sábado, 2 de febrero de 2008

El consuelo

El consuelo
Ramón Serrano G.

- Pocas cosas habrás de ver en tu vida, Luca, más hermosas que la luz de las mañanas primaverales de La Mancha, que inunda de una claridad indescriptible estas llanuras que se extienden entre los alcores que hay por Puerto Lápice hasta aquellos de Ruidera, o desde Manzanaricos hasta Villarrobledo o La Roda.
- De verdad que es así, Luis, y yo creo que no sólo las de primavera, sino las de todo el año. Muchas veces me he fijado en ello, a lo largo y ancho de nuestros muchos viajes por estas pardas tierras quijotescas . Y he de decirte además que una de las cosas que más aprecio en ti es que tú no eres como la mayoría de los demás hombres que suelen estar ciegos ante las maravillas aparentemente pequeñas de la naturaleza y no alcanzan a ver más allá de sus narices o el mendrugo de pan que están a punto de comerse. Se extasían ante una enorme montaña o la grandiosidad del mar, lo cual es lógico, pero no saben apreciar la delicadeza del rocío en una flor o la belleza del canto de un jilguero.
En esas y en otras disquisiciones similares iban al poco del amanecer, cuando la noche había rendido su oscuridad ante los rayos del sol, iban digo, los dos amigos enfrascados en animada charla, mientras caminaban, desde Tomillares a la Argamasilla de Alba con el fin de ver, a su paso por ella, al escuálido Guadiana que ya empezaba a estar un poco más crecido en los días que venían agotando al mes de abril. El campo, cuidado primorosamente, estaba precioso. Las siembras ya no pugueaban y se habían convertido en prometedoras lanzas de un verde abarrotado de vida. Las vides, que ya hacía tiempo que habían dejado de derramar lágrimas, mostraban sus borrones anunciadores de buenos frutos y comenzaban a cubrirse con los nuevos pámpanos. Alguna liebre se les arrancó de los pies, temerosa y huidiza. Alguna pareja de perdices, ya apareadas, se les cruzó en su camino.
Al pasar junto a una casa de labranza vieron a un guacho que piaba tristemente, caído del nido que sus padres hicieran bajo unas tejas. Luís lo recogió, comprobó su estado y al ver que no tenía lesión alguna lo devolvió al tejado para que siguiera viviendo. La madre, que había estado atenta a la maniobra, acudió contenta a recogerlo de inmediato y lo llevó a su habitáculo, agradecida al caminante y enormemente satisfecha de haber recuperado a su cría.
- ¡Cuanto sufre la madre que ve en peligro al hijo, y que feliz se siente cuando lo recupera con ventura!
- Eres compasivo Luis, que te gusta hacer el bien. Pero siguiendo con nuestro tema anterior, te diré que esta deslumbrante luz manchega la tengo muy observada y puedes creerme si te confieso que me proporciona paz, consuelo y esperanza. Sobre todo esperanza, que no es otra cosa sino creer que aun hay posibilidades después del fracaso o el infortunio. Pero también paz, ya que al alborear se nos viene encima un presagio de fortuna y de posibilidades. Y consuelo, porque esta visión aparta de nosotros el recuerdo de las maldades recibidas hasta ayer, y eso nos beneficia bastante.
- Pues ahora que hablas de la compasión y del consuelo, he de decirte Luca, que “El Decamerón” comienza su proemio diciendo, precisamente, que humana cosa es tener compasión de los afligidos; y esto que en toda persona parece bien, debe máximamente exigirse a quienes hubieron menester consuelo y lo encontraron en los demás. Pero esa caridad que a ti dices que te concede la naturaleza, no creas que se practica en exceso entre los hombres, y da la impresión de que son pocos los lectores de esta excepcional obra, o al menos son escasos los que se dejan aconsejar por ella, ya que pocos son los que ponen en práctica el anterior consejo.
- Pues bien que deberían hacerlo, que casi nada cuesta y mucho beneficia a quien está necesitado de ello, dijo el perro. Yo me estaba refiriendo tan sólo al consuelo y no a la compasión, que, aunque parecidos, sé que no son lo mismo, puesto que aquél es una acción y este una disposición del alma, o sea, la capacidad de sentir el padecimiento de otro como si fuera nuestro. Y ya que has hecho alusión a ese texto, te diré que aún me acuerdo que un día me dijiste que hay una escritora, Rosa Montero, que dice de la compasión que es lo mejor que existe y coincido plenamente en su bondad, lo mismo que comparto tu opinión de lo remisos que son algunos para ofrecer alguna acción lenitiva a quien tuviese necesidad. Creo que, para nuestra desgracia, los actos de piedad, lástima o conmiseración ya están en completo desuso.
-Bueno, pero quiero que sepas querido Luca, que no era exactamente a esos actos a los que yo aludía, que entre ellos hay diferencias de matiz. Verás. Piedad solamente se siente por aquellos que son muy, muy desgraciados e indica que hay como una participación en su adversidad. Lástima, siendo similar, es menos trágica, digamos menos triste. Conmiseración es más participativa y lleva implícita la idea de auxilio o de ayuda.
- Entonces cuando has nombrado la compasión ¿a qué te estabas refiriendo?
- Pues te contestaré con el diccionario en la mano, que como te tengo dicho, siempre es exacto y acertado, aunque tú lo has definido muy bien antes. Es, sencillamente, un sentimiento de pena provocado por el padecimiento de otros, que va acompañado de un impulso de alivio o de remedio, que lleva aparejados igualmente actitudes de compunción, clemencia, piedad y ayuda. Y todo ese conjunto es lo que, por desgracia, casi ha desaparecido de la faz de la tierra.
- Sí, todo eso lo sé porque se palpa, se nota a poco observador que uno sea. Pero ¿por qué la gente se ha vuelto tan deshumanizada? ¿Qué motivos les han llevado a taperujarse en sí mismos y abandonar a los otros?
- La civilización actual ha hecho a esa gente que tú dices, más impersonal. Los ha ido aglomerando en grandes urbes pero separando sus almas y sus conciencias. Antes se tenía, efectivamente, más humanidad que ahora, más solicitud y mayor atención a los problemas del prójimo, sobre todo a los que se hallaban cercanos. Hoy no. Hoy vivimos dentro de nuestra concha y allá se apañe el vecino con sus penurias y sus necesidades, que lo que es nosotros no vamos, no ya a quitárselas o aliviárselas al menos, sino ni siquiera a darle una palabra de consuelo. Y no me estoy refiriendo a importantes ayudas económicas, que de estas se suelen ocupar las muchas ONG que afortunadamente hay. Es que ya nadie pone en práctica aquellas usanzas de visitar a un enfermo, o dar compaña al viejo, o a hablar con quien se halla sólo Y el hombre no está hecho para vivir en soledad, sino para preocuparse de sus semejantes y que estos se ocupen de él. No es que esté pidiendo nada aparentemente importante, nada que precise un gran esfuerzo de cualquier tipo. Únicamente la gentileza de una comprensión para una pena, el donativo de un acompañamiento en un quebranto, la gracia de una pequeña ayuda en un apuro, el alivio de un buen gesto en un mal trance. Pero la gente se aísla y pasa de todo. Olvida al necesitado y no recapacita en que un día le puede tocar a ellos ser los menesterosos, que la suerte es tornadiza y el viento sopla en todas direcciones.
En esto vieron que su paseo finalizaba pues se estaban acercando al cuérrago del río y tenían ya las primeras casas a tiro de piedra. Y dijo Luca:
- Con la cháchara y las disquisiciones, se me ha pasado la legua de camino que hay desde el pueblo hasta aquí, en un pispás.

Agosto 2007

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 17 de agosto de 2007

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