jueves, 21 de abril de 2016

Silogismo

Para R. Gago Alonso Aunque el Diccionario de la Real Academia Española define en una de sus acepciones al paraíso como sitio muy ameno, la gran mayoría solemos denominarlo cielo o gloria, y lo consideramos como un lugar en el que todo es perfecto tanto en belleza como en bienestar o disfrute. Un espacio donde la tristeza o el sufrimiento no existen y, por tanto, en el que se goza de la alegría y la felicidad constantemente. Siendo así, creyendo que ese rincón existe, que todos hemos estado soñando con él en algún momento más o menos largo, y teniendo además en cuenta esas sus infinitas y maravillosas cualidades, podríamos afirmar, casi sin temor a error, que su ubicación no se halla en este pobre mundo en que habitamos sino en algún lugar extraterrestre. Sin embargo pienso, e intentaré demostrarlo, que esta aseveración es completamente falsa ya que el edén, el cielo, la gloria y el paraíso (o como le queramos llamar), sí que se encuentran en este lugar llamado mundo en el que tenemos la fortuna de vivir. Así pues, si puedo disponer de un poco de su tiempo y su paciencia, sufrido y amable lector, trataré de aportar más o menos fehacientemente mi criterio al respecto, utilizando un tanto la figura del silogismo. Así que, para ello, empezaré hablando de las propiedades del lugar y su entorno, la belleza y el bienestar, para seguir luego con las personas, la alegría y la felicidad. Como premisa mayor y primordial de este argumento, he de decir que esto de lo que estamos hablando, el edén, es algo completamente subjetivo. No es cierto, en absoluto, que esté aquí o allá, y determinado y delimitado por unos requisitos o unas condiciones, y que haya de poseer necesariamente para que, al tenerlas, pueda convencer a cada usuario de que es de esa determinada manera. El paraíso, por el contrario, se encuentra necesariamente dentro de cada uno de nosotros y si no es así, no existe aunque físicamente pudiese estar allí. Él será de esta manera o de la otra, bellísimo para la mayoría, o vulgar, si cabe, para bastantes otros, y cada quien lo valorará a su modo. Será el sumun para mí o para aquel, y algo normalito, casi vulgar, para usted o para esotro. Porque vamos a ver: ¿habrá algo más bonito y acogedor, o dicho de otro modo, habrá un locus amoenus mejor, que Monasterio de Vega, Punta Umbría, Ruidera, o Lastres, o, si se prefiere, Honolulú, París o las Seychelles? En uno cualquiera de estos sitios, aquel señor, o aquel, o aquel otro, encontrará unos parajes maravillosos y unas condiciones climáticas, ambientales o sociales con las que se hallará encantado y vivirá en la gloria. Sin embargo, para este o para ese, puede que esos sean lugares anodinos, vulgares, en los que no pasaría ni una semana de su vida. La segunda proposición se enfoca igualmente, pero desde el aspecto subjetivo, y nada mejor para demostrarlo, que recordar a Théofile Gautier, cuando dijo que el verdadero paraíso está en la boca de la mujer amada. Sabemos bien que hablando, conviviendo, con Y, o con Z, estando en su compañía (y cada uno puede darle a ese acercamiento la amplitud que quiera), el sitio más nefando parecerá la gloria. Con W, o con X, muchos, o alguno, no soportarían ni una hora de estancia en el paraje más sublime y con las condiciones más idílicas. O sea que la empatía, el afecto o el cariño hacia una o varias personas, puede hacer que nos hallemos completamente dichosos sea cual sea el sitio en el que nos encontremos y siempre que estemos junto a ella o a ellas. Por otra parte, y esto lo tenemos bien experimentado, la inquina o el odio hacia alguien hace que a su lado el Elíseo nos parezca el infierno. Entonces, si sabemos muy bien que cuando nos encontramos en el punto A, o en compañía de X, somos absolutamente felices, sin que nos agobien mayores o diferentes aspiraciones o deseos, y esto todos lo hemos experimentado en alguna ocasión, podremos decir que el cielo se halla aquí, a ras de tierra. Así pues, cada uno debe estar persuadido de que el paraíso se halla en este mundo, entre nosotros, sin que haga falta ascender a espacios celestiales o parajes etéreos. El cielo, el edén, la gloria, (Yggdrasil, Yanna o Aarú) se encontrarán donde cada uno esté, siempre que su psique se halle rodeada de bellas y buenas pretensiones, y complacida de haberlas conseguido, si no todas (que a veces solemos ser avaros en cuanto a los deleites), sí de algunas, sin que aquí quepa concederles prioridad o importancia a cada una de ellas. Por tanto, amable lector, si quiere conseguir el “nirvana” que proclaman los hindúes, si quiere estar en el paraíso, debe bastarle lo siguiente: - Procurar verse rodeado de pequeñas pero importantes cosas. - Conservar alguna esperanza. - Saber vivir el presente. - Tener alguien a quien amar. Y si además, todo esto lo hace viviendo en Monasterio de Vega, Punta Umbría, Ruidera o Lastres… Ramón Serrano G. Abril 2016