miércoles, 30 de abril de 2008

El invento

El invento
Ramón Serrano G.

Debemos ser usted, yo, todos nosotros, conscientes de que hemos creado una nueva civilización, que usted, yo y todos nosotros podremos disfrutar, pero que igual, y muy dolorosamente, usted, yo y todos nosotros hemos de padecer. El hombre ha querido ir desterrando de su entorno el mayor número de incomodidades y peligros posibles, trayendo a su derredor cuantas comodidades y venturas ha creído convenientes. Su logro ha sido cuantioso, y en algunos casos, podríamos decir que casi perfecto. Ha inventado el mágico artefacto que disimula la infelicidad. Pero en su desmedido afán de conquista no ha sabido ver, a su vez, que con su invención estaba construyendo demasiadas barreras y dificultades que pueden llegar a serle infranqueables para conquistar la auténtica dicha. Curiosa y digna de ser leída es la teoría de Rousseau acerca de la influencia negativa de la civilización en el hombre.
Porque los humanos, posiblemente porque estuviesen ya más que hartos de tantos padecimientos, se han lanzado desenfrenadamente a la conquista de un mundo feliz, y no quisiera que nadie viese en esta frase un pobre remedo al magnífico libro de Aldous Huxley, o a la no menos famosa “Tempestad” de Shakespeare. Quiero decir, simple y llanamente, que con y por una tendencia desorbitada al hedonismo, se han ocupado en ir eliminando carencias y en saciar apetitos, pero sin comprobar en unas y en otros si eran de auténtica valía y, lo que es peor aún, sin anclar debidamente los pilares que diesen continua sujeción a esas consecuciones. Pensaron sin duda: cesen ya los sufrimientos añejos y gocemos hoy mismo de nuestros logros, que el mañana está por llegar.
Y en eso se equivocaron, como lo hicieron todos los pueblos que, al igual que estos de hoy, trataron de avanzar sin rebuscar en la historia. Se olvidaron de que, aquella que en otro tiempo fue la todopoderosa Roma, relajando costumbres y apoltronándose en los bienes ganados, se vio invadida y dominada desde el este por unas hordas bárbaras y ávidas de poder. Tampoco se acordaron de que Esparta, aquél pequeño pueblo descendiente de los dorios, supo desarrollar el espíritu de sacrificio y la austeridad, dejando a sus hijos, desde los siete años, vivir solos en los montes o en las vegas del Eurotas. De esa, y otras muchas formas educativas, crearon una gran ciudad-estado que incluso llegó a vencer a Atenas en el Peloponeso.
Pero volvamos a nuestra civilización, en la que, según mi parecer, aún no sabemos vivir, ya que no acabamos de enterarnos de que no todo lo posible es conveniente, ni todo lo agradable es beneficioso. Al contrario, recuerden aquello de lo que nos gusta o engorda, o es pecado. No se suele enseñar hoy en día que todo logro tiene su contrapartida. Que todo tiene un precio que hay que satisfacer. Y que poco, o mejor dicho nada, se alcanza fácilmente, o de bóbilis bóbilis.
Hemos inventado así una maquinaria descomunal, que produce seres creyentes desde su infancia en un mundo lleno de posibilidades, y que les hace ver que estas existen y que son muy apetecibles, pero no se les comunica, y si se hace es de forma muy liviana, que todo juego tiene sus reglas y que estas están para cumplirse. O sea que no consiste en alcanzar algo, sino en hacerlo por las vías adecuadas, por aquello, ya dicho tantas veces, que no es bueno el tener sino el ser. Se les condena a vivir como seres monoteístas, enfermizos adoradores del dios “Posesión”.
Para ello, del credo, y por supuesto, de la praxis de esas ideologías, se han suprimido, por estimarlas demodés, teorías tan acreditadas como aquellas que afirman que todo lo que es importante es difícil de conseguir. Que para ganar es imprescindible sufrir. Que el tesón, la perseverancia, el sacrificio son elementos irreemplazables para la construcción del hábitat en el que poder vivir con dignidad.
Pocos son en la actualidad, y si hay alguno, sus aulas están tan poco concurridas que las telarañas anidan en sus pupitres, pocos son, digo, los centros que enseñan las muy demostradas ideas de que para poder gozar hay que saber padecer, ya que aquello que no ha costado esfuerzo, lo que se nos allega casi como regalado, no tiene nunca consideración y aprecio por nuestra parte. Por el contrario, aunque poco sea lo que alcancemos, esto lo tendremos siempre como importante si al volver la cabeza observamos que el camino que tuvimos que recorrer para llegar a conseguirlo estuvo lleno de dificultades.
Pero me reitero en que desgraciadamente no es de ese modo, y por ello pienso que este nuevo modo de vivir, esa maquinaria descomunal está produciendo entes sin apenas calidad de vida. Obesos, al estar alimentados reiteradamente por el fast food. Pálidos, de no darles nunca el sol. Aborregados obedecedores de políticos y dirigentes que sólo persiguen su propio beneficio. Así, desgraciadamente así, son los hijos de ese “gran invento”, que acabará dándonos serios dolores de cabeza. Y si no nos los acarrea a nosotros, a nuestros sucesores se los proporcionará, seguro. ¡Pues menudo invento!

Abril 2008

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 25 de abril de 2008