viernes, 1 de diciembre de 2017

Trabajar y bien

En la vida de los seres humanos hay varios apartados, episodios y estadíos, realmente trascendentes para el buen desarrollo de la misma. Como tales podríamos hablar de la educación, la familia o la amistad. Aunque además hay otros que debemos tenerlos muy presentes, que siendo, también muy significativos, no llegan a tener la importancia de los citados en primer lugar. Estos últimos podrían ser, por nombrar algunos, los cumplimientos sociales, las aficiones o la satisfacción de tener un determinado lugar de residencia. Como se puede suponer, en ambos apartados me he limitado a enumerar algunos de ellos, porque tratar de hacer completa la lista, aparte de imposible, me llevaría a salirme de los límites de extensión lógicos y habituales. Sin embargo, estoy completamente seguro de que alguien ya habrá echado en falta, en el primer grupo, algo tan significativo como el trabajo. Y habrá hecho bien porque la faena diaria es de las cosas más sustanciales y relevantes que cada persona ejerce a lo largo y ancho de su vida. Es la ocupación con la que ellas ganan su sustento y, en bastantes ocasiones, el de los suyos, y yo lo he postergado porque sobre él va a versar este escrito. Y antes de continuar, quiero recalcar que éste, junto a la familia, la educación o el adiestramiento y la amistad, constituyen los pilares fundamentales y prioritarios para disfrutar de una vida digna. Me voy a permitir hacer cuatro citas de cuatro muy famosos personajes que, analizándolas aunque sea someramente nos pueden llevar a una mayor comprensión de lo que es la tarea y la labor diaria. “Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un solo día de tu vida”, manifestó Confucio. Aristóteles afirmaba: “Lo que con mucho trabajo se adquiere, mucho se ama”. Gorki decía: “Cuando el trabajo es un placer la vida es bella, pero cuando nos es impuesto la vida es una esclavitud”. Y finalmente traeré a colación aquello de “dichoso aquel que mantiene un trabajo que coincide con su afición”, según mantenía Bernard Shaw. Veremos ahora que en la faena, como en todo, cabe la “obje” y la subjetividad, lo que hace que pueda ser, o parecer, de la más distinta clase y condición. Así el riesgo de accidente, las condiciones en las que se ejercita, la duración, y así podríanse enumerar muchos otros condicionantes, hace que este trabajo sea más duro que aquel, conlleve más riesgo, o sea más liviano, sin olvidar que se da en muchísimos casos que lo que para uno es difícil o arriesgado, para otro puede convertirse hasta en rutinario, llegando a mutar las condiciones naturales del mismo. Quiero referirme ahora a una actividad en concreto, pero antes deseo fervientemente volver a rendir homenaje de loa y agradecimiento a tres trabajos por los que siento la mayor admiración. Lo he hecho y lo seguiré haciendo tantas veces pueda. Me estoy refiriendo a la enseñanza, a la medicina y al sacerdocio. No sé si habrá alguien que lo recuerde (para mí sería un honor que lo hubiera), pero en enero del año 2000 publiqué en este mismo periódico un artículo titulado, Los tres dones, en el que traté de rendir honores a aquellas únicas personas que en los pueblos solían tener don: el Maestro, el Médico y el Cura. Y la actividad aludida en el párrafo anterior, no es otra que la del periodismo, o sea, el tratamiento escrito de la información por la publicación constante y regular de noticias, pensamientos o reportajes sucedidos en el mundo, en una nación o en una determinada zona. Mirado con detenimiento es un trabajo realmente complicado y al que pienso que se le debe rendir la mayor loa y encomio, y yo proclamo que así lo hago, siempre que sepa cumplir con unas determinadas condiciones que son, a saber: honestidad y sinceridad. Lo considero tremendamente dificultoso y esa complejidad no se ve agrandada o empequeñecida porque el periódico sea de un ámbito local, provincial o nacional, o porque su publicación sea diaria, semanal, quincenal, etc., sino porque la dirección del rotativo sepa hacer llegar a sus lectores lo que estos esperan de ella, que pueda apagar con su información sus ganas de saber. A este respecto, me cabe decir con la mayor satisfacción, que nuestro querido Tomillares ha tenido muy bien cubierto ese menester a lo largo de muchos años del pasado siglo y todo lo que llevamos de este, afortunada cobertura de la que no han disfrutado un gran número de ciudades. Así Francisco Martínez Ramírez, el tío Paco, fundó el periódico El Obrero en 1903 y fue su director durante seis años; El porvenir apareció en 1905; en 1919 salieron El ciudadano, La verdad, Regeneración e Hidalguía; La opinión en 1931; en 1932 Júpiter y El defensor; Cruz roja y La voz del pueblo en 1934; Albores de espíritu desde 1946 a 1949; Justicia y caridad en 1951; desde 1958 hasta 1963 Luz de Tomelloso; Voz de Tomelloso en 1964 hasta 1967 y en 1992 este nuestro El Periódico del Común de La Mancha que espero perviva muchos, muchos años. Para ello trabajan, y muy bien, los componentes de su plantilla. Ramón Serrano G. Noviembre2017

Ver y escuchar

¿Se han detenido ustedes alguna vez a pensar en la cantidad de egotismo que somos capaces de albergar la mayoría de los seres humanos? Para darse cuenta de ello no hace falta estudiar mucho ni realizar profundas investigaciones ya que la historia cotidiana está llena de sucesos de ese tipo y todos conocemos multitud de casos que así lo demuestran. ¡Cómo no vamos a conocerlos!, si en muchos de estos hemos sido nosotros mismos los protagonistas. Y no sólo en actos de egolatría, sino que, además, solemos actuar en bastantes ocasiones con una insinceridad enorme en aras de disimular nuestro engreimiento. De cualquier forma, ruego que admitan que a escribir estas líneas me lleva más la ecuanimidad que el pesimismo, aunque este también esté presente. Digo esto, porque a poco que echemos un vistazo a tiempos antiguos, a otros no tan lejanos e incluso al presente, comprobaremos que siempre y en todo lugar hubieron, y hay, reyes, dictadores, políticos y gentes no tan conocidas y encumbradas que se preocuparon en exceso de tener una vida “placentera”. Esto podría parecer que está dicho en pasado, pero diría con igual justicia que el mayor empeño de algunos de los citados, en la actualidad, es conseguir que a su lado Creso fuese un indigente. Pero no es a eso a lo que quiero referirme hoy, pues si tuviese que hablar sobre el desmedido afán de muchos en hacerse de oro en cuanto acceden a un cargo, necesitaría más de un año y alrededor de medio millón de artículos. Estas gentes a las que antes aludía obran… como todos sabemos que lo hacen, y a qué ponernos malos cuerpos citando nombres y detallando casos archiconocidísimos. Ellos, y quienes les aceptan su proceder, quieren justificarse, y lo hacen, mala y desvergonzadamente, amparándose en la cantidad exagerada de sujetos que han obrado de un modo similar. ¡Qué absurdo el querer justificar una mala acción diciendo que hay muchos que también la cometen! No daré nombres, ya digo, pero sí citaré lo que me ocurrió con una persona a la que comenté el bochornoso proceder de un familiar de cierto vicepresidente del gobierno. -¿Pues qué ha hecho de malo?, me preguntó, a lo que le repuse: -¿Que qué ha hecho? Robar descaradamente, y él lo quiso justificar de inmediato manifestando: -Son tantos los que roban, que por uno más…¡Habrase visto disparate! Sí, saben que han obrado mal, pero su narcisismo y su impudicia les llevan a tratar de justificarse, no reconociendo su error, que eso nunca, sino tergiversando circunstancias, inventando causas o motivos, mintiendo en suma para no tener que avergonzarse de sus deshonestos actos. Por otra parte sabemos que hay cargos y profesiones que, además de la dedicación extrema y probidad en su ejercicio, comunes a todo trabajador en el desarrollo de su tarea, llevan inherente un comportamiento decoroso y exento de cualquier tipo de falta, no sólo en el tajo, como es lógico, sino también cuando se está fuera de él. Imanes, sacerdotes o rabinos, médicos, maestros, profesores, jueces o militares, saben bien que su proceder ha de ser intachable, y no sólo en el ejercicio de su profesión, sino que, además, ha de serlo fuera de su actividad. Si un comerciante, un obrero, un agricultor o un administrativo cometen una falta, están atentando, no sólo contra su prestigio personal, sino además contra su negocio o su puesto de trabajo, pero siempre sobre algo personal, exclusivo del actor. Los otros obran siempre, SIEMPRE, en función de la magnificencia de su cargo, o de la ciencia, o del credo que defienden, y del que y para el que viven. Un poco aquello de que no es suficiente con que la mujer del Cesar ha de se honesta, sino que también tiene que parecerlo. Sin embargo, es evidente, que ese elitismo -haciendo constar que utilizo el término en su mejor versión-, tanto en el rigor enjuiciamiento popular como en la actuación de la otra parte, se está reduciendo grandemente en los tiempos que corremos. Siendo muy escasos mis conocimientos de sociología, pienso que esta aminoración que puede ser comprobada fácilmente con sólo ver y escuchar el comportamiento de los ciudadanos, quizás sea debida a que está habiendo una importante relajación de costumbres por parte de todos, y que afecta enormemente a todo el mundo. Y que es debida al intento de equipararse los unos con los otros, pero eso sí, por lo bajo, por lo cómodo, no hacer un esfuerzo para subir sino que bajen ellos. Pienso que la tan traída y llevada globalización nos ha llevado a ello. Se ha masificado no la auténtica cultura, que también pero escasamente, sino unos relativos conocimientos adquiridos con la enorme importación de palabras, la forma de decirlas y el excesivo, y no siempre adecuado, uso de los aparatos electrónicos. Vamos a tutear, a cambiar los modos de vestir, a meternos en la vida de los famosos haciéndolos habituales de la prensa del corazón y otros medios de comunicación. Y además, pero este ya es otro tema, a muchos de ellos no les importa, lo están deseando, porque es uno de sus “medios de vida”, y no el menos importante. Ramón Serrano G. Diciembre 2017