jueves, 23 de abril de 2015

La Fontaine

Es Jean de La Fontaine el autor de la frase: “En cada hombre hay, en realidad, tres: quien él cree que es, quien los demás creen que es, y quien es en realidad”. O sea, que la eseidad de un individuo está siempre valuada desde diferentes prismas, que cambiará en los dos primeros casos según quien esté ejerciendo de observador (un poco lo de aquella expresión “campoamoriana”:..todo es según del color del cristal con que se mira) y se mantendrá estable y auténtica en el tercero. Y en esto que es claro y palpable, parece ser que nos fijamos muy poco, o quizás nada. Y acudo a la cita del magnífico fabulista francés del siglo XVII, porque, si quisiéramos hablar con sensatez, reconoceríamos que una de las cosas mejores que podemos hacer las personas es refugiarnos en los escritos que, a lo largo de todos los tiempos, han tenido la gentileza de regalarnos autores de la más diversa patria, estilo y condición, ya que ellos nos han enseñado la mayor parte de cuanto sabemos y han venido a decirnos en muchas ocasiones cosas tan evidentes, tan manifiestas, que cualquiera las podría haber advertido y tomado conciencia de ellas, pero que, sin embargo, no han sido percibidas por los individuos hasta que el pensador de turno, el autor de cada momento, nos las ha puesto ante nuestros ojos a través de sus convincentes obras. Pongamos algunos ejemplos -pocos- que certifiquen lo que acabo de exponer. Así, Platón decía: No dejes crecer la hierba en el camino de la amistad. Y Cicerón: Los hombres son como los vinos: la edad pone agrios a los malos y mejora a los buenos. O Rabindranath Tagore: Convertid el árbol en leña y arderá para vosotros, pero ya no dará más flores ni frutos. Y citaré por último la frase de un autor anónimo, o cuyo nombre desconozco, que asegura que: los árboles no nos dejan ver el bosque. Como podrás observar, querido lector, cualquiera de estos hermosos, y más que evidentes, pensamientos, se nos podrían haber ocurrido a cualquier ciudadano de a pie, pero, sin embargo, no nos percatamos de esas tamañas verdades hasta que las hemos visto escritas. Pero yendo al tema que nos ocupa hoy, y dada la escasez de espacio disponible, ha de bastarnos en principio con recordar que cada quien somos creyentes de que nuestro yo está en posesión de un conjunto de virtudes y defectos (muchas de aquellas y pocos de estos) que conforman nuestro modo de ser. Somos de esa manera, ¿quién lo va a saber mejor que uno mismo?, lo que ocurre es que los demás no pueden apreciar las interioridades de cada cual. Eso es lo que piensa la mayoría de sí mismo, y aunque hay gente “pa tó”, según Rafael el Gallo, esa mayoría suele -solemos- magnificar nuestros dones y minimizar nuestras tachas. Aunque esto, sin ser bueno, no es lo peor que habitualmente le sucede a una gran cantidad de individuos, los cuales hacen muy pocos esfuerzos, o no se motivan en absoluto en mejorar lo que tienen de positivo y en limar, si no en su totalidad, sí al menos en gran parte sus deméritos. Y esas anomalías demostradoras de egotismo que suelen acaecer en la propia valoración, se producen también, y habitualmente, en el enjuiciamiento ajeno hacia otra persona. A veces, algunas veces, el veedor tiene razón, pero otras, piensa que sabe cuál es la personalidad del prójimo tan sólo por algunos detalles aislados, y eso hace que esté profundamente errado. Esa es una de las muchas causas que provocan esos yerros, que forjamos una idea de la manera de ser de alguien, sin detenernos lo suficiente en analizar sus obras y las causas por las que las ha llevado a cabo, quedando decir por último que otra razón, y quizás esta sea la peor, es que en nuestra evaluación nos dejamos llevar de modo exagerado por el grado de simpatía o rechazo que sintamos por él. Si hay empatía, todo serán loas, mientras que si le tenemos animosidad, todo serán diatribas. Nos queda sólo, entonces, la tercera posibilidad. Aquella en la que se muestra la verdadera eseidad de un individuo, vista esta objetiva y no subjetivamente. En ella se puede observar su auténtica forma de ser, que suele ser, a veces, muy distinta a la que parece indicar su manera de obrar en puntuales momentos. Recordemos a nuestro ínclito existencialista Ortega y Gasset, que dice: Yo soy yo y mi circunstancia. El tiempo, el lugar, el mundo que rodea a una persona y que le lleva a actuaciones muy diferentes a las que hubiese desarrollado un contexto distinto al que se encontraba en el momento de llevar a cabo sus obras. Aunque no se debe olvidar que esta perspectiva coyuntural, es utilizada a veces por algunas personas para justificar su comportamiento. Efectivamente, cada hombre es como es y no como dicen de él o como él dice ser. Y en esto, como en muchas otras ocasiones, y tanto si uno habla de sí mismo, como si es otro el que lo hace de él, se deberán seguir siempre las indicaciones de mi admirado Antonio Machado, cuando afirma: “¿Tu verdad? No, la Verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela”. Ramón Serrano G. Abril 2015