miércoles, 22 de enero de 2014

El agua y las estrellas

Para E.V.- “Quid terras alio calentes sole mutamus? Patria quis exul se quoque fugit? “A qué buscar tierras que caliente un nuevo sol? Qué exilio permite huir de sí mismo?”.- Horacio Aquella noche, como muchas otras noches, el matrimonio se había sentado a dialogar, tranquila y despacicamente, sobre lo sucedido ese día, o en el de ayer, o hacía muchos años. Dialogar, una acción bellísima, muy poco, o nada, practicada por muchas personas. Y aquella noche, habiendo salido a colación sus propias vidas, como muy pensativo, dijo él: -Yo no me arrepiento de cuanto he hecho, pero tampoco estoy demasiado ufano de mi comportamiento. -Pues deberías estarlo, le respondió su esposa, que pocas personas hay en el mundo de tan limpio proceder y con costumbres tan sanas y nobles. Y esto ha sido así, desde antes de que yo te conociera (y lo sé porque me lo han contado personas que te trataron mucho), y luego, porque he vivido muy unida a ti, y puedo dar fe de que tus ilusiones, tu trabajo y tus aficiones han sido siempre, y son, dignos del mayor encomio. -¿Qué vas a decir tú, siendo mi mujer?, repuso el esposo. -Aquello que pienso sinceramente, contestó ella. Y te lo digo aquí a ti estando a solas, y lo pregonaría en el ágora a quien quisiera escucharme, porque es la verdad, y la verdad no es sino la adaptación de la realidad. Mira por dónde hemos dado con un bonito tema de conversación: hablaremos de tu vida, que siempre es grato recordar tiempos pasados y felices, y me dices qué piensas hoy de cada una de sus etapas. -Lo que pueda decirte no es importante y sí sabido, pero hagámoslo, ya que parece agradarte. Mis padres, unos pequeños ganaderos, tenían su granja junto a un lago, a pocos kilómetros de un bonito pueblo, y yo, hijo único, mantengo muy buenos recuerdos de aquella etapa. Y hubo algo en ella que me marcó. Verás, mi padre gustaba de ir a hacer cosas al pueblo en una barca de remos que teníamos y yo solía acompañarle. Muchas veces me dejaba remar a mí, y eso me aficionó para siempre a esta práctica deportiva hasta el día de hoy, pues, por una parte, me relaja muchísimo y, por otra, me hace mantenerme en un buen estado físico pese a mi edad. Es un gran placer el ir liberando endorfinas, mientras tu vista y tu alma se van deleitando en la cercanía del agua, mi gran amiga. -Del segundo tramo de mi existir no he de decir nada que no sepáis cuantos me conocéis. Desde nuestra unión, con la llegada de nuestras hijas, y con el desempeño de mi trabajo, he sido un hombre absolutamente feliz. Dicha esta que se ha visto intensamente incrementada con la llegada de nuestros nietos, esos dos rubios traviesos que no se apartan de nuestras mentes. Pocos hombres tan afortunados como yo en ese, y en este, periodo de mi vida, y tú bien lo sabes. -Y en cuanto al tercer estadio de ella, en el que ahora me encuentro, he de decir de él que ha tenido a bien premiarme, inmerecidamente supongo, con un vivir satisfactorio como no pude nunca imaginar. Hemos venido a esta nueva morada en la que estamos, en un pueblo pequeño pero hermoso, parecido al que tuvimos en nuestros principios. “A qué buscar tierras que caliente un nuevo sol…” , que dijo Horacio. Y además, esta paz y esta gran dicha que afortunadamente poseo (que poseemos), se ha visto agradablemente incrementada con otra afición que me ha llegado recién, y que me hace pasar ratos muy satisfactorios. En estos últimos años me he aficionado grandemente a la astronomía, gusto que tenía desde hace mucho tiempo, pero que ahora se ha desarrollado en mí con profundidad. Por el día estudio cuanto puedo sobre el tema, y por la noche, con mis rudimentarios medios, trato de ver las estrellas. Las estrellas, uno de los cuerpos más venustos que puedan contemplarse en el universo mundo. -¡Qué maravilloso espectáculo nos ofrecen siempre, y qué disfrute el poder ir “descubriéndolas”! Poco a poco, ya voy conociéndolas un tanto, y sé que pueden estar ligadas o aisladas; que pueden pertenecer a galaxias y ser estas espirales, lenticulares, irregulares o elípticas; que pueden pertenecer a cúmulos como el de Pandora, o las Pléyades; a nebulosas como el Saco de carbón; o a sistemas estelares múltiples, como Centauro, o binarios, como Sirio. Y digamos, por último, que pueden estar integradas en alguna constelación, como Mirfak en la de Perseo, Konephoros en la de Hércules, o Sirrah en la de Andrómeda. -Y así, cada jornada voy aprendiendo más y más de estos asombrosos objetos celestes, de los cuales ya nos hablaron, y muy bien, muchos grandes hombres. Citaré sólo al insigne Rabindranath Tagore, quien dijo en una ocasión: “He perdido mi gotita de rocío, se queja la flor al cielo del amanecer, que ha perdido todas sus estrellas”. Y en otra: “No llores por haber perdido el sol, porque las lágrimas no te permitirán ver las estrellas”. Otros muchos se dedicaron a su estudio, y te sonarán nombres como Tales de Mileto, Al-Battani, Copérnico, Kepler, o Galileo, y quizás no tanto, los de Messier, Halley, Tombaugh o Hubble. Todos ellos, y bastantes más, fueron astrónomos famosos que dedicaron su vida a la astronomía y nos aportaron sus valiosos descubrimientos. -Es por todo esto por lo que ahora trasnocho tanto. Pero no temas, porque aunque es bien sabido que si se quiere mirar a las estrellas no se ha de buscar compañía, conozco y practico el dicho alemán que afirma que se puede mirar a las estrellas, pero no se debe olvidar tener encendido el fuego del hogar. Sabes, y cuantos me conocéis lo sabéis bien, que a eso me atengo y que a ello me amoldaré mientras viva. Pero he decirte que de tanto mirar a los astros y aprender sobre ellos, he llegado a la conclusión de que, en muchos aspectos, son como los seres humanos: vivimos solos, pero pertenecemos a inmensas agrupaciones; somos iguales, pero cada uno distinto; nadie puede llegar a conocernos en toda nuestra profundidad; estamos hechos de una complejidad increíble; tenemos una gran hermosura intrínseca, y así podríamos afirmar muchas otras condiciones comunes. -Podría estar hablándote horas y horas, días y días de esta nueva afición a la que me he entregado, pero no quiero cansarte. Tan sólo te diré que es posible, aunque ignoro si probable, que del poco dormir y el mucho estudiar y observar, se me llegue a secar el cerebro como le vino a ocurrir al célebre Don Quijote. Mas si así fuere, lo daré yo por bien venido, y no me quejaré de ello, al igual que el manchego aceptó su locura con tal de integrarse en la caballería andante. Ramón Serrano G Enero de 2014