jueves, 9 de octubre de 2014

¡Hola, viento!

-¡Hola, viento! Ya veo que, por estas fechas, estás de nuevo aquí como es tu costumbre. Perdona, sin embargo, que no te llame amigo, pero tengo que decirte que cada vez que regresas es para mi disgusto. He de reconocer que eres puntual, como un enamorado, aunque sabes perfectamente que tu presencia no es agradable, ni benefactora incluso, para muchos. Eres impetuoso, irreflexivo, violento a veces, amén de que también ya sueles venir frío, molesto y desapacible. Compréndelo. En marzo, al menos, y aunque fuerte, muy fuerte en ocasiones, eres beneficioso al ser portador de muchas vidas. Y sin embargo ahora, en el otoño, a más de a las hojas secas, eso que parece tan poético, te llevas las palabras, a muchas personas y a otras muchas, como a mí, y como a bastantes otros, nos haces sentirnos incómodos y molestos en grado sumo. Pero tú eres ... como siempre fuiste, ya seas Boreas, Euro, Austros o Céfiro. Te conocían los griegos como servidor de Eolo, pero no el Eolo hijo de Helén, ni el de Poseidón, sino el hijo de Hípotes, único señor vuestro, con poder absoluto sobre vosotros, que os tenía encerrados y os gobernaba con un absoluto poder, apresándoos o liberándoos a su antojo, pero con gran cuidado, ya que los vientos, tú y tus hermanos, en estado libre, y a vuestro albedrío, podíais, y podéis, causar grandes trastornos en el cielo, muchos daños y mutaciones en las tierras, y bastantes perturbaciones en las aguas. Tenéis esa capacidad desde siempre. Pues mira qué bien. Lo que no sé, siquiera, es cómo te saludo, ya que para mí eres causa inevitable de un malestar físico, y sobre todo anímico, que tolero difícilmente. Y no soy el único. Cuando tienes más intensidad que el céfiro, y te presentas silbando y arrastrando, como antes ya te decía, hojas secas, -afortunadamente por estas nuestras latitudes no alcanzas nunca la categoría de huracán- produces en muchos de nosotros un malestar característico. Invades, arrastras, arrollas cuanto coges. Si puedes, no respetas hueco ni rendija que halles a tu paso, para luego, alejarte con tu silbante sonar, ese que a pocos gusta y a muchos amilana. Y, al menos a mí, este aludido, o incómodo, desasosiego sólo me lo ocasionas tú, ya que tu, a veces, compañera la lluvia, cuando viene sin ti, es un fenómeno agradable, sensual, cautivador:”…monotonía de la lluvia tras los cristales” que dijera el insigne Machado. Me, nos, ilusiona a muchos enormemente gozar de ese agua de lluvia, a veces fina y nunca sucia, que limpia calles y tejados, y que pone morriñosa el alma de quien se halla lejos de su tierra o de sus seres queridos. Hay sitios y ocasiones, todos los sabemos, en los que las gentes están cansadas de ver la lluvia caer. Pero yo puedo decirte, de todo corazón, que nunca me ahité de eso, como tampoco lo hice de ver las olas llegar, o de pasar los días. Pero volvamos a ocuparnos de ti, y esta vez no para seguir hablando mal, ya que incluso llegaré a elogiarte. Porque también tienes tus virtudes, ¡cómo no ibas a tenerlas! Luego te las diré, aunque pienso que tú, como todos, estás más pagado de ellas que de tus carencias. Hablaré, en primer lugar, de tu sinceridad. Eres claro, simple, bruto incluso, pero franco, sin dobleces ni engaños. Anuncias tu llegada y se te ve venir desde lejos, y más en nuestras llanas tierras en las que no puedes embocarte, ni encajonarte, y te presentas ante nuestras propias barbas haciendo gala de tu poderío, que tratas, nunca de disimular, sino, por el contrario, de enaltecer. Te presentas bruscamente y topas con todo aquello que se te ponga por delante. Y debió ser que, al conocerte, alguien dijo aquello de si no puedes vencer a tu enemigo, únete a él. Por eso, y también por tu desinteresado esfuerzo, muchos te utilizaron desde tiempos inmemoriales para sus desplazamientos marinos, montando sobre sus cascarones, hasta entonces movidos a remos, unas velas -cuadradas unas, latinas, otras- sobre las que soplabas, aunque, a veces, sólo cuando te venía en gana. Y más tarde, otro alguien, aunque esta vez localizado en tierras holandesas, comprendió que el hombre no podía vencer ni eliminar al viento, pero sí que podía construir molinos para aprovechar su inmensa energía. Y, valiéndose de ella, que tú tienes muchos defectos, pero entre ellos no está el de ser ruin, o cerracatín, para extenderte y regalar tus fuerzas, construyeron infinidad de estos aparatos para la molienda. De varias formas y en muchos lugares. Por su aspecto, y bien lo sabemos los que en estas pardas tierras de La Mancha vivimos, pudiesen parecer gigantes dispuestos a mover más brazos que los de Briareo, aunque, en realidad, lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas al viento, hacen andar la piedra del molino. Es por eso, Viento, que aunque personalmente no te tolere, no me duelan prendas al proclamar tus virtudes, que serían mucho más provechosas si, la mayoría de las veces fueses menos brusco y un poco más comedido en tus actuaciones. Unos atributos que no son sólo los enumerados anteriormente. Además, sacudes a todos los árboles sin distinción de especies; eres favorable, aunque únicamente para quien sabe a dónde va; y tienes consciencia de que el pesimista se queja de ti, el optimista espera a que cambies y el realista ajusta las velas. Y para que veas que, en el fondo, no te quiero tan mal, he dejado para el final lo mejor que se puede decir de ti y que es aquello que se dice de beber los vientos por otra persona. Porque yo te aseguro que lo mejor que le puede suceder a aquél, o a aquélla, es que alguien esté bebiendo los vientos por ella, o por él. Ramón Serrano G Octubre 2014