sábado, 12 de abril de 2008

Souvenirs

Souvenirs
Ramón Serrano G.

Aun cuando ya me he referido en alguna ocasión a las acordanzas, (léanse mis artículos en este mismo periódico del 14-01-05 o del 2-12 del mismo año), vuelvo a tocar hoy este tema, aunque enfocándolo desde un prisma muy distinto, y por tanto refiriéndome a otro tipo de recuerdos.
Empezaré, para ello, por decir que una de las muchas cosas en que ha cambiado la vida actual, comparándola con la de hace, digamos, cien años, es la posibilidad que hoy en día tienen la mayoría de las gentes para viajar y la realización frecuente de ese hecho. Antiguamente una gran cantidad de humanos entregaban su alma en el mismo sitio donde habían visto la luz por primera vez, sin que el espacio de tiempo que había mediado entre ambos eventos se hubiesen movido de su lugar natal o a lo sumo habían llegado a algún pueblo o aldea limítrofes. Sabido es que muchos hombres la única salida de su patria chica que hacían a lo largo de su vida era por la obligatoriedad del cumplimiento del servicio militar.
Hoy, afortunadamente, esto ya no es así y cualquier persona de diferente edad, clase o condición, se mueve con relativa frecuencia por muchos de los vericuetos y rincones del ancho mundo. Refiriéndome estoy, creo que es evidente, no a quienes tienen que viajar por causas laborales, que esos suelen llevar el tiempo justo para desarrollar su trabajo, sino a los que lo hacen por asueto. Facilitan estos ociosos desplazamientos actuales los medios de transporte que hay para hacerlo, ya sean públicos o privados, las disponibilidades económicas de los individuos y también la labor social que para ello, desde hace algunos años, están llevando a cabo los distintos gobiernos tanto nacionales como regionales. Y quiero aprovechar esta alusión para rendir testimonio de aplauso y agradecimiento a ese quehacer de las Administraciones, por lo mucho que tiene de beneficioso.
Bueno, pues hete aquí, que hemos salido de excursión, larga o corta, y que ya hemos llegado a nuestro lugar de destino. No nos importa en este caso ni los medios mecánicos o económicos que hemos utilizado, y tampoco si ya conocemos con anterioridad, sea poco o mucho, nuestro lugar de esparcimiento. Lo que sí nos interesa es referirnos a las ocupaciones a las que se suelen dedicar los excursionistas, y que podemos dividir en tres apartados.
El primero, y desde luego el más plausible, es el que engloba a aquellos que, llegados a destino, se dedican más o menos afanosamente en contemplar, disfrutando con ello, paisajes, monumentos, edificios, museos, iglesias, parques, o cualquier otro lugar que la naturaleza o el hombre hayan creado y que les sirva de recreo y esparcimiento del alma, así como de aprendizaje de algo nuevo o corroboración de lo ya conocido. A más, gustan de descubrir usos, costumbres, idiomas, comidas, fiestas o celebraciones características y peculiares del paraje elegido. Su ansia de saber es grande y llenan satisfactoriamente su espíritu con conocimientos nuevos y foráneos.
El segundo lo forman aquellos que cuando cogen vacación, son fervorosos practicantes del dolce far niente. Bueno, en realidad, estos lo suelen ser cuando tienen descanso y cuando no, así que, si pueden, les encanta estar en decúbito (tanto les da que sea prono como supino) y ahí se las den todas. Pero a estos, una vez citados, abandonémoslos, pues no merecen atención.
El tercero es sin duda el más numeroso. Muchos, la mayoría, van a donde sea, al sitio más extraño y pintoresco, pero lo suelen hacer influenciados por una serie de razones hueras aunque, quizás, la más importante sea porque hoy está de moda hacerlo. En primer lugar para presumir después de que se ha estado en este y en aquél lugar, y después para hacer las compras correspondientes que más tarde servirán como prueba irrefutable del viaje. Les interesa poco ver y conocer lo hermoso y admirable de una región extraña. Lo que sí les importa, y mucho, es que su entorno sepa que les gusta viajar y que lo hacen ya que tienen posibilidades para ello.
Por estas razones, al llegar a destino, dedican de inmediato su tiempo a adquirir souvenirs, muchos souvenirs, para familia, amigos, o para ellos mismos. Y en esas adquisiciones malgastan lastimosamente su tiempo y su dinero. Pero eso les da igual, ya que les es imprescindible venir cargados como acémilas con algunos objetos absurdos, eso sí, muy monos, pero que tarde o temprano acabarán arredrados en algún cajón. A este respecto, recuerdo perfectamente que en la primavera de 1974 hubo una excursión a las Islas Canarias, cosa que por aquellos entonces era poco común y muy atractiva. Y sé de quienes se volvieron a la península después de siete días sin haber visto el Roque Nublo, o los Jameos del agua, o el famoso drago de Icod de los Vinos. En realidad les hubiese gustado, pero consideraron más interesante dedicar sus jornadas, desde que salía el sol hasta el ocaso, a visitar las tiendas de los hindúes para comprar, por algunas monedas menos que en la península, unas gafas de sol, un reloj o un transistor.
Pues si así son los viajes en la actualidad, y dado que el vivir del hombre no es otra cosa que un accidentado deambular por la tierra desde su primer día hasta que viene a llevárselo “la descarnada”, podemos observar cómo hay seres que dedican su existencia a aprender cuanto pueden y luego utilizar su saber en beneficio de sus congéneres. Que igualmente los hay que procuran no dar nunca un palo al agua. Estos son incontables. Y que también existen, y también son muchos, los que se afanan con ahínco en adquirir y acaparar lo que pueden, sin darse cuenta de que algún día habrán de perderlo todo de una forma u otra. Creen los pobres, que esto que atesoran en este corto itinerario que es su corta vida, son souvenirs que se podrán llevar en su viaje a aquel lugar del que nunca volvió nadie.

Abril 2008

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 11 de abril de 2008