viernes, 9 de mayo de 2008

Perspectivas

Las perspectivas
Ramón Serrano G.

“Dile a la del pelo lacio/ si se quiere columpiar/que la quiero enamorar/ meciéndola muy despacio”.- Bambera

Todas las cosas, absolutamente todas las cosas de este mundo tienen, al menos, tres perspectivas desde las cuales pueden ser contempladas. La primera es la que aparentan, es decir, la imagen que dan ante los demás y cómo estos están acostumbrados a verlas, y lo que es peor aún, cómo piensan que en realidad es su sustancia y funcionamiento. La segunda es cómo deberían ser, o mejor dicho, cuál sería su estado perfecto o idealizable si respondieran en toda su esencia a las condiciones con que la naturaleza o el hombre las ha creado. La última es cómo son en realidad, o sea cuál es su verdadera constitución, su auténtica idiosincrasia, su normal y cotidiano comportamiento.
Ejemplos de ello, podríamos traer aquí a montón, a miles. En todos los terrenos, tanto en el artístico, como en el político, en el social, en el de la naturaleza humana en suma. En la cultura o en la técnica, en la moda o en la alimentación, en el cultivo o en la artesanía, todo lo que ha recibido la creación o la manufactura del ser humano se nos muestra bajo esos tres aspectos fundamentales: cómo aparenta ser, cómo debiera ser y cómo es en realidad. Hay casos, algunos casos, muy pocos casos, en que la segunda faceta prima sobre las otras dos, o dicho de otra forma, que una cosa es de una ejecución y una materia magnífica, y como tal se nos ofrece. Pero lamentablemente hay casos, muchos casos, demasiados casos, en que la primera condición aniquila a las otras dos, o aclarándolo, lo artificioso prima sobre lo verdadero. Vamos que nos están queriendo dar gato por liebre y de hecho demasiadas veces lo consiguen.
Ya digo que podríamos poner un montón de ejemplos demostrativos de la veracidad de estos asertos, pero vamos a fijarnos, someramente, en dos aspectos con los que explicar más gráficamente estos mis decires. Me voy a parar, un tanto, en dos actitudes muy significativas de la vida de los seres humanos, las ideologías y el trabajo, puesto que con el comportamiento de cada uno ante ambas se demuestra muy a las claras la manera de ser del individuo.
En las creencias, citaremos en primer lugar la postura farisaica de quien obra o habla completamente dominado por el que me vean o por el qué dirán, sin que en su fuero interno estén arraigadas, en ningún sentido, los credos o los dichos que pregona, pero que en la práctica no lleva nunca a cabo, ya que está dominado por su verdadera forma de ser o de pensar, que siempre es antagónica a su manera de decir.
Hablaremos, ahora, de los auténticos ideales de esas ideologías, que son verdaderos ejemplos del camino a seguir y cuya consecución está mucho más a nuestro alcance de lo que nos imaginamos. Digamos por último que el modo de comportarse de la mayoría suele ser pacato y poco evangelizador, digamos sobre todo que es de escaso apostolado, ya que se suelen dedicar más esfuerzos e inquietudes a lo terrenal y a lo tangible.
Y cosas muy parecidas podríamos decir si nos adentrásemos en el terreno de lo laboral. El trabajo, en cuanto es la actividad en la que uno está ocupado habitualmente y de la que obtiene los medios económicos para su subsistencia, está dotado de unas características que le son intrínsecas e inseparables, si no se quiere apartar a aquél de su verdadera y auténtica identidad.
Por ello, cabe denunciar que muchos hay que ejercen un trabajo que no es serio, ni formal, y con el que tan sólo buscan unas monedas sin ofrecer a cambio algo que tenga realmente valía. Por dinero baila el perro, dicen, y es verdad, aunque el trabajo del perro no es trabajo, que una cosa es trabajar por un salario justo y digno, y otra muy distinta es bailar, hacer carantoñas, dingolondangos y meguezes, para dar, a cambio de un corto dinero, nada de valor a la parroquia. Tan sólo atraer a clientes con falsas promesas, ¡ y cuántos y cuántos viven hoy de eso, y bien vividos!
Cabe, en segundo lugar, alabar la tarea y el esfuerzo de muchos inconformistas y autoexigentes que cumplen con sus obligaciones laborales hasta la extenuación y son dignos del mayor elogio y reconocimiento por parte de todos nosotros, aun cuando muchas veces seamos demasiado reacios a reconocer públicamente todos sus méritos, que son muchos. Son los que le dan al término TRABAJO toda su grandiosidad y magnificencia. No sé si poner en este caso ejemplo aclaratorio alguno, ya que enseguida vendrá alguien a decirme que igualmente debería haber citado a X o a Z, pero no me resisto a traer a colación a dos grupos que desarrollan una constante labor excepcional: son los equipos médicos de urgencias, que siempre han de ocuparse de casos peliagudos en situaciones extremas, y, junto a ellos, el sacrificadísimo cuerpo de bomberos.
Y estamos, por último, los que cumplimos, o intentamos cumplir con nuestra ocupación, cabalmente como sabemos, pero sin esforzarnos en mejorar posición o conocimientos, y, por supuesto, sin llevar a cabo nada digno de tirar cohetes. Lo que no significa poco y, por otra parte, es completamente correcto. Es aquello que hace el currito de turno, que se conforma con llevar el jornal a la María y a la prole, y ver si de cuando en cuando se saca algún dinerillo extra para cualquier gasto de poca monta. Vamos, lo que se dice cumplir lo justito con el contrato y se acabó. Y de estos, ya digo, estamos la tira.
Mayo 2008
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 9 de mayo de 2008