jueves, 19 de noviembre de 2015

Ocasionalmente

A veces, ocasionalmente, pienso en ti y he de reconocer que en el fondo me satisface. Ahora, te lo acabo de decir, sólo lo hago de vez en vez (después te explicaré cuándo y por qué) pero antes, hace ya muchos años y aunque nunca te lo he contado, lo hacía de contino porque, como bien sabes, estaba muy enamorado de ti. ¿O quizás no llegaste a saberlo nunca? No, no lo creo, que las mujeres tenéis un sexto sentido para esas cosas del amor y no se os escapa una, y aunque nunca llegué a declararme, pienso que, aunque mi forma de ser es bastante zamuja, mi especial comportamiento para contigo era, sin embargo, suficiente demostrador de mis gustos, deseos y voluntades. Bueno, lo supieras o no, lo cierto y verdad es que las circunstancias no nos fueron favorables (digamos que fue eso) y nunca se llegaron a unir nuestras vidas. Tú te casaste bien y pronto, y yo me quedé soltero, y soltero sigo, amoldándome a una vida que no era la que me habría gustado llevar, pero dándola por buena ya que parecía ser la que me había asignado el destino. ¡Ay el destino; qué conformista fui, o me lo hice! El mal desencadenamiento de los hechos viene impuesto siempre por las circunstancias y a los actos de los sujetos, pero nunca a intervenciones ignotas de los hados, y si les asignamos esa autoría se debe, más que nada, a nuestra comodidad. Algún amigo me incitaba a que me buscase a otra , pero yo, que siempre he tenido del amor y del matrimonio una idea muy idealizada, renuncié a la pareja y he vivido célibe, sin gustarme, pero creyendo, lo mismo que otros muchos, que era mejor eso que una unión sin el debido fundamento. Pienso con firmeza que para que dos personas se unan deben existir entre ellos unos lazos muy profundos de cariño, afecto, comprensión, necesidad, ayuda, satisfacción, etc., etc., y que no debe basarse nunca ese nexo en un acomodo o un liviano alivio de problemas de soledad, incapacidad, o cosas por el estilo. Si una mujer y un hombre vinculan sus vidas debe ser por motivos mucho más importantes. Pero yo era sabedor de que la felicidad no se logra siempre con realidades, que también los sueños nos permiten alcanzarla. Y en ocasiones aún mejor, puesto que nos permiten dimensionarla, llevarla y traerla a nuestro antojo, a nuestro más amplio y libre albedrío. Por eso puedo proclamar que he sido feliz, muy feliz, en muchas ocasiones. En todas aquellas, y han sido bastantes, en las que quería conseguirlo y, luchando contra mi soledad, me ponía a pensar en ti y compartía muchas horas contigo, como lo hubiese hecho si estuvieras junto a mí, hablándote igual que te hubiera hablado si hubieses sido mía, dedicándome a opinar contigo sobre cualquier cosa, a recordar chiquilladas, pero, sobre todo, a compartir entre ambos, entre tú y yo, viajes, libros, música y deseos. Recordarás entonces, igual que yo las tengo grabadas en mi memoria, nuestras imaginadas visitas a Ruidera, al Machu Picchu, al Taj Mahal o al archipiélago Svalbard, donde pudimos ver la aurora boreal. Cómo, in mente, disfrutamos infinidad de veces leyéndonos mutuamente el uno a la otra, o la otra al uno, a Juan Ramón, a Tagore, a Stefan Zweig o a Pearl S. Buck. La infinita cantidad de ocasiones en las que, quimerizando, oíamos (creo que ya nos las sabíamos de memoria) la 40ª de Mozart, el nº 5 de piano, El emperador, de Beethoven, o el concierto de violín de Mendelssohn interpretado por Menhugin. Pero lo más maravilloso de todo era cuando nos disponíamos, a solas, siempre a solas, a fabular despacicamente anhelos que nos hubiera gustado llevar a cabo, y que casi, casi, estuvimos a punto de conseguir. Pero no temas, que estos no he de sacarlos a la luz, ni relacionarlos. Bástenos saber a los dos, que ninguno, ni tú ni yo, tras haber invertido en su planteamiento muchas horas, tras haberlos vivido y disfrutado, los teníamos latentes en nuestras almas. Hoy ya no tengo esa felicidad, ¡malhadado de mí!, y a fuer de ser sincero, he de decirte que ninguna otra. La vida, con su rutinario machaqueo, - “Monotonía de la lluvia tras los cristales”, verdad Machado, viejo amigo- ha arramplado con todas mis ilusiones actuales y venideras, y de las antiguas apenas si recuerdo alguna que me pueda liberar del esplín que abate mi alma rato a rato, un día tras otro. No puedo, tan siquiera, proyectarme en el porvenir de unos hijos o familiares dado que no los tengo, ni reunirme a dialogar con los que tuve como amigos, que fueron varios y buenos, ya que unos y otros emprendieron, tiempo ha, diferentes viajes, bien a otros lugares o bien al más allá, pero siempre sin retorno. Todas mis jornadas son ahora demasiado repetitivas, y eso hastía, créeme. Así que, cuando a cuento viene y sopla el aire de no sé qué lugar, que son las menos de las veces, que en las más me suelo poner murrio y melancólico, me paso algún escaso rato volviendo a pensar en aquella muchacha que vivía dos puertas más arriba de mi casa. ¿Te acuerdas de ella? Era –eras- una mocita más rubia que morena, de fino talle, grácil figura, airoso andar y gracioso decir, por la que suspirábamos más de uno. Y con ella, solamente con ella y con ninguna otra, y durante escasos momentos, vuelvo a viajar, a leer, a escuchar y a soñar. No son estas mis alegrías de ahora como las de antaño y ni siquiera, diría yo, se le asemejan, pero he de consolarme pensando que alacridades son al fin y a la postre, y con ellas he de conformarme en ausencia de otras más confortadoras. Ramón Serrano G. Noviembre de 2015