jueves, 4 de agosto de 2011

La hucha

La hucha
Ramón Serrano G.
Para María, mi españholandesita.

Mi querida María: Como no sé si llegaré a verte grande, cuando ya te hayas hecho una mujer, pues mis años van siendo muchos y quizás no tarde demasiado en irme con mi amiga “La Flaca”, hoy que acabas de nacer te escribo estas líneas por si deseas conservarlas y leerlas cuando seas mayor. Ya quisiera saber escribir como Velthuijs, o como Juan Ramón, pero habrás de conformarte con las pobres líneas de este aficionado.
Verás. Hace muchos años, en la época en la que yo era un niño, estaba muy extendida la costumbre de ahorrar, cosa que, lamentablemente, ahora ya no sucede. O casi. Hoy en día la gente gasta y gasta, a veces más de lo que tiene, sin pensar que luego han de venir los años de las vacas flacas. ¡Ah! ¿Que no sabes qué es eso de las vacas flacas? Bueno, pues es una historia muy interesante que está escrita en el “Génesis”. Ya la leerás a su debido tiempo. Continúo. La mayoría de las gentes solía guardar un tanto de lo que tuvieran, ya fuese mucho o poco, para que si algún día hubiese escasez, poder disponer de algo y no tener una indigencia absoluta.
Así hice yo con el cariño. Fui atesorando todo el que pude en una hucha grande, grande, een grote spaarvarken, y aunque les di casi todo el que tenía a tu padre y a sus hermanos, una noche de diciembre, bien me acuerdo, arrebujado en las mantas para evitar el frío, me dije: -No des a tus hijos todo el amor del que dispones, porque, con gran probabilidad, estos tendrán a su vez descendientes y a ellos has de entregarles también una buena cantidad de inhesión. A eso me atuve, y, por eso, seguí ahorrando y ahorrando, condesando cuanto cariño pude en la alcancía de la que antes te hablé. Y cuando empezaron a llegar, primero tus primas, luego tus primos, y después tu hermano, ya había hecho yo acopio de otra enorme cantidad de querer, que pude ir distribuyendo entre ellos seis a partes iguales. Y me sentí muy feliz, porque has de saber que no hay afecto comparable al de un abuelo para con sus nietos. ¡Ojalá llegues a comprobarlo algún día!
Entonces pensando que no tendría más, me vi libre de la obligación del ahorro cariñoso, pero recordando que donde hay yeguas potros nacen, volví a ahuchar de nuevo. Y mira por dónde, ahora has venido tú, mi pequeña medio españolita, medio holandesita, emergiendo como una Venus Anadiomene, a saturarnos de alegría y a ilusionarnos de nuevo con tu recién estrenada vida. Y hablo en plural porque me estoy refiriendo, en eso de la satisfacción, no sólo a mí, sino también a tus padres, demás abuelos, tíos y tus cinco primos. Y a Maxi, al que ahora también le gustas porque te ve pequeñita y tierna, pero cuando crezcas, quieras coger sus juguetes y vea que a veces te van a hacer a ti más caso que a él, estoy seguro que se va a mosquear un tanto y alguna vez que otra os pelearéis. Cosa de poco, por supuesto. De cualquier modo, y antes de continuar, he de contarte un secreto que debemos guardar entre tú y yo. Escucha, de todos los que antes he citado, absolutamente de todos, no hay nadie que te quiera más que el abuelo Ramón. Igual, varios, o todos, pero más, seguro que ninguno.
¿Y por qué es esto?, me preguntarás. Y te contestaré diciendo que, aunque no debes hacerme mucho caso, porque mi saber es corto y grande mi ignorancia, sí sé que hay por ahí un aforismo que dice que el cariño entre dos personas es inversamente proporcional al tiempo que ellas pueden pasar juntas. Entonces, como por ley de vida no puede ser mucho el tiempo que vivamos tú y yo a la vez, he de sacar con la mayor presura el amor que tengo atesorado en mi hucha, y he de aprovechar ese escaso espacio temporal, para, en él, dártelo, e igualarte en amor a tus Serranitos predecesores. Esa es, al menos, mi intención. Aunque he de decirte que, a lo largo de tu vida contarás con mi admiración. Con la mía y la de todos, pues sé que en verdad tú serás, y encontraremos en ti, a la mujer completa. A la Eshet Jayil, de la que habla el libro de los “Proverbios”.
Por último, y a sabiendas de que aún siendo tan pequeñita ya me estarás oyendo, quiero decirte unas cosas que no sé bien cómo llamarlas, ya que tienen la mitad de deseo y la otra mitad de ruego. Son tres. Y, para conseguirlos, has de recordar que: Ut dessint vires tamen es laudanda voluntas.(Aunque falten las fuerzas, se ha de valorar siempre la voluntad).
Me gustaría, primeramente, que atiendas y sigas el consejo de tus padres. De ambos. Por raras y fastidiosas que sus sugerencias puedan parecerte a veces. Piensa que a nadie encontrarás en esta vida tan dispuesto como ellos a darte cuanto tengan, a librarte de todos los males que puedan o pudieran angustiarte, y a conducirte por los mejores caminos que haya (y fíjate que no digo los más cómodos) para que logres lo mejor.
Es la siguiente, que vayas a la Universidad y que de ella salgas triunfante. Que seas una buena estudiante, como lo fue tu padre. Pero no olvides lo que tantas veces se ha dicho: más importante es que la Universidad pase por ti, que tú pases por ella. Imbúyete de su espíritu y vívelo. Yo, que soy consciente de las escasísimas probabilidades que tengo de llegar a verlo, si sé, a ciencia cierta, que no me defraudarás en esto.
La final, y tan importante como las anteriores, es que sea tu propósito, y alcances a lo largo de tu existencia, el aurea mediocritas, aquella que propugnaba el insigne Horacio, ya que con ella, sé que conseguirás el inmenso bienestar que te deseo.
Con estos tres logros llegarás a ser una gran mujer y accederás a la felicidad. Estoy seguro. Pero, para ayudarte, quiero citar al gran Oscar Wilde, tu entonces tercer compatriota, cuando dijo: “Con la libertad, las flores, los libros y la luna, ¿quién no será perfectamente feliz?” En la confianza de que esto será así, deseo hacerte saber por último, mi queridísima españholandesita, que tu abuelo español te ha recibido con todo el júbilo que es capaz de albergar su ya viejo corazón.

Agosto de 2011

1 de agosto de 2011.