miércoles, 25 de enero de 2012

El orbayu (y II)

El orbayu (y II)
Ramón Serrano G.

El jueves, y por expreso deseo de la “directora”, se trasladaron a Cangas de Onís, a Arriondas y al mirador del Fitu, y tras ver sitios tan güapinos, y maravillados por ello, pensaron en comer en “El Molín de Mingo”, pero luego se llegaron hasta “Casa Marcial”, donde, tras probar unos tortos de maíz, tomaron arroz con pitu de caleya -de tan merecida fama-, pan de escanda y un tocinillo de Grado, auténtico “bocato di cardinale”. Pero, tras la comida, el tiempo empezó a cambiar, nublóse, y a la oscurecida llegó el “orbayu”. Por ello, y casi agradeciéndolo, se estuvieron toda la tarde tomando un té en un cómodo y discreto salón del hotel, no ya hablando, sino diciéndose cosas, alguna de ellas, de manifiesta profundidad. ¿Qué estuvo pasando en esos días?
Más que demostrado está, que las personas se ven afectadas de distinta manera por el encuentro con algo o con alguien. Y eso vino a ocurrir con nuestra pareja, los cuales, desde el primer momento, se sintieron a gusto y atraídos mutuamente, aunque de diferentes formas y por distintos motivos. Ambos tenían cualidades en abundancia para que su trato no fuese sólo grato, sino muy deseable. Los dos universitarios, los dos en una buena edad, y los dos de aspecto y convivencia envidiable. Él, parco en palabras y metódico, quizás en demasía, enjuiciaba cualquier tema con profundidad y enjundia y tenía tres arraigadas aficiones: la música clásica, la pintura y el ajedrez. Ella, en plenitud de una sensual belleza, era activa, decidida, eficiente y pragmática. La dominaban dos vicios: leer y viajar. Y añadiremos que a ambos les privaba la buena cocina.
Como antes dije, tan pronto se trataron, los dos empezaron a sentirse a gusto el uno junto al otro, aunque sus deseos más íntimos no fueran los mismos. Alberto encontró en ella todas las condiciones exigibles en un amigo íntimo y pensó que podría serle de mucha ayuda en su nueva vida. Andrea fue adivinando en él todos los requisitos que le hacían poder llegar a ser un nuevo esposo o compañero, tan bueno, que pudiese llenar el vacío que había dejado el que tuvo anteriormente. Por ello, despaciosa y casi inconscientemente, que no era en absoluto ni licenciosa ni procaz, fue dejando a su subconsciente que actuase. Un día le cogió la mano; otro bebió de su copa; al paseo por la Garganta del Cares acudió con un mini short que dejaba al descubierto unas piernas perfectas y voluptuosas, y la última anoche había aparecido con un escote de vértigo en su blusa.
-Alberto, no me has dicho nada de mi look de hoy.
-Que puede hacer perder la cabeza al hombre más sensato.
Y no continuó hablando sobre el tema, pero pensando en él, luego, a solas en su habitación, mantuvo consigo mismo una lucha entre el corazón y el cerebro por ver quién decidía el modo de obrar ante aquella mujer.
A la mañana siguiente seguía orbayando. No llovía, sino que el cielo lloraba mansamente a través de un finísimo tamiz, por lo que leyeron la prensa tranquilamente en el hotel y a media maña decidieron ir paseando hasta la playa de Poo. Al regreso dijo Andrea:
-Presiento que hoy va a ser un día muy importante y feliz para mí, así que, si me lo permites, esta tarde me iré a la peluquería, a comprarme un capricho, y luego te llevaré a cenar al “Mirador de Toró”, que creo que es muy bueno. Pero nada de si me lo permites. Te lo ordeno.
A la noche apareció elegantísima, esplendente, y tras los sinceros elogios de Alberto, marcharon al restaurante. Probaron los oricios, unos deliciosos longueirones, pastel de cabracho y atún en rollo. Todo buenísimo. Tomaron café, pero no licor, ya que él prefirió invitarla a champán en el hotel. Tras brindar con la primera copa por un futuro feliz para ambos, ella propuso terminar la botella en su habitación y así le mostraría la adquisición que había hecho esa tarde. Ya arriba, tomaron una segunda y una tercera copa. Entonces ella le pidió:
-Espera un momento que voy a enseñarte lo que me he comprado.
Pasó al baño y, al poco, salió de él con un sujetador azul en la mano y desnuda de cintura hacia arriba. Con la mayor naturalidad le dijo:
-¿Verdad que es bonito? Luego me lo pones y verás cómo me sienta.
Él, atónito, se levantó de inmediato y le contestó:
-Perdón, Andrea. La cena, o el champán, no me han sentado bien. Tengo una jaqueca espantosa y voy a marcharme. Que descanses.
Ella se levantó temprano aunque no había podido dormir en toda la noche, y al hacerlo, vio en el suelo un folio con el membrete del hotel, que alguien había metido por debajo de la puerta. Lo leyó:
“Cuando veas esta nota ya estaré lejos de aquí, pues voy a coger el primer autobús que me lleve a Oviedo, y luego seguiré viaje a Madrid.
Quiero que sepas que me has parecido una mujer extraordinaria en muchísimos aspectos, y que me hubiese gustado enormemente conseguir tu amistad. No juzgo negativamente, para nada, tu actitud de anoche. Eres una persona decidida y obras como crees oportuno, y en la actualidad, hasta para hacer determinados actos, pocas cosas están ya mal vistas y da igual quién tome la iniciativa. Me costó lo indecible tener que rechazar un placer como el que me ofrecías, pero entendí, y espero que tú lo hagas, que no podía complacerte, ya que creo que sólo se debe hacer el amor si se lleva a cabo decentemente con aquella persona a la que estás sentimentalmente unido. Se puede hacer también por puro placer corporal, pero si es de esta manera, nunca con alguien a quien consideras, que eso sería aprovecharse, y un amigo no se tiene para sacar provecho de él. De todas formas, te repito, me costó lo indecible renunciar a ti.
Tienes mi dirección y mi teléfono. Si quieres, cuando regreses de París, búscame, que deseo, como no te puedes imaginar, que volvamos a vernos y que llegues a ser una buena amiga. Seguro que mi mejor amiga.
Con mi mayor afecto: A.
Con paso vacilante salió a la terraza de su habitación, y allí, con la claridad de la mañana, observó que ahora el papel estaba mojado. Sería por las lágrimas que se le habían derramado al leerlo. O, quizás, por el orbayu.

Enero de 2012
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 27 de enero de 2012