jueves, 29 de octubre de 2009

El hórreo

El hórreo
Ramón Serrano G.
Para Alfonso. R. M., un asturiano de Llanes afincado en Tomillares.

Una de las mayores satisfacciones que nos podemos proporcionar es visitar cualquier lugar de nuestra bellísima España, pues pocos países hay en el mundo que tengan tanta diversidad y tanta maravilla como el nuestro posee. En todos los aspectos: paisajes, cultura, monumentos, gastronomía, lo que ustedes quieran, lo tenemos a montón en todas las regiones y provincias. Así que hoy, si gustan, les invito a que me acompañen a un muy somero, pero deleitoso, viaje por Asturias.¡Qué guapiña yes!
Y del Principado, aun a sabiendas de que es precioso en su totalidad, desde Castropol a Colombres, sólo me voy a ocupar de algo que me llamó poderosamente la atención la primera vez que lo vi. Es un mueble, aunque nadie lo diría pues parece una edificación: lo conocemos como hórreo. Sí, me estoy refiriendo a esa construcción del norte hispano, consistente en un granero de madera o piedra que se eleva del suelo mediante pilares o “pegollos”, los cuales terminan sosteniendo unas placas o ménsulas, los “tornarratos”, colocados para impedir el acceso de los roedores. Con una escalera o “patín” separada un tanto del piso; la puerta principal orientada siempre al sur o al este, y otra opuesta a ella para favorecer la ventilación interior, que se consigue de ese modo y con las ranuras de las paredes.
Su uso principal es el almacenamiento de aperos de labranza, pero sobre todo, de maíz, fabes, patatas, grano, etc., aunque también se hayan llegado a utilizar hasta como dormitorio. Pero principalmente en ellos, y defendiéndose del orbayu, se hacían labores agrícolas como esfoyar (desprender las hojas al maiz) o esbillar (descascarar los frutos secos). Recordemos que los hórreos tienen cuatro patas o pilares, y que a los de seis, u ocho, se les llama paneras. Todos son tan hermosos que me pasaría un día entero describiéndolos, desde los “pilpayos” al “canta paxarinos”. Qué bonito aquello de: “Paxarinos que vais cantando, decidle a ella,…”.
Quiero aclarar, por último, que califiqué antes al hórreo como mueble sencillamente porque lo es. Desde luego no es un inmueble, y el poseerlo, no conlleva a su propietario al pago del I.B.I. Por otra parte, en su primitiva construcción no se utilizan clavos metálicos de ningún tipo, lo que permite armarlo y desarmarlo con relativa facilidad. Y, de hecho, muchos han sido transportados de un sitio a otro.
Un buen día, contemplando uno de ellos, alguien me sorprendió diciéndome cómo lo había definido el gran maestro Ortega y Gasset. Y yo, pese a mi escaso caletre, pero pensando que de sabios y de viejos es bueno aconsejarse, comencé a filosofar sobre lo que venía a representar la figura del hórreo. Entonces imaginé a los antiguos astures ideando el modo de poder conservar lo mejor posible aquello que tanto les había costado conseguir y que más tarde habría de servirles de sustento. Lo tenían todo en su contra. El clima, húmedo y frío. Las tierras, montañosas y poco productivas, aunque muy valedoras para llindiar vaques y elaborar sidrina. El entorno, muy arbolado, capaz de cobijar cantidad de roedores y alimañas, ávidos de alimentarse con lo ajeno. En verdad que había muy poco en su favor. Pero supieron lograrlo.
La trabajosa forma de vivir de los humanos había sido desde siempre de ese modo y posiblemente lo sea también ahora: luchar lo tantas veces dicho, y lo indecible, contra las inclemencias del tiempo y frente a los depredadores y bicharracos de todo tipo para poder conseguir la subsistencia, la manduca, la vida decorosa. Y luego, y puede que esto fuera lo más importante pese a lo mucho que costó ganarla, poderla conservar para cuando fuese menester. Los viejos aprendieron a costa de tiempo, de sudor y de sufrimiento. Y diéronse cuenta pronto de que hay que saber ganar, pero que por igual hay que saber guardar. Vinieron en recordar el sueño de José, hijo de Jacob, tal y como se relata en el Génesis, 41, donde dice que a la abundancia sucede la escasez y hay que estar preparados para ella. Es aquello de las vacas y las espigas flacas, y la entrega de un quinto de lo cosechado para poder soportar después los períodos de poqueza.
Pero no siempre el hombre ha actuado con esa cordura, sino que ha sido proclive en dilapidar lo conseguido. Muchas de las veces pensó que quien gana cien puede ganar doscientos, sin recapacitar en que las fuerzas, las posibilidades y las circunstancias que han de darse para obtener un beneficio no son siempre fijas. Porque es más que sabido que el camino hacia la riqueza y el bienestar depende de dos condiciones: el trabajo y el ahorro. Pero si fallare alguno de estos, ese camino se torcerá, se llenará de abrojos y tríbulos y se dirigirá a la pobreza.
Miré de nuevo al hórreo, y aunque arcaico en apariencia, volvió a mostrárseme, firme, hermoso, tal vez algo tosco, pero seguro y eficaz. Y también de nuevo recordé lo dicho sobre él por el filósofo Ortega: “Un hórreo no es sino el templo de una religión muy vieja, donde lo fuera todo el dios que asegura las cosechas”.

Octubre 2009
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 30 de octubre de 2009