiar, la mayoría nos hundimos en un conformismo tal vez absurdo, y demasiadas veces desaconsejable.
Por otra parte, se da la paradoja de que aunque nuestra alma tiene algún toquecito, mayor o menor, de egolatría, a lo que en realidad nos agrada dar el plácet es a la igualdad con nuestros semejantes, y más aún cuando es en el sentido negativo. Ya saben, aquello de: mal de muchos..... Pero como el desarrollo de este tema nos conduciría a metas no deseables, mejor será que lo dejemos estar quedo y callado.
Bueno que lo dejemos, pero no del todo, porque lo que voy a hacer es relacionar algo de lo que a mí me gustaría, y no ya porque ustedes lo sepan, que a la mayoría no le importará en absoluto, sino porque quizás alguno encuentre en mis gustos una similitud con sus anhelos. Observarán que mi envidia, como sé que es la de usted, o la de aquel señor, no es sino una especie de alabanza, una valoración en positivo de lo que otros tienen. Y así digo:
Que me gustaría ser de esas indescriptibles flores amarillas que son siempre las primeras que nacen en los campos y que son animadoras a que acudan otras igualmente bellas a alegrar también nuestra vista y nuestro ánimo. Son aquellas otras azules, rojas, malvas, blancas, y con las cuales el telar de la naturaleza teje con perenne rueca su policromo manto en primavera y hace estar de quínolas a liegos, prados, montes y cunetas. Y lo mismo que el cantú, la mostaza, el chapico, la aulaga, el mostajo, el árgoma, el tojo o la garaba saturan la campiña de todas las tonalidades imaginables de flavo, gualdo, ambarino, rubianco, jaldo o pajizo, incitando a otras a que las sigan, así quisiera yo dar color a la vida de mis semejantes.
Y cuando viese esas flores, en el tiempo en que los trigos empezasen a encañarse, me gustaría ser la avecica que, aunque aluego me matara el ballestero, pudiera ir cada alborada a decirle al prisionero que está preso en la torre, que ya no es la noche, que ya son los días, que llegada es la primavera, que este mayo ya mayea con sus calores, que fuerte y armoniosamente cantan las calandrias, que reciben de inmediato la bellísima respuesta de filomelas y lucinas, y que los enamorados se prestan, solícitos, a servir al Amor su mejores ofrendas.
¿Sabéis lo que hubiese deseado? Ser el trabajo que te hace madrugar cada lunes más de lo que quisieras y te hace ver que el sábado está en un lejanísimo horizonte inalcanzable. Lo que hoy te obliga, crees que te esclaviza, apura tus energías y tus horas, pero del que te hallas orgulloso cuando contemplas tu tarea bien realizada. Que a veces lo tomas como castigo, pero que en el fondo sabes que es uno de tus, a mas de irrenunciable, más dignos derechos, y con el que obtienes el pan de cada día. Ese pan que te supiste ganar con tu sudor y con tu esfuerzo
¡Ah! lo que me complacería igualmente ser el enorme tronco, metido en lo más hondo del hogar que hay en tu caseta, al borde del camino. Ese tuero que el fuego está empezando a reconcomer, pero al que aún no ha puesto rojo por entero, y que acabará dando estuosidad, como si fuera un vulturno, a los últimos años de tu vida. Ese leño que, por sus muchos años, tanto tarda en consumirse, que da pie al consejo del sabio rey Alfonso, ya que provoca viejas tertulias y conversaciones, que los viejos amigos gustan de mantener apurando viejos vinos.
Me hubiese apasionado ser mariposa con alas de extraordinaria y rara belleza......
O trovador que supiese sacar los mejores acordes de su mandolina.....
O luciérnaga que diese alguna luz en alguna noche de verano…
Pero, evidentemente, no estoy dotado para ello.
Febrero 2005

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 11 de febrero de 2005

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