jueves, 10 de octubre de 2013

El secretario

Para C. R. N., con mi mayor agradecimiento. -Lucía, qué calladito te lo tenías. Esta mañana he visto al nuevo secretario, y, chica, he de decirte que está como un tren. -Pero Inés, si apenas le he visto una vez. Tomó ayer posesión, salió de su despacho para saludarnos a todos uno a uno, y no le he visto más. La verdad es que no está mal y, además, parece simpático, aunque yo diría que un tanto despistado. -Pues a ver si consigues que salga a desayunar con nosotros y me lo presentas. ¡Qué suerte tienes, trabajar pared por medio con él! E, impensadamente, esto vino a suceder a los pocos días. Estando pidiendo el desayuno en el Bar Tolo junto a Luis y Tomás -los habituales-, llegó el nuevo secretario y se incorporó al grupo diciendo: -No os importará que me una a vosotros, me imagino. Es que como estoy recién llegado no conozco a nadie, y luego ya sabéis que estoy solo el resto del día. Desde entonces pasó a ser uno más. Pronto vimos que, pese a que intentaba disimularlo, era tímido; doctrino, como solíamos decir por aquí. También casi treintañero, soltero, sencillo, educado y poco hablador, aunque muy afable. Eso en el terreno general, que en el laboral incrementaba en mucho esas virtudes. Así, de una manera u otra, pronto establecimos con él una buena amistad, tratándole en la calle con un entrañable: “Paco”, mientras que en la oficina todos le hablábamos anteponiendo un respetuoso: “don Francisco”. Y pasó un día y otro día, un mes y otro mes pasó, y un año pasado había -o casi-, cuando nuestro hombre empezó a desarrollar una actitud un tanto diferente de la habida hasta entonces. Y este comportamiento no fue otro que un claro anhelo por incrementar, dentro de un orden, su relación con las dos mujeres. Se le veía más solícito con ellas que antaño; se afanó en coincidir con ellas en horas vespertinas; las invitó al cine o al teatro. En una palabra: fue montando todas las estrategias que son necesarias y aconsejables para llevar a cabo un asedio en toda regla. Y si todos se dieron perfecta cuenta de ello, no digamos las dos interfectas. Porque las mujeres, ya se sabe, tienen un sexto sentido para ver las cosas, pero si esas cosas están relacionadas con el amor, tienen además un séptimo, un octavo, un noveno, etc., etc. Lo ven todo y lo adivinan todo, pues mucho tienen de meigas. Y por eso, una tarde, comentó Inés: -Nuestro Paco, mi querida Lucía, parece ser que ha sido tocado por Eros, Cupido, Rumí o Qi Si, que ignoro cuál será su credo, pero lleva una temporada intentando acercarse a nosotras de una manera notoria, aunque si he de serte sincera, he de decir que a quien quiere conquistar es a ti. - Pues no sé en qué te basas para afirmar esto último. Porque está muy claro que algo pretende, pero tú tienes todas las posibilidades de ser la elegida. Eres más agraciada físicamente, un poco más joven, tienes también un título universitario, y más elocuencia. Todo está a tu favor. Démosle tiempo al tiempo y verás cómo no me equivoco. -No lo veo yo con esa claridad, repuso Inés. Y además, he de decirte que sí, que lo he pensado, que me he puesto en el papel de ser yo la elegida, y no lo veo como al príncipe de mis sueños. Me parece una persona excelente en todos los sentidos: clase, cultura, físico y posición social. Lo tiene todo. Me vale, y mucho, como amigo, pero, ... no es mi hombre, y si he de casarme, ha de ser con alguien que, además, me haga ese tilín del que tanto se habla. En fin, ya veremos qué sucede, porque quizás estemos adelantando acontecimientos. Pero no era así, o no lo parecía. Al señor secretario se le notaba por encima del pelo que estaba buscando pareja para el resto de sus días. Siempre que podía se reunía con nuestras “amigas” y alternaba hablándoles de una y mil cosas, aunque, en realidad, jamás lo hizo exponiendo con claridad sus proyectos para una vida futura. Conversaba con ambas, y con ambas se mostraba solícito y afectuoso por igual, pero era en su trato con Inés cuando se le veía más tranquilo. Digamos, más suelto, menos reprimido. Parecía, o quizás debiéramos decir era palmario, que a ella le dedicaba sus mejores sonrisas. Daba la impresión que era a ella a quien quería agradar. Que era a ella a quien quería conseguir. Por todo ello, Inés sufría en su interior, temiendo que, el día menos pensado, nuestro hombre se le declarase y ella tuviera que darle un no por respuesta. Estaba segura que con ello le causaría un sufrimiento que para nada le deseaba, pero estaba plenamente decidida a no sacrificar el resto de sus días, uniéndose en matrimonio a una persona a la que no amaba. Sin embargo, aquella tarde ocurrió lo que tanto hubiese querido evitar. Al salir de una tienda se encontró cara a cara con Paco, y mientras que ella se puso lívida, a él le surgió una sonrisa inmensa. -¡Qué alegría, querida Inés!, le dijo. Llevo mucho tiempo queriendo pedirte algo que es muy importante para mí, y no me decido nunca a hacerlo, así que hoy, que parece que el destino nos ha hecho encontrarnos sin habérnoslo propuesto, no lo voy a posponer más. Pero sentémonos en aquél banco, donde podemos hablar sin que nadie nos oiga. Y así fue. -Mira, continuó diciendo. Yo no esperaba que en este lugar iba a encontrar tanto acomodo y tantas cosas buenas que han conseguido hacerme feliz. Pero esa felicidad no es completa, y lo que me falta es conseguir el amor de la mujer a la que he elegido como mi futura esposa. Sé que ella tiene más valores que yo. Y entre mis defectos hay uno, el ser extremadamente tímido, que se acrecienta al estar enamorado. Yo la quiero, y la quiero muchísimo, pero no me veo con fuerzas para decírselo. Por eso, mi entrañable amiga, quiero pedirte muy encarecidamente que le transmitas mis sentimientos a tu amiga Lucía, le hables lo mejor que puedas de mí y abogues por mi causa. En una palabra, que me allanes el camino. Ramón Serrano G. Octubre de 2013