sábado, 2 de febrero de 2008

La moda

La moda
Ramón Serrano G.

Si hay algo que ya no se lleve en estos comienzos del siglo XXI, algo que a casi nadie le guste hoy, eso es lo clásico. Es decir, aquello que se adapta (o se adaptaba antiguamente) a las normas consideradas como modelo de perfección. A fuer de ser sinceros, nos guste o no, hemos de reconocer que lo tradicional está pasado de moda. Bien es cierto que la citada moda, no es sino un gusto general de la gente por escoger, en un época determinada, unas costumbres y usos en cualquier aspecto de la vida, como puede ser en el vestir, en las artes, en la construcción, en el mobiliario etc., etc., y digo además algo que todos ustedes saben muy bien: que esa moda ha sido siembre cambiante y tornadiza, circunstancias que le son consustanciales e inherentes.
Es innecesario recordar cómo a lo largo de los tiempos se han ido modificando, en todas las tierras y en todas las culturas, los hábitos de sus ciudadanos, hasta el punto que podríamos afirmar que esas costumbres forman el tupido tapiz en el que se entreteje la vida. Y también hasta tal punto esto es así, que ya en el Derecho Romano, y creo que aún antes, las costumbres se aceptaban y se cumplían como leyes. Pero esos cambios, antes aludidos, se han visto constantemente determinados por varias características y condiciones muy significativas.
En primer lugar las alteraciones en los usos siempre han sido nimias, para nada bruscas, han ido apareciendo tímidamente, o sea que las mutaciones eran poco perceptibles y escasamente rompedoras con lo anterior. Luego observamos cómo las tendencias iban llegando con procedencia del país que dominaba el mundo en cada instante, de tal modo que aquél no sólo extendía su poderío a lo político, a lo militar y a lo económico, sino además a la forma de conducirse y comportarse social y culturalmente. Veremos después cómo la moda ha influido notablemente en la conducta de las personas, aunque, como es natural, de muy diversas maneras. Y no podemos dejar de decir, sin temor al equívoco, que ha sido poderosa, ya que ha impuesto sus normas que han sido seguidas de forma casi general.
Pero quisiera aclarar que quizás no esté bien expresado lo de en forma general, ya que cabe recordar que ha habido constantemente distintas posturas ante la llegada de lo innovador. Están por un lado los misoneístas, o sea aquellos que tienen auténtica aversión a lo novedoso y que se parapetaban férreamente tras lo antiguo. Frente a estos aparecen los seguidores del esnobismo, pobres horteras, que, por aparentar ser distinguidos y principales, se apuntan a las nuevas maneras sin que estas les resulten naturales y apropiadas. Aparece, por último, un grupo, que siendo permeable a las tendencias actuales, las acepta siempre que no se distancien en demasía de lo clásico. Pero de ellos, conjunto selecto a mi entender, hablaré más adelante. Digamos, igualmente, que hay fogonazos, destellos, parvas actitudes que no llegan a alcanzar la categoría de moda por su fragilidad y su corta duración. Por ese motivo, y si me lo permiten, una vez citadas, no ahondaremos más en su desarrollo.
Y ocupándonos del tema inicial de este escrito, quisiera declarar cómo la llamada moda clásica, está en estos momentos obsoleta y abandonada por la gran mayoría, Creo que estarán conmigo, al menos los que ya no son jóvenes, que en anteriores tiempos lo que privaba era desenvolverse dentro de unas coordenadas pertenecientes a una época de gran esplendor, o dicho de otra manera, se gustaba de acogerse a las creaciones del alma humana en las que predominaba el equilibrio y la razón por encima, y por el contrario, de la pasión o la exaltación. Todo el mundo admiraba aquello que estaba encuadrado dentro de unos parámetros prefijados por la armonía y el orden, y se hacía porque suponía estar inmerso en lo que se consideraba adecuado, elegante, en una palabra, clásico.
Pero hete aquí que a mediados del pasado siglo, más menos, se produce una revolución en los gustos de las personas, alentada por un gran número de personajes (artistas, modistos, escritores, etc.) que empiezan a romper con todos los moldes establecidos de aquello que se consideraba hasta entonces asentado y tradicional y comienzan a imponer unas normas avanzadas y renovadoras, ya que ven en ese cambio un mundo lleno de posibilidades de triunfo. Y así es, porque en el espacio de muy pocos años, esos nuevos dictámenes son seguidos por infinidad de seres que, o bien hartos de lo tradicional, o bien ávidos de lo novedoso, cambian sus gustos y sus externas manifestaciones de todo tipo.
Para nada quisiera meterme a juzgar cómo son las actuales novedades, pero sí he de manifestar públicamente que mis gustos son muy otros y que se ajustan más a lo secular y, si alguno de ustedes prefiere llamarlo así, a lo arcaico. Yo desde luego no voy a emitir opinión calificativa alguna sobre lo actual, e incluso admitiré el dictamen de aquel que venga a decirme que lo clásico se ha quedado claustrero. Pero sí he de decir, porque así es y así lo siento, que prefiero la pintura de Sorolla o la de Solana, a la de Barjola o a la de Tapies. Que más me satisface una escultura de Benlliure, que una de Henry Moore. Que leo con más gusto a Galdós o a Sampedro, que a Umbral o a Dan Brown. Que más me agrada una construcción de Juan de Villanueva, o de Gaudí, que una de Calatrava o de Bofill. Que elijo antes un diseño de Dior o de Saint Laurent, que uno de Dolce y Gabanna o de John Galliano.
En una palabra, que antes prefiero vestir un traje de raya diplomática, o un príncipe de Gales, o una chaqueta de tweed, que cualquiera de esas prendas “jeans”, o esas otras funcionales y despreocupadas, que son apropiadas tanto para una cita de negocios como para el tiempo libre y que hoy en día inundan los escaparates de todas las ciudades. Pero, igual que a mí, estoy seguro que le pasa a alguno de ustedes, aunque tenemos que reconocer que estamos en escandalosa minoría. Lo clásico ya no se lleva, aunque a nosotros nos siga gustando. Puede que seamos un poco carrozas.

Julio de 2007

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 20 de julio de 2007

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